En las canchas de juegos existen rayas que delimitan las zonas permitidas y dinamizan la movilización de los jugadores con la pelota. En el partido de la vida, existen personas con funciones similares en el entorno, a los cuales llamo monitores. Suelen ser individuos que capturan nuestra atención y se asocian directa o indirectamente con lo que deseamos para nosotros mismos, bien sea porque se les admira en lo que hacen, o porque es agradable lo que son o han construido a nivel personal. Probablemente sean personas designadas para motivar conductas o inspirar esfuerzos en otros.
Los monitores ejemplifican algo que se oculta en el corazón, bien sea que se exprese o sepulte entre los ventrículos del alma, donde bajo la presión de ese bombeo vital se gestan ilustraciones de profunda inspiración. Sea de forma consciente o no, si se hipa una familia se mirará con curiosidad al que ya tiene una, y parece feliz en ella, probablemente también espante el que la tiene y luce amargado o infeliz; todo en la búsqueda de razones, modos y maneras de alcanzar lo que subyace oculto. Si se anhela llegar a ser un experto en algún área del saber u oficio, naturalmente la mirada se enfocará en expertos de gran elocuencia y probablemente se adopten algunos de sus estilos de expresión, se buscará leer a los grandes del área e indagar cuáles serían las aportaciones propias. Todo esto enriquece la jugada que a cada cual nos toca en la vida.
Personas que fungen como monitores suelen tener dos misiones principales motivar a la superación en algún área, derribando topes, rompiendo techos y extendiéndose en todas direcciones, o alertar de cómo acaecen las cosas mal, y qué tan pavoroso puede ser cuando algo se extralimita. La actual e interesante mediación de la ruptura de dos famosos, y cómo sus acciones se volvieron virales permitiéndoles devengar dinero gracias al sensacionalismo y publicidad colateral que provocan, o la popularidad musical a expensas de un contenido real, o algo que valga la pena comentar. Esto suscita que me pregunte si nos hemos vuelto sociedades de lelos, repetidores expertos de frases vacías que riman, o repetidores de penosos desbordes ajenos o contrapunteos publicitarios, con la única finalidad de mover dinero.
Toda esta dinámica, aunque normalizada, pone en posición luctuosa de ser tontos útiles de diligentes mercantilistas, graciosos durante dos segundos, pero que reflejan corazones rotos y un desperdicio de influencia. ¿Acaso, ellos son los monitores de esta generación, gente vacía que se sacia con reproches públicos, solo para llorar en privado con ganancias de dicho dolor? Es una pregunta que deberíamos hacer a los adolescentes y jóvenes, si algo hay que rescatar de toda aquella fanfarria mediática, es que son el vivo ejemplo de lo que no debe replicarse. Relaciones mal o bien llevadas que acaban en ruptura, son compilaciones de cualquiera que se atreve a amar, pero hacer del duelo de pareja una burla o descrédito público, reduce el sentimiento que una vez les unió a cenizas, cubriendo el cuerpo con vergüenza. Más vale amar equivocadamente que nunca haber amado, o terminar oportunamente una relación que vivir en frustración.
Discurrir en esto me hace pensar dos cosas fundamentales: no tendré por monitores a aquellos individuos que, a pesar de su fama, logros o éxitos, no posean claro el escás de su cancha de juego. La segunda y quizás más importante, decido no convertirme en el vivo ejemplo de desenfreno o indecoro, pese a la fragilidad a carne viva de mis sentimientos en los momentos difíciles.
@alelinssey20
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