En esta crispada Venezuela que nos ha tocado vivir desde hace un buen tiempo, damos por sentado que nuestra nación está dividida en dos toletes irreconciliables y enfrentados. Un doloroso escenario, por cierto, donde se nos escapa cada vez más de las manos el tan ansiado progreso. Sencillamente es imposible hacer que avance un país picado en dos.
Sin embargo, hoy queremos llamar la atención a una circunstancia unificadora, que se impone por encima del tristemente célebre espejismo de la división, que tanto daño nos ha hecho. Esa circunstancia es un enemigo común a todos los venezolanos. El verdadero enemigo que se está devorando a esta tierra y a su gente. Estamos hablando de la pobreza.
Y es que la sumatoria de las carencias de nuestros ciudadanos se entreteje de manera perversa, frustrando los legítimos deseos de superación, haciendo que la vida se centre sencillamente en la supervivencia y no en el progreso ni en la realización personal; el alcanzar las metas tan legítimas como necesarias para cualquier ser humano es algo que se desdibuja en la distancia de lo imposible en la circunstancia actual.
Maestros y empleados públicos son quienes han dejado escuchar claramente su voz indignada y desesperada en las últimas semanas. Estamos hablando de millones de ciudadanos honestos y trabajadores, cuyo esfuerzo sobrehumano y sostenido para sobrevivir a una situación llena de adversidades es engullida por un agujero negro de incompetencia que convierte todo en inútil y destruye los posibles frutos.
El grueso de la población nacional lucha contra índices alarmantemente adversos de rezago educativo, acceso a servicios de salud y a la seguridad social, calidad y espacios de vivienda, servicios básicos para el hogar y el más elemental acceso a la alimentación.
Para millones de venezolanos es sencillamente imposible pagarse el acceso a todos estos elementos, imprescindibles para cimentar la dignidad de un ciudadano.
Como muestra, un botón: mientras el salario de un educador uruguayo es de 875 dólares, el de su colega venezolano apenas alcanza a los 17 dólares. Y vivimos en una nación donde se necesitan cerca de 500 dólares para cubrir los gastos más elementales. Adicionalmente, el tan anunciado bono de 580 bolívares es el síntoma de un modelo que fracasó y que simplemente no es viable.
Nadie, sea partidario o no del oficialismo, puede considerar que este es el camino.
Estamos hablando de trabajadores que son el tejido social del país, y también el piso económico de la nación.
No es posible que nuestros empleados medulares sean lanzados al margen de la dinámica económica por culpa de políticas desacertadas de una administración que no tiene ni idea de cómo hacer para restituir la dignidad a la clase trabajadora de Venezuela.
Una clase que recibe unos salarios que ni siquiera alcanzan para el transporte hacia sus lugares de labor; que mientras más duramente trabaja, menos ve los frutos de su esfuerzo y que está muy lejos de vivir la vida que merece, si la medimos por su capacitación y su voluntad de seguir adelante en medio de todas las adversidades.
Debería producir una vergüenza sin nombre el hecho de que la nación con más reservas probadas de petróleo en el mundo, sea la misma que ve a 9 de cada 10 de sus habitantes en situación de pobreza.
Y lo más desgarrador es que quienes tienen el poder de hacer algo para que las cosas cambien, no lo hacen. No quieren, no pueden o no saben; pero no lo hacen.
Entre otras noticias nefastas, el dólar sigue disparado; lo cual significa que un muy acertado termómetro de la salud de la economía nacional nos está indicando que las cosas siguen bastante mal.
Adicionalmente, la inflación de nuestro país sigue siendo la más alta del mundo, con síntomas de seguir elevándose exponencialmente; lo cual nos expondría a otro episodio de hiperinflación, tras haber vivido por cuatro años una de las peores manifestaciones de este fenómeno en la historia.
A esto se suman los seis años de recesión que hemos padecido y que dejaron una huella que será muy difícil de superar en el corto plazo.
Estamos hablando de situaciones de la economía que meten las manos en los bolsillos de los trabajadores y les arrebatan el valor de su dinero mucho más rápido de lo que su capacidad de ganárselo les permite reponerlo.
Ni hablemos de la posibilidad de ahorrar o de acceder al crédito, para poder así crear un patrimonio familiar que traiga paz y seguridad.
A este enemigo común hay que mirarlo a la cara, para desterrarlo definitivamente. La prioridad es el rescate del poder adquisitivo de los venezolanos y un salario justo para los trabajadores, para permitirles volver a ponerse en sus pies por su propio esfuerzo y encaminar a Venezuela por el círculo virtuoso de la prosperidad. Sí es posible lograrlo.
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