Como ya se ha hecho frecuente en este turbulento y opresivo contexto, archivo el artículo de opinión en el que con minuciosidad trabajé durante los últimos días para escribir de precipitado modo —aunque no por ello con menor reflexividad— acerca de un nuevo despropósito de los repartidores de miseria y muerte de la nación, o dicho de manera más precisa, sobre lo que a mi juicio subyace tras la nueva y grotesca demostración de fuerza bruta de la interminable sucesión de violaciones a los derechos humanos en las que lo «bruto» tiene más relación con aquella ausencia de elegancia, de donaire, que tan acertadamente añadió Gloria Bastidas como pincelada al retrato que de aquellos hizo en su extraordinario artículo publicado este 28 de marzo en La Gran Aldea, e intitulado «La alianza de Maduro con Putin y las armas químicas», que con su manifiesta maldad.
En esta ocasión, el motivo del cambio de última hora ha sido el encarcelamiento de dos escritores en el marco de la más reciente de las razias que le proporcionan «materia prima» humana a los sádicos operadores de los campos de concentración de la dictadura para su aviesa «zafra ejemplarizante», a saber, la periodista, ensayista, novelista y miembro correspondiente por Bolívar de la Academia Venezolana de la Lengua, Milagros Mata Gil, y el poeta, y también periodista, Juan Manuel Muñoz; ambos septuagenarios y, por tanto, pertenecientes al grupo etario más vulnerable frente al devastador avance de la COVID-19.
¿Y cuáles fueron los tremebundos «crímenes» por los que estos dos valiosos venezolanos se convirtieron en blanco de la ferocidad de la opresora jauría local? Escribir la primera un texto, tan sucinto como sustancioso, que a la vez es lúcida crónica, aguda crítica y pertinente denuncia, y ser el segundo el administrador del grupo de Facebook en el que este se publicó. Es decir, el ejercicio de los derechos que, como ninguno de los otros lo hace, lleva al paroxismo el afán de tales opresores por extremar la inquisitorial praxis que instrumentalizan luego los Freisler criollos para intentar satisfacer el voraz apetito, y no precisamente concupiscible, que en el sufrimiento ajeno encuentra lo más deleitable.
No obstante, más allá de este torcido apetito, más allá de los paroxismos, más allá de los heridos egos, e incluso, más allá de la mencionada carencia de elegancia en la procura del mal de todos los venezolanos, esa nueva tropelía de los miembros del régimen chavista no puede considerarse como algo separado de la criminalización de la reprobable, sí, pero no delictiva actuación de los dos «influencers» cuya ponzoña halló fértil pasto en la solicitud de ayuda para el ya fallecido animador Dave Capella.
Bastedad no es sinónimo de irreflexión o improvisación en lo que al accionar de los miembros de aquel atañe, o para expresarlo con uno de los lugares comunes que tan comunes son en Venezuela, no dan ellos puntada sin hilo, aun cuando lo tosco de tales puntadas sea de por sí motivo de escándalo, y en el caso de los encarcelamientos en cuestión, los elementos de la ecuación están a la vista y claro es el propósito del cálculo; tanto que, de hecho, ya ha encendido no pocas alarmas en el país.
¿Y cuál es ese propósito que, entre otras cosas, hace tan diligentes a quienes miran en otra dirección cuando su señoría el Coqui, y los otros ilustres bandidos de peso de la nación, imponen su «ley» a tirios y troyanos? La pulverización de las pocas posibilidades con las que aún contamos los venezolanos, en Venezuela, para el peligrosísimo ejercicio de las libertades de expresión e información, y más específicamente, la definitiva coartación del acceso a las redes sociales. ¿O es casualidad que el escenario de la inexistente «instigación al odio» por la que hoy acusan a Milagros Mata Gil y a Juan Manuel Muñoz, dos promotores y defensores de la cultura, la libertad y la paz, sea una de las principales plataformas de tal índole?
En esta oportunidad, la identificación del «crimen» a castigar no se llevó a cabo en los medios tradicionales, que en todo caso son hoy también blanco en la enésima purga comunicacional que se inició hace varios meses, sino en Facebook, y ello a escasos días de la rasgadura de vestiduras y ulterior designación de un «fiscal» —por parte de quien, en cuanto usurpador, no tiene para tal acto competencias— al que se le encomendó investigar y sancionar los «delitos» de los «influencers» a los que se hizo referencia.
El propósito de toda la puesta en escena es simple. Sin embargo, tanto ello como las continuas demostraciones de tosquedad, de falta de elegancia, de los miembros del régimen, no deberían conducir a engaños que prolonguen los oscuros días de su tiranía. De hecho, esta situación, en conjunto, evidencia su enorme capacidad de aprovechamiento de oportunidades para un resuelto avance en la constricción de libertades, por lo que la subestimación de semejantes enemigos del bienestar de los venezolanos no debería tener a estas alturas cabida en la lucha nacional por tales libertades.
@MiguelCardozoM
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