Por Ignacio Serrano
Comencemos con un poco de historia.
Vayamos a agosto de 2018. Un novato Ronald Acuña Jr. sacudió jonrones en cinco juegos consecutivos, para convertirse en el bateador más joven en la historia de las Grandes Ligas en lograr tal cosa.
En los tres encuentros anteriores se la había sacado a los Marlins como primer bateador del choque. Con eso había empatado otra marca, que estaba en poder de Harry Hooper desde 1913 y que luego emularon Rickey Henderson en 1993 y Brady Anderson en 1999.
El por entonces prospecto de los Bravos fue alineado como primer bate otra vez aquel 15 de agosto, en Miami. El dominicano José Ureña era el abridor de los peces. Y su primer pitcheo fue un lanzamiento a las costillas del venezolano, una recta de 97 millas por hora que golpeó en el codo izquierdo al joven slugger.
Ureña había decidido aplicar una estúpida regla no escrita, según la cual su contrincante ya había dado muchos cuadrangulares y merecía por eso algún tipo de castigo físico. El recluta no se había gozado los anteriores tablazos. No tuvo desplantes ni eso que los peloteros y fanáticos llaman perreo. Su afrenta, su delito beisbolero aquella vez fue que los tres bombazos que acababa de botar como primer bate de cada encuentro ocurrieron contra los Marlins. Inaceptable. Había que hacerle daño, para que aprendiera.
¿Aprendiera qué? Acuña ni siquiera había soltado el bate de manera grosera, no se había jactado de nada. El problema fue que sus tablazos fueron contra el equipo del dominicano, y este, por algún lamentable razonamiento machista, tenía que vengar el hecho de que el patrullero hiciera bien su trabajo.
Ese día comenzó todo. Allí están los videos para probar que el entonces adolescente no hizo algo impropio, así como la decisión de los umpires –que expulsaron de inmediato a Ureña– y de la MLB –que le aplicó una suspensión–.
Desde entonces los lanzadores de Miami le han propinado hasta cinco pelotazos a Acuña, incluyendo tres de Ureña. Él aceptó cada bolazo, fuera retaliación o accidente, hasta que esta temporada se le acercó al antillano y le dijo, sin agresividad: «Me has dado ya tres veces. Para». Esta semana ni siquiera amagó contra Sandy Alcántara. No le gritó ni le lanzó desafío alguno. Luego de pasar el dolor, volteó a la cueva de los floridanos y mostró los cinco dedos de la mano derecha. «Ya son cinco, paren ya», pareció exclamar.
Alcántara confesó después del choque que estaba dispuesto a pelear con el criollo, si él se le encimaba. Confesión y relevo de pruebas.
El manager Don Mattingly declaró luego que no había intencionalidad. Que trataban de pitchearle pegado. Está bien. Es lo que siempre dicen todos. Oswaldo Guillén es el único a quien hemos visto admitir que esos bolazos sí son intencionales. Los demás tiran la piedra y cobardemente esconden la mano, pues eso también lo exigen esas tontas reglas no escritas.
Hay 30 equipos en las Mayores. En promedio, Acuña debería haber recibido menos de un pelotazo de cada uno. En cambio, una cuarta parte de sus 21 bolazos proviene de una misma divisa. Y todo es azar, claro.
El slugger respondió, por fin, este martes. Usando las redes sociales, escribió con humor.
«Voy a tomarme un tiempo para pedir perdón a NADIE», puso en Instagram. «Me pegan porque no pueden ponerme out», soltó en Twitter. Sin ofensas. Replicando con un guiño ante el dolor del golpe reiterado.
La retaliación de Alcántara ocurrió después de que Acuña soltara el bate sin mucha grandilocuencia. Pero la verdad es que hay una historia entre los Marlins y el astro de los Bravos, una historia de machismo y orgullos ofendidos que comenzó hace dos años y que tuvo su primer capítulo público aquel 15 de agosto de 2018.
Sí, el venezolano enlodó su defensa cuando se deslizó con los spikes en alto, poco después. Aunque hubiera perdido la paciencia, aunque estuviera harto de poner la mejilla, las nalgas o las costillas una y otra y otra vez, lo que hizo ante el campocorto Miguel Rojas es tan inaceptable como lo que Ureña y sus compañeros han hecho contra él. Ojalá aprenda esa lección.
Mattingly, Pedro Martínez y otros dan excusas o justifican lo sucedido contra el toletero. Dicen que es parte del beisbol y callan con respecto a esas reglas no escritas. Pero igualmente hemos leído a allegados del jugador, diciendo que su slide fuerte en segunda base es parte de la pelota. Pues sí, ambas son partes que se deben extirpar.
Acuña ni siquiera es eso que en los diamantes llaman un perro caliente. Dos veces cometió el error de no correr por quedarse viendo sus batazos, hace tiempo, y tras la segunda fue regañado públicamente por el manager Brian Snitker y por Freddie Freeman, el líder de Atlanta. Ese error, que en esta misma columna censuramos, parece haber dejado en él un aprendizaje, que es lo único que se debe exigir.
De resto, el nativo de La Sabana juega como lo que es: un muchacho con solo 21 años de edad, dueño de un talento inmenso, que goza la profesión que la vida le dio. Algunos fanáticos en República Dominicana no toleran que Fernando Tatis Jr. juegue como un veinteañero lleno de talento, el manager de los Rangers hasta llegó a recriminarle por dar un Grand Slam en cuenta de 3-0, y hay en Venezuela a quien no les gusta la personalidad del varguense. Pero no es gratuito que tantos bigleaguers, desde Trevor Bauer hasta Bryce Harper, se hayan puesto de su lado.
Willson Contreras soltó el bate en un épico ba-flip hace un par de semanas. El madero voló unos 10 metros, mientras la pelota caía a más de 420 pies del home. En su turno siguiente, ¡pum!, toma tu bolazo.
La adrenalina lleva a los basqueteros en la NBA, a los futbolistas en todas las ligas del mundo, a los tenistas de la ATP a explotar con gestos y gritos cuando logran una clavada, hacen un gol o sueltan una paralela imposible. ¿Por qué está mal que un toletero haga un bat-flip?
Es que hasta los pitchers más respetados y venerables a veces aprietan el puño enfrente y gritan a todo pulmón cuando consiguen un ponche importante. ¿No es lo mismo? ¿Por qué la doble vara? ¿Y por qué en la MLB todavía es irrespeto lo que en la NBA o en la NFL es espectáculo y color? Después nos quejamos de que las nuevas generaciones prefieran otros deportes.
El juego entre Dodgers y Padres nos mostró lo mejor y lo peor de estas cosas: el supuesto desplante con el madero de Manny Machado y la respuesta del pitcher Brusdar Graterol luego, soltando el guante y la gorra en burlesca celebración. Quid pro quo, dicen ahora otros monticulistas, como Eduardo Rodríguez. Si ellos pueden, todos podemos. Amén.
Pero no nos desviemos. El asunto aquí es que Acuña nunca ha tenido palabras irrespetuosas para sus oponentes. Ni siquiera las tuvo para un periodista de tanta trayectoria como Juan Vené, cuando este dedicó unas duras líneas hacia él. Y cuando falló, por ser un muchacho, y no corrió, y perjudicó a su equipo por quedarse en el home, aceptó el regaño, pues no hemos visto que lo haya vuelto a hacer.
Tatis, Graterol, Juan Soto, Dustin May son el rostro más prometedor y feliz de las Mayores, el talento emergente a borbotones, que respeta el juego, pero asumiendo también que estamos en el siglo XXI, que el espectáculo va más allá de bajar la cabeza y recorrer las bases, como hacían Antonio Armas o Ted Williams cuando no existían las redes sociales y estos masivos medios de comunicación.
Es historia: Acuña no se había burlado de los Marlins cuando aquel 15 de agosto de 2018 recibió el primer bolazo de Ureña. El pitcher ha podido lesionarlo, ha podido fracturarle el codo. Casi todos los que con autosuficiencia dicen que debió aceptar su pelotazo y trotar hacia primera base desconocen lo que es recibir el impacto de una bola a 97 millas por hora. Y olvidan los riesgos.
Olvidan también que aquel golpeado intencional con el primer pitcheo de ese juego le arrebató al criollo la posibilidad de dar otro jonrón y ampliar así un récord absoluto en las Grandes Ligas.
También olvidan que no había antecedentes entre el slugger y Miami, a diferencia de ahora. Y olvidan que el patrullero no ha buscado pelea luego de cada percance, que no ha actuado como un matón, y que en cambio últimamente se ha limitado a decir que ya está bien, que cinco pelotazos son demasiados, bromeando en las redes sociales a continuación.
Lo único que debe lamentar Acuña es su deslizamiento contra Rojas y más nunca repetirlo. Y que siga jugando duro y que siga siendo, junto a Tatis y compañía, la nueva cara del beisbol.