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El embajador de Petro en Caracas ¿un diplomático o un arlequín?

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¿Qué se podría inferir del presidente Petro con el nombramiento de Armando Benedetti como embajador en Caracas? Ludovico Sforza, duque de Milán, sostenía en el siglo XV que el verdadero valor de un príncipe se revelaba a través de los diplomáticos que enviaba para representarlo en el extranjero. Se entendía como una señal de cómo era el príncipe; un erudito, interesado en tendencias culturales, amigo de la filosofía, un político hábil, piadoso o militarmente capaz.

Cierto, los nombramientos de los embajadores reflejan en parte la política exterior de un presidente, especialmente si se trata de países fronterizos, como es el caso de Colombia y Venezuela, cuyas fuerzas armadas, si bien han compartido una historia de amistad, ambas corporaciones armadas se han entrenado en juegos de guerra y también ambas se han asignado la primacía de las hipótesis de conflicto.

De cualquier forma, no creemos que del nombramiento de Armando Benedetti se puedan colegir virtudes o defectos de Petro. Todas las señales indican que Petro conoce perfectamente bien la carrera política de Benedetti y no se trata precisamente de un diplomático de alto vuelo de quien espera lidiar con el gobierno autócrata, inestable, peligroso e impredecible en la conducción de su política exterior. Si Petro quería esto, no habría designado al saltimbanqui de Benedetti, quien de diplomacia solo conocía los saraos festivos independentistas de algunas misiones en Bogotá o cuando ha solicitado visa de turista en un consulado.

Benedetti no actúa como un embajador y tampoco pretende ser un embajador, es más bien una suerte de arlequín en la corte bolivariana, una deferencia o un presente de Petro a Maduro. Los vientos que elevaron la carrera política de Benedetti se originaron de su tiempo como concejal de Bogotá, con Petro como alcalde. La simpática zalamería de Benedetti con el progresismo colombiano cautivó a Petro y en esa misión lo lanza ahora a la conquista de los bolivarianos.

Petro, pues, no está interesado en que los bolivarianos deduzcan algún mensaje, quiere que los bolivarianos se vean reflejados en Benedetti, que lo reciban como a uno de ellos y así ha sido. Benedetti ha causado una algarabía en el cotarro bolivariano. Un perspicaz bolivariano de la Cancillería, al conocer al guapachoso de Benedetti, advirtió de inmediato que “el embajador está  adornado de un halo de simpatía cultural y natural con el chavismo”.

El alborozo ha sido tal, que Maduro parece haber descubierto un contrasentido, algo que no le cuadraba y se trataba del embajador de Venezuela en Bogotá, Félix Plasencia.

Plasencia, un diplomático de carrera, asignado a Bogotá antes de que Petro llegara al poder, es tan formal y circunspecto para el estándar diplomático bolivariano que el contraste con Armando Benedetti le tiene que resultar tan ridículo a Maduro que decidió removerlo. ¿Un gesto de reciprocidad? Probablemente.

¿A quién enviar a Bogotá como contraparte de Benedetti? Funcionarios de la Cancillería han pensado en alguien como, o al menos con el perfil del Conde del Guácharo, un comediante venezolano con mucha más gracia y salero que Benedetti. Pero el caso es que Benjamín Rausseo (Er Conde del Guácharo) no lo aceptaría. Sus miras van mucho más lejos que ser la contraparte de Benedetti: hace poco declaró estar pensando seriamente en confrontar a Maduro como candidato presidencial.  

Realismo mágico

El nombramiento de Benedetti, como el de otros, como veremos, hace pensar que la política exterior del presidente Petro luce más influenciada por el realismo mágico de Macondo que el realismo político de Hans Morgenthau, uno de los más brillantes proponentes de esta teoría que recomienda a los jefes de Estado evitar mezclar la política exterior con sus simpatías o antipatías personales.

Petro, como casi todos los líderes tropicales de izquierda, ha sucumbido al complejo ese de tener que proyectar una imagen rústica, agreste, estilo cubano guayabera de diplomacia, porque en el trópico los líderes progresistas siempre han presumido que ese es el entallado que el imaginario popular tiene de un líder izquierdista de la zona tórrida.

Afortunadamente Petro tiene a su lado a Álvaro Castro-Leyva y a la Cancillería, pero Benedetti se trajo de consejera de relaciones a la guapa, pero inexperta periodista Lorena Arboleda Zárate, como segunda de abordoUn cargo que no forma parte de la estructura de los Convenios de Ginebra y sus Protocolos Adicionales, a menos que la Arboleda sea la secretaria privada de Benedetti. Lorena fue juramentada por Benedetti en la mansión de Campo Alegre, residencia del embajador, vestida con zapatos y ropa deportiva, como si se tratara de la ama de llaves de la mansión del embajador Benedetti, separado de su esposa. La explicación de esta transgresión de formas la han ofrecido ambos, embajador y consejera. Los dos han dicho enfáticamente que favorecen el contenido y rechazan las formas de la diplomacia. La Arboleda fue aún más explícita en su cuenta de Twitter y aseguró que «las formas diplomáticas han variado; las ‘estrategias’ tradicionales no pueden reducirse a un besamanos».

En diplomacia, dice el historiador Simon Franklin, «actividad o inactividad, palabras o silencio, son mensajes que tienen valor e influencia en otros que también, respondiendo o no, transmiten un mensaje. Una determinada conducta es un mensaje o la ausencia de una conducta es también un mensaje”. ¿Cuál será el mensaje que emana de la Embajada de Colombia en Venezuela?

¿Qué es lo que quiere Petro?

Si la intención del presidente Petro, como hemos inferido, es que Maduro y su gobierno vean en Benedetti un reflejo puro y duro del homo bolivariano, no pudo haber sido más acertado en la escogencia. Armando Benedetti es tan bolivariano en formas y fondo, como si hubiese sido el resultado de un apareo romántico entre Jorge Rodríguez y Tibisay Lucena.

Petro puso en práctica un criterio semejante para seleccionar al embajador en Washington, la identificación con el gobierno receptor. Luis Gilberto Murillo, el embajador designado por Petro en Washington, es un ingeniero afrocolombiano, naturalizado estadounidense, con simpatías y activismo en el Partido Demócrata del presidente Biden.  Murillo, después de ser víctima de un secuestro en el 2000, encontró refugio en Estados Unidos y se nacionalizó americano y está tan a tono con los demócratas gringos, como Benedetti con los bolivarianos. Con una gran diferencia, Murillo fue ministro de Ambiente del gobierno de Santos, investigador en la American University de Washington, consultor de la ONU en Alimentación/Agricultura y recientemente asesor de una iniciativa para soluciones ambientales en el MIT.

Con la misma intención, Petro tenía in pectore a Álex Vernot, como embajador de Colombia en Francia. Vernot, de doble nacionalidad, colombiana/francés, fue condenado por un tribunal de segunda instancia por un presunto escándalo. Entonces Petro designó a su esposa Laura Guillén de Vernot, pero como la Cancillería francesa no comparte eso de la simpatía cultural y natural de los embajadores, les negó el placet a los Vernot.

Una audaz decisión

Hace unas semanas Armando Benedetti anunció por Twitter y otros medios que, después de un año con el cabello largo, decidió prescindir de sus atractivos crespos. Para que nadie dudara de su arrojo personal, publicó una fotografía en su cuenta de Twitter donde un funcionario de la delegación colombiana le corta los rizos con sumo cuidado. El adusto rostro del embajador en la foto pone de relieve la audacia de su decisión.

¡Qué tiempo aquellos del “Incidente Caldas”! La diplomacia colombiana en Caracas entonces se tomaba en serio y hasta con temor. Sus diplomáticos eran verracos, como la exembajadora en Caracas y excanciller colombiana Noemí Sanín Posada. A propósito de la  embajadora Sanín en Caracas, José Vicente Rangel comentaba: «La clase dirigente colombiana es extremadamente hábil, gracias a un histórico dominio del oficio. Los vecinos cultivan el arte de la política, aprecian sus matices y saben actuar con unidad de criterio cuando las circunstancias lo reclaman».

¿Quién puede hoy creer eso al ver al mequetrefe que Petro le envió a Maduro?

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