“El hombre es un egoísmo mitigado por una indolencia“
Fernando Pessoa
Vivimos tiempos oscuros. Estos años pre y pospandémicos que padecemos empiezan a pesar como una losa. Una losa que, en cierta medida, está aplastando a España y los españoles con el fin de, como decía el maestro Serrat, archivarnos, definitivamente, bajo una lápida.
Es cierto que, en el mundo, no se viven buenos tiempos. Las consecuencias funestas de la pandemia en el terreno socioeconómico han conducido al mundo a un punto que debería llevarnos a nuevos planteamientos, a cuestionarnos si realmente hemos hecho las cosas bien en esta carrera capitalista y consumista a la que nos ha abocado el siglo XXI. Esta deshumanización, esta ambición por castigo, crónica. Este egoísmo colectivo e individual que nos ha vaciado el alma mientras nos llenaba los bolsillos.
Está claro que hemos estado haciendo las cosas mal. De prisa y mal. Es evidente. Una de las más graves consecuencias de todo este proceso es la destrucción, lenta pero progresiva, de las condiciones de vida equilibradas en el planeta. No quiero hablar de calentamiento global. Solo el término me parece una simpleza, pero es un hecho que algo grave está ocurriendo.
Estas semanas atrás me he trasladado a la costa mediterránea, como hago todos los veranos. La destrucción del litoral es evidente. Por poner un ejemplo, playas como Barranco Rubio, en Campoamor, merecedoras año tras año de la bandera azul, han perdido las dos terceras partes de su tamaño habitual. El mar nos está comiendo terreno día a día, con las consecuencias geográficas y económicas que ello comporta.
Eso, por no hablar del desastre natural que ha supuesto la muerte de miles y miles de peces y crustáceos en el Mar Menor. El aumento de la temperatura del agua, unido a los vertidos incontrolados procedentes de distintas actividades industriales y agrarias, han traído estas consecuencias.
De cualquier modo, como el mar no va a llegar a Madrid y seguimos teniendo las pescaderías abastecidas, a la mayoría nos da igual lo que está ocurriendo. Es una noticia más, mucho menos interesante que el traspaso de Messi al PSG, que eso sí es un notición.
Cenando el otro día con mi amigo Borja Casado, hombre generoso e implicado en acciones sociales, le comentaba que yo, realmente, no creo en la democracia.
Enunciado de este modo, y más ante alguien que, como Borja, tiene una filiación política abiertamente de izquierdas, la frase es alarmante, lo entiendo. No obstante, tenemos la tendencia a ser binarios en según qué materias.
En absoluto esa afirmación significa que yo piense que es mejor el totalitarismo, en cualquiera de sus formas. Simplemente, debido a la experiencia, no creo en ningún sistema normativo y menos en uno que se ha mostrado claramente propicio a la corrupción y la prevaricación.
Dicen que un pesimista es un optimista con experiencia. Del mismo modo, un ácrata es un demócrata desengañado. La clase política ha demostrado en esta gravísima crisis una bajeza moral, una falta de valores, de sentido de Estado, que ha llevado a mucha gente a un desencuentro total, a un desapego absoluto, por los políticos y sus conspiraciones.
¿Cómo se explica que ante esta situación, que ha puesto en grave riesgo la vida y la economía de un gran número de españoles, los dos grandes partidos no hayan sido capaces de llegar a un pacto de Estado? Esto ha propiciado la incursión de partidos minoritarios, incluso residuales, de uno y otro color político que han adquirido tal poder, con un mínimo número de escaños, que han hecho a España ingobernable, poniendo en riesgo, además, la unidad nacional que tanta falta nos hace en estos momentos.
La falta de altura, el cortoplacismo, el oportunismo de estos políticos profesionales que nos ha tocado sufrir en el peor momento ha agravado una situación que ya de por sí era caótica, convirtiendo a España en un bazar en el que hemos ido regateando, para hacernos con nuestra parcela sin preocuparnos del resto.
Estos tiempos asquerosos del “¿qué hay de lo mío?“ tienen que llegar a su fin, para que podamos, nuevamente, llamar democracia a este erial político en el que hemos convertido, tristemente, a nuestra pobre España.
Decía Charles Bukowski que “la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes“. Nunca tanto como ahora, hay que decirlo. Nuestro presidente, a mi pesar, se ha amparado en la situación de crisis para saltarse los controles democráticos. Lo último, las sesiones de control al gobierno.
Y nos estamos dejando, acomodados en no sé qué posición, pues la nuestra ya no es una posición cómoda. Hay que tomar determinaciones, cada uno desde la posición que ocupa en la vida. Desde la tribuna, desde la páginas de los diarios, desde la calle. Hemos de recuperar el sentido del sistema democrático, si alguna vez lo tuvo.
Así que por España, por la libertad, por el futuro de nuestros hijos o por aquello en que cada uno crea, es hora de despertar.
Se lo debemos a los que vendrán detrás, a los que heredarán este triste país que se nos está quedando y a aquellos que, en circunstancias mucho menos favorables, lucharon para que nosotros tuviéramos un futuro mejor que el suyo.
Es nuestra obligación, por España y por todos los españoles, de todo signo.
Despertemos.