La discusión sobre las razones de la reelección desaseada y hasta vergonzosa de Rosario Piedra Ibarra a la Comisión Nacional de Derechos Humanos es interesante y significativa. Lo cual no quiere decir que sea necesariamente un debate informado, ni que todos los análisis e hipótesis al respecto sean ciertos o fundados. Lo obvio es lo impresentable de los sucesos: se le vieron las placas a Fernández Noroña, a Adán Augusto López, y a Alejandro Esquer y, supongo, al encargado de relaciones con las Cámaras en Palacio Nacional. En torno al cual desde hace semanas me he preguntado si existe, y en caso de ser así, en manos de quién está. Pero el fondo del asunto es a la vez más trascendente y menos evidente.
Sigo pensando que en lo esencial la presidenta y López Obrador están fundamentalmente de acuerdo no sólo en las grandes líneas estratégicas de la 4T, sino también en el detalle de las políticas públicas. También creo, como lo sugiere la propia Sheinbaum, que López Obrador no se la pasa leyendo los periódicos en la mañana y opinando sobre cada detalle de cada asunto a lo largo del día. No es que tenga algo más que hacer, sino que nunca le han interesado tanto esos temas. Por lo tanto, la idea de que AMLO le impuso a Sheinbaum la reconducción de Piedra Ibarra me parece exagerada y probablemente falsa. La pregunta más interesante sin embargo consiste, en mi opinión, en las razones que pueden haber llevado tanto a López Obrador como a Sheinbaum -sin importar la secuencia- a apoyar la reelección de una persona evidentemente inapta para el puesto al que aspiraba de nuevo.
Hay quienes sostienen que López Obrador simplemente le pidió/exigió a Claudia Sheinbaum que permaneciera Piedra Ibarra en el puesto porque sentía un compromiso o deuda con ella. En vista de que, en general, el tabasqueño nunca se ha caracterizado por tocarse el corazón para olvidar promesas o compromisos realizados con anterioridad -pregúntenle al pobre de Ebrard- me parece dudosa esta especulación. Tampoco creo que el expresidente piense que una persona tan inepta, tan ignorante y tan corrupta sea idónea para una tarea que él desprecia pero que de todas maneras reviste cierta importancia. La pregunta entonces es por qué dos personas bien informadas -nada tontas- y fundamentalmente en plena coincidencia, convergen en una decisión en apariencia aberrante.
La única explicación que me surge a la mente es la que varios ya han mencionado: el ejército. Obviamente las recomendaciones hipotéticas de una CNDH independiente o mínimamente no sumisa le pueden resbalar a los militares. Pueden perfectamente convivir con más denuncias, más recomendaciones, más investigaciones, como lo han hecho a lo largo de las últimas tres décadas, desde que se creó la CNDH en la época de Salinas. Pero es preferible vivir sin todo ese lastre, que puede convertirse en un verdadero dolor de muelas para las fuerzas castrenses mexicanas. Y Piedra Ibarra tenía y tiene la enorme ventaja de no representar amenaza alguna para las fuerzas armadas, en particular para el ejército, y muy en particular para lo que podría ser un nuevo enfoque militar, a saber, volver a la guerra de Calderón y a los índices de letalidad de la misma. Me parece perfectamente lógico que el ejército en particular haya hecho saber a la presidenta, directamente o vía Palenque, que vería con muy malos ojos la sustitución de esta persona incapaz y cobarde, por cualquiera de un par de activistas más o menos congruentes.
Me resulta evidente que un ukase de esta índole revestiría un enorme peso para Sheinbaum, y no sería absurdo que el mejor método para hacerle llegar la exigencia fuera vía el rancho de La Chingada. Si hay un ámbito en el que López Obrador puede ayudar a Sheinbaum, en el mejor sentido de la palabra, es en el trato con los militares, estamento que ella desconoce y que inevitablemente le tiene resquemor en todo caso por ser mujer. Antes que andar buscando maximatos que sí existen, pero que no necesariamente vienen al caso en este episodio, creo que conviene más ver las cosas como probablemente son: al ejército, a Claudia Sheinbaum, y a López Obrador, les da urticaria el tema de los derechos humanos. Conservar a Piedra Ibarra en la CNDH es el mejor antídoto contra esa comezón.