OPINIÓN

El ejemplo de Sadio Mané

por Carolina Jaimes Branger Carolina Jaimes Branger

Foto: Instagram @sad10mane

Sadio Mané es uno de los jugadores de fútbol más famosos del mundo. Humilde, trabajador incansable, nunca ha olvidado sus raíces. Sus padres todavía viven en el pequeño pueblo de Banbali, en el sur de Senegal, donde nació y creció.

Cuando era adolescente, manifestó sus deseos de jugar al fútbol profesionalmente. Sus padres trataron de disuadirlo, pues para un senegalés pobre aquello era irrealizable. Le insistían en que debía concentrarse en su trabajo escolar. Pero Sadio, decidido a demostrarles cuán equivocados estaban, se dedicó con alma, vida y corazón al fútbol. Y esa dedicación fue finalmente recompensada. El primer paso en firme se cristalizó cuando fue adquirido por la Generation Foot Academy en Dakar. En 2011 se dirigió a Francia cuando la ciudad de Metz lo contrató para jugar en su equipo. Hoy es la estrella del Liverpool FC de Inglaterra, con un sueldo de aproximadamente 200.000 dólares por semana.

Sin embargo, Mané no es de los pretenciosos. Tampoco gasta en excesos. Recientemente en las redes reportaron –fotos incluidas– que fue visto en muchos lugares con teléfonos móviles rotos. “¿Por qué alguien que gana casi 1 millón de dólares al mes anda con celulares rotos?” era la pregunta que muchos se hacían. Me puse a buscar la respuesta y la encontré en Quora (https://es.quora.com/Qué-es-lo-más-desgarrador):

“Cuando se le preguntó al respecto, dijo que lo arreglaría”.

“¿Por qué no comprar uno nuevo?”.

“Puedo comprar mil. También diez Ferraris, dos jets, relojes Diamond o muchas otras cosas, pero me dije: ‘¿para qué necesito todo esto?’. Padecí la pobreza y entonces no pude aprender. Pero ahora construí escuelas para que los niños pudieran aprender. Yo jugaba sin zapatos, no tenía buena ropa, no tenía comida. Tengo tanto hoy que quiero compartirlo con mi gente en lugar de presumir. ¿Qué harán estos objetos por mí y por el mundo? No necesito exhibir autos de lujo, casas de lujo, viajes y hasta aviones. Prefiero que mi gente reciba un poco de lo que la vida me ha dado».

Y así ha sido: Mané es frugal consigo mismo y generoso con los demás. Recientemente pagó por la mejora de la mezquita local, como observante musulmán que es. Donó 57.000 dólares para ayudar a combatir el coronavirus en Senegal, “un soplo de aire fresco”, según las autoridades sanitarias del país. En sus redes sociales apoyó decididamente la campaña de tomarse las cosas en serio e instruyó a sus seguidores a usar mascarillas, lavarse las manos adecuadamente y desinfectarse con regularidad.

En 2018 donó 280.000 dólares para construir una escuela en Banbali. En julio de 2019, Mané visitó su ciudad natal para supervisar personalmente el sitio de construcción y asegurarse de que todo fluyera sin problemas. «La educación es muy importante. Esto es lo que les permitirá tener una buena carrera», les dijo a los niños.

Quizá lo más increíble que Mané haya hecho fue ir a ayudar a un compañero a limpiar los baños de la mezquita Al-Rahma en Liverpool, donde profesa su fe, horas después de una victoria contra el Leicester City. Limpiaba el inodoro sin darse cuenta de que estaba siendo filmado. Y le pidió encarecidamente al dueño del video que no lo subiera a las redes, porque no lo hacía para promocionarse, sino para ayudar a su amigo.

Cuando su autobús llega a algún destino, quienes descargan los equipajes tienen en Mané una mano amiga que los ayuda. Y en las zonas más desoladas de Senegal, Mané aporta mensualmente 100 dólares como ayuda para cada familia.

Cuando leí su historia, pensé en todos estos revolucionarios de pacotilla que tenemos en Venezuela. Su amor por los pobres duró hasta que descubrieron lo fácil que era robar el Tesoro Nacional. Después de hacerse ricos, no ayudan a nadie, porque nunca quisieron ayudar a nadie. En mi memoria retumban las palabras de Giordani: “La revolución necesita a los pobres”.

Los pobres del mundo necesitan a personas como Sadio Mané, que los ayuda a salir de la pobreza. No a quienes los usan para hacerse groseramente ricos y peor aún, obscenamente indiferentes.

@cjaimesb