Venezuela es el caso más relevante en el continente americano de las consecuencias generadas en todo un espectro de condiciones sociales y económicas donde se destacan las migraciones como la resultante de mayor incidencia en los tiempos modernos ocasionada por la implantación del régimen socialista. La oleada migratoria se inició a consecuencia de la compleja emergencia humanitaria que comenzó a sufrir Venezuela a partir del año 2004 como efecto de una crisis, especialmente económica la cual viene creciendo exponencialmente. Esta crisis provocó inicialmente la «migración forzada” de más de cinco millones de venezolanos, quienes se localizaron preferentemente en países latinoamericanos y norte americano, sin dejar de lado algunos países europeos.

La migración tuvo una composición integrada en buena medida por una juventud preparada profesionalmente, de gran capacidad e iniciativa y fueron acogidas con éxito en los países receptores; pero desgraciadamente esa transferencia intelectual y cultural descapitalizó al pensamiento crítico y privó de sus competencias al país en beneficio de otros los cuales han engrosando su capacidad técnica y cultural.

Cualquier persona medianamente culta sabe que la población de un país en general, pero muy especialmente el nuestro, tiene una distribución etaria que simula en su representación gráfica una pirámide la cual tiene una ancha base de personas de muy poca edad que van subiendo a tramos hasta llegar a la punta de la pirámide, muy delgada e integrada por personas de significativa edad. Pues bien, el drenaje de las personas que se marcharon fue preferentemente de jóvenes lo cual impactó en la estructura demográfica cuya representación gráfica dejó un hueco en ambos lados de la pirámide y su visión se muestra como una pirámide adelgazada en la mitad y su analogía la hace apreciar como una bailarina, con delgada cintura y apariencia típica de la venezolana, efecto dramático para la composición demográfica de Venezuela que se quedó significativamente con un gran porcentaje de muy jóvenes nacidos “en revolución” y personas de la tercera edad.

El volumen de migrantes a diferencia de las migraciones  anteriores continua creciendo y  el perfil del migrante de esta nueva y reciente ola no se detiene, atraviesa todo el espectro social y territorial y, algo más del cincuenta por ciento posee una condición vulnerable en sus competencias, incluso en cierta medida son producto de la estrategia del régimen de “invadir territorios enemigos para contribuir a desestabilizarlas” Esta cifra es consistente con los resultados de la última «Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi)”. En buen grado, esta condición de vulnerabilidad ha provocado una xenofobia creciente hacia el venezolano común cuya transculturización deja mucho que desear en el exterior, y ha dificultado a este grupo de emigrantes su asentamiento, desplazamiento, ingreso e inserción social en los países escogidos como destino.

Dentro de este contexto, y de acuerdo con el informe «Refugie And Migrant Needs 2022” «los costos de vida, incluidos los alimentos, la energía, los alquileres y los medicamentos, se dispararon en toda la región, lo que afecta profundamente no solo a los refugiados y migrantes vulnerables que requieren ayuda humanitaria en sus largos caminos a través del continente, sino también a las comunidades de acogida. La competencia resultante por puestos de trabajo, plazas de inscripción en escuelas, vivienda y otros servicios entre las comunidades de acogida ha aumentado las tensiones sociales y puesto a prueba niveles de solidaridad razonables”.

Este conjunto de factores lleva a concluir que los eventuales retornos de la gente tan publicitados por el régimen con la conocida propaganda demagógica y de los  que puedan producirse en un futuro cercano no serán definitivos. Los mismos se traducirán en una circularidad de movimientos donde la mayor parte de los venezolanos permanecerán en los países a los que migraron, si no permanentemente, a mediano y largo plazo, así será y, es muy difícil que después de ser transculturizados, hayan tenido éxito, creado  familia e incluso se hayan nacionalizado, regresen algún día, a no  ser de vacaciones si el tiempo  lo permite; por lo tanto, “asegurar que estos puedan integrarse a su regreso a los mercados laborales, los sistemas de salud, educación, y a las comunidades locales, y puedan beneficiar como a las sociedades en las que viven” es iluso o poco probable. En realidad, este descomunal éxodo significa para el país una gran tragedia cuyos impactos negativos se extenderán hacia el futuro, incluso pondrán en duda el calificativo de nación o de ciudadanía.

A pesar de las dificultades descritas, y de que en la actualidad algunos índices macroeconómicos en Venezuela han mostrado artificialmente una no creíble recuperación, su mensaje oficial es estimulado por la desinformación planeada y destinada a demostrar su efecto, lo cierto es que, hasta los momentos, la conjunción de estos factores demuestra artificialidad y no va a detener la salida de venezolanos del país, y tampoco va a lograr el retorno del cacareado plan Vuelta a la Patria, el cual no ha logrado los resultados difundidos falsamente, solo lo han hecho unos 30.000 venezolanos, por cierto, muchos militantes oficialistas que fueron deportados al descubrir su condición gatopardiana y de enriquecimiento ilícito. Esa cifra es insignificante frente a los millonarios flujos migratorios, los cuales se estiman muy cerca de 8 millones de personas, es decir, la cuarta parte de la población actual. Los que permanecen en el país ven cómo la crisis los penetra, afecta y crea condiciones de supervivencia precarias y desesperanza dentro de un cuadro de extrema pobreza cuya variable más importante son los niveles de ingresos, humillantes, irreales, pero, sobre todo, en una danza macabra de la moneda oficial hiperinflacionaria.,

Luego de algunos meses de relativa estabilidad, el bolívar no ha parado de devaluarse y continúa impactando de forma negativa al menguado salario mínimo que actualmente equivale a solo a doce dólares mes. Al propio tiempo, en septiembre del pasado año el costo de la canasta alimentaria para el grupo familiar de cinco personas ya había alcanzado casi los 400 dólares americanos de acuerdo con los datos suministrados por el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda), su efecto en la pobreza de la población en Venezuela, que es medida según el nivel de ingresos, alcanza actualmente 81,5% de la población en comparación con el año 2021 y ha sido calificada como extremadamente alta. En estos momentos, 8 de cada 10 venezolanos no cuentan con los recursos suficientes para adquirir la canasta básica. Por otra parte, la supuesta mejoría artificial de los indicadores macroeconómicos se ha distribuido de forma muy desigual en el país.

Esta es la verdadera tragedia del venezolano, el “efecto bailarina” que ha dejado a una gran población sin educación, brechas sociales, ausencia de valores y sentimientos especulativos por no decir de odios; con una población madura cuya categoría de clase media desapareció y ve transcurrir su vida en retiro de forma difícil de mantener y mucho menos de emigrar. Solo se vive del patrimonio que logró en ambientes democráticos; vive en un país integrado mayoritariamente por el  “hombre nuevo”, utopía chavista, desesperanzado, sostenido por la dádiva oficial, sujeto de desinformación y obviamente, de educación; manipulado por la vieja dirigencia política aliada al régimen haciéndole el juego al mejoramiento y rescate del país por la vía electoral, solución salomónica y que destinada a mejorar sus ingresos y condición de vida, sujetos a las directrices y estrategias de variados viejos rostros políticos, muy conocidos, que ahora pretenden usar estrategias de selección para ofrecer una cara que será desfigurada por el oficialismo el próximo año.


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