Desenchufada, o por nunca (y) jamás enchufada, la mayor parte de la población únicamente accede al dólar de baja denominación, además de celebrar sus limitadas incursiones digitales. Al faltar la moneda nacional de curso legal y de prohibitivo ahorro, luce inevitable transarse en divisas por la modesta prestación de servicios e intercambio de bienes que contrasta con el manejo de los grandes caudales que requiere fundamentalmente de cuentas bancarias extranjeras y de todos los artilugios financieros en la gestión legítima o ilegítima de capitales.
Para las cifras menudas, muy poco frecuentadas por el euro, el común comercio formal e informal ha desarrollado una extraordinaria capacidad de absorción, como no lo logra la banca nacional. Sostenida la demanda de alimentos al detal, a la cebolla y al par de tomates aún más encarecidos en los mercados municipales, se une el blíster de unas pastillas de marca dudosa, todavía no vendidas por unidad, colocando sucesivamente en muchas manos el billete de dólar sometido una y otra vez a la prueba de un artefacto, seguramente originado en el pago hecho al reparador de la nevera, al médico consultado, o al funcionario público que agiliza un trámite apenas inventado.
Aumentan inmisericordemente los precios, generando la ilusión óptica de una devaluación del dólar frente a sí mismo, haciendo imposible guardar el preciado papel moneda: lo que es peor, pagamos con él a proveedores que entusiastamente lo reciben, pero muy difícilmente nos dan el vuelto en las más sencillas denominaciones. Moneda forzada a circular, porque lógicamente no emitimos la divisa, es succionada para su rentable y masiva recolocación que nada tiene que ver con el humilde usuario o consumidor, por muy buen cliente que fuere.
Asimismo, el plomero o el litigante relativamente exitosos, lucen como los colocadores por excelencia de las divisas menores: recurrente en los grandes supermercados, tardan en darnos el vuelto y, con el pretexto de la insuficiencia o indisponibilidad de los dólares, por nimia que sean las cantidades, desean solamente dar el cambio en bolívares. Las llamadas camionetas-por-puesto incurren en el descaro de seguir la tasa que se les antoje, por debajo de la del Banco Central, dando por vuelto un billete viejo y arrugado de dólar, y muchos bolívares, además, mal encaradamente.
Entonces, no sabemos a qué atenernos, integrando esas grandes mayorías que tienen en el bolsillo dólares de menor cuantía para el subsidio de la actividad y rentabilidad financiera de quienes sistemáticamente los chupan. La poca remesa que llegó en divisas constantes y sonantes, ingresa al circuito nacional de intercambio, sin que salgan más nunca del país, perdiendo el calibre, finalmente desechadas por el abusivo uso y desgaste.
@Luisbarraganj