OPINIÓN

El disfraz de la dimensión teleológica entre Israel y Gaza

por Javier Vivas Santana Javier Vivas Santana

Foto: EFE

Quien no entiende los ritos es incapaz de establecerse. Quien no entiende las palabras es incapaz de entender a nadie.

Confucio (Analectas)

Comprender una dimensión teleológica no es una aquiescencia, es aceptar la duda sobre el Alfa y el Omega del origen, la existencia y el fenecimiento de la vida. Desde Sófocles con su impecable narrativa hecha dramaturgia sobre la tragedia marcada por lo espiritual, sumergida por cripticas muertes, hasta el descubrimiento en 1947 de los manuscritos o mejor conocidos Rollos del Mar Muerto, así como posiciones radicales del sentir en el Kerigma cristiano, la Biblia, el Corán, entre otras; también resultan parte del estudio sobre el ser, aunque desde una perspectiva religiosa, que en sus estructuras filosóficas, desprenden escenarios que apartados de sus diferenciaciones de fe, todas van unidas por el mismo origen de creación, y la esperanza de otra vida después del fin biológico de la vida misma.

El desarrollo teleológico marca una abertura hacia el origen espontáneo de las especies, pero ello no implicaría per se una aceptación radical de la teoría creacionista, aunque por su orientación filosófica y sus fundamentos etiológicos fue adoptada por parte de la teología como apéndice para la sustentación de la existencia de Dios.

La teleología representa en la noción de la dimensión un oxímoron sobre el cual pudiéramos interrogarnos: ¿Se ha convertido la teleología en introito teológico de la ciencia contemporánea? O por el contrario ¿Es la ordalía de la epistemología moderna? O tendría razón Nietzsche en La Gaya Ciencia cuando intenta explicarnos que en la búsqueda que hacen algunos seres humanos en lograr el bien para otros, semejante acción tiene como propósito ejercer el dominio sobre los necesitados, y que a su vez estos encuentren marcada dependencia en sus benefactores.

Y si revisamos como Shankara ese creador de la Vedanta de los hindúes, también con una estructura de pensar metafísica, (ontológica diríamos, desde una profundidad de cómo veía el origen del ser) no sería casualidad su conversión en Sannyasin; y al igual que Heidegger, sólo que adelantado en 11 siglos, iba al encuentro de la trascendencia espiritual (visión teleológica), al espacio del Brahman, hasta el sendero que podía llevarlo su alma espiritual, para posteriormente, en la verdad doctrinaria del Upanisad, exponer la teoría de la transmigración (reencarnación) de las almas, que también fue compartida por los egipcios.

Lo teleológico se encuentra entre una línea divisoria que separa lo creacionista de lo evolucionista, la certidumbre de la incertidumbre, lo conocido de lo ignorado, lo vivo de lo inexistente, lo religioso del ateísmo, la muerte de lo espiritual, lo biológico de lo cosmológico.

En “teoría” su misión más que intentar dar una respuesta, debería enfocarse en generar una permanente reflexión sobre todo lo que acontece, sobre todo lo que (des)vincula al ser ontológico con su naturaleza, con su origen, con sus sentimientos, con su realidad. No obstante, cuando regresamos al pensamiento de Mosheh ben Maimo, mejor conocido Maimónides (llamado también Moisés, entre la comunidad judía), observamos la manera en que su “razón” iba diciéndole sobre la necesidad de modificar el Mishné Torá (legislación judía), con lo cual, bien pudiéramos comparar, o determinar el cómo lo teleológico, a lo largo de los siglos, se modifica, incluyendo el más rancio y conservador pensamiento de las estructuras de pensar, cuando termina sucumbiendo a la praxis política, ¿social?, antes que a los designios del espíritu.

El disfraz teleológico

La historia ha tenido, tiene y seguirá teniendo grandes confrontaciones en el ejercicio del poder y el dominio por los recursos naturales. Por ello, el ejercicio de los procesos ideológicos es quizás la principal herramienta que utiliza la lógica del capital desde los múltiples escenarios que conforman las sociedades (dominadas o anarquizadas) para impedir la construcción de auténticos espacios que señalen otra manera de vivir. Bien señalaba Foucault (1979) los apóstrofes que Nietzsche lanzó contra la historia, y es allí donde ésta convertida en historicismo ha perdido la batalla, porque no ha podido a lo largo de su (contra)evolución (re)encontrar en la nomenclatura de sus textos y hechos transformar las amarguras de la vida en eudaimonia.

Si el historicismo disfrazado de teleología pretende avistar el fin irremediable de nuestra historia (movida por una fe), partiendo de la lucha a muerte entre Israel y Gaza debe comenzar por desprenderse de esa falsa (des)vinculación con las argumentaciones de otros “seres” quienes amparados en su fuerza política han justificado sobre falsos posicionamientos sociológicos, nuevas doctrinas “filosóficas” para vencer o derrotar al ser ontológico, espiritual, físico y creativo. Bien había dicho Hegel que un pueblo feliz no tenía historia.

Por eso, precisamos una regeneración del pensar, que no sólo está movida ante los abusos promovidos desde los propios Estados ancorados en su visión constituida del poder, sino que asume aquellos aspectos que han sido ignorados en el pasado del conocimiento por y para la humanidad que pretenden seguir convirtiéndose en zascandiles del hecho pedagógico, y perpetuar sus doctrinas del “bienestar común”, es decir, creando dos estados emocionales en el ser: el primero asociado con la anamnesis histórica, y el segundo anclado en el dictum de las normas y leyes, lo cual sentenciaría el aborto de la llegada de la posmodernidad ante la permanente simbiosis restrictiva y anárquica del pensamiento.

Tampoco Strauss (1964) quien en alguna oportunidad afirmó que el problema teológico – político era unificador de sus investigaciones, terminó planteando una dicotomía filosofista cuando en representaciones de sí o no, habló de una filosofía que puede refutar lo descubierto, y otra que simplemente no cree sobre tal revelación. En todo caso: ¿Cómo podría la filosofía acercarse a una propuesta de sustentación teórica, ante los “hallazgos” que sólo mueven la fe? ¿Es posible que la teleología mantenga un discurso de divergencias entre el ser y sus connotaciones morales y éticas, manchadas (justificadas) éstas por una razón política o social? No es fácil internarse en la teleología. Hay una profunda manipulación entre el texto escrito y lo que supuestamente se entiende por religión.

La dialéctica entre la razón y el pensamiento cristiano no tienen asidero en el actual contexto tecnológico del capitalismo y lucha por el poder político, en donde el pragmatismo y la subvaloración de la consciencia han sido trastocados por las ambiciones desmedidas del enriquecimiento y las necesidades artificiales. De hecho, el cristianismo ni siquiera se inspira en el ser metafísico (de allí su adversidad por la mitología helena), sino en el espiritualismo, el cual pese a ser éste una razón eminentemente metafísica, el aceptarla como tal (metafísica), sería (auto)destruir su visión sobre el origen creacionista de la vida, más aún interpretando las apsaras de su fuente y su doctrina para llegar a ser “elegido” o alcanzar la eternidad. Spinoza, quien en sus predicaciones fue ideólogo del panteísmo, y a pesar de ser considerado en su tiempo como hereje, revisando su tratado entre lo teológico y lo políticoes innegable el sentimiento asociado con Dios y su espacio filosófico desde lo geométrico hasta sus entidades conceptuales. Sin embargo, hay que advertir que también sus ideas marcan esa línea divisoria, especialmente en el campo de la libertad, al hacer de esta, una especie de conducta limitada en algunos aspectos.

Atrás quedó la libertad del pensamiento, la crítica sobre aquellos que pregonan un existencialismo que atenta contra la existencia misma, y sobre todo el desamartelamiento por la consciencia humanitaria.

En la regeneración del pensar la dimensión teleológica tiene una veta estrictamente pedagógica, que busca desde la fragmentación de las texturas del pensamiento, es decir, la escritura, la poesía, la música, la escultura, la pintura, las manualidades (alimenticias, textiles y naturales) y las áreas del conocimiento asociadas con el trabajo, la integración de éstas a través de la (sub)consciencia, atravesando los rincones del alma, extrapolando la libertad espiritual. Cercenar la interpretación autónoma y subjetiva del ser significaría condenar al pensar entre lo restrictivo y anarquista –lucha a muerte entre Israel y Gaza–, profundizar con ello, la(s) abertura(s) del absoluto, y por ende, subsumirse en lo alienante. Lo teleológico no puede estar circunscrito entre Atenas y la nueva Jerusalén. O entre el caos y la salvación. También hay que (de)construir el pensamiento religioso para recorrer el camino subjetivo entre filosofía, sociología y política. Encontrar la salida al eterno retorno. Buscar el camino para el ser.

@vivassantanaj_