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El discreto desencanto del star system

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Un asunto familiar quiere hacer verosímil un nuevo junte entre Nicole Kidman y Zack Efron, después de que ambos protagonizaron un filme más ambicioso y tórrido en “Paper Boy”, película fallida de Lee Daniels, pero una pieza de colección al lado del largometraje de la semana de Netflix.

En Un asunto familiar no faltan nombres y títulos de relumbrón: ahí tenemos a las dos estrellas del reparto, a Kathy Bates volviendo al mundo de la escritura luego de interpretar a la editora terrorífica de Misery, y el crédito de dirección de Richard LaGravenese, quien lleva décadas en Hollywood, cultivando buena fama por los guiones de obras maestras como Los puentes sobre Madison y Pescador de ilusiones.

Pero suele ocurrir, últimamente, que el servicio de streaming se vale de figuras así, para exprimirlas en trabajos alimenticios que carecen de futuro, al acentuar la crisis del medio interpretativo y creativo en la industria.

Por eso, las mejores intenciones de Un asunto familiar van naufragando delante de la pantalla, conforme suceden las situaciones forzadas de su libreto de manual, donde Efron y Kidman juegan a incorporar a la pareja dispareja de una comedia romántica intergeneracional.

Él asume la identidad de una egocéntrica celebridad de la meca, como tantas, consumido por hacer el mismo papel de superhéroe en una franquicia ridícula de acción.

Lo acompaña una fiel asistente que le compra el mercado y le lleva los lates a la oficina, cual hija de El demonio viste de Prada.

Así que el chiste es repetido, carece de la garra de otrora, y no termina por ser la sátira negra que demandan los tiempos contra la mediocridad que campea en la producción de alto presupuesto.

El humor se siente blando y fuera de timming, como viene siendo usual en el Netflix que programa el bodrio de la explotación de la nostalgia por Senfield.

Puede existir un ángulo de interés por el retrato que compone la asistente como una joven centennial que sufre de ansiedad por su lectura “selfie” de todo, pensando que el mundo gira a su alrededor.

De hecho, el sostén de conflicto se cierra en la relación de la asistente con su madre, la escritora de Nicole Kidman, cuando conoce al personaje de Zach Efron y ambos parecen darle una oportunidad al amor a primera vista.

Desde entonces, surge un problema de química en el set, que traspasa la cámara y compromete la credibilidad del contenido.

No se palpa el convencimiento real de los histriones, que convierta a la película en un nuevo clásico de Richard LaGravenese.

Si acaso optará por nominaciones a las frambuesas de oro que premian a lo peor del año.

Hay escenas vistosas que facilitan el trámite y que permiten descubrir el dejo de un subtexto que no acaba por cuajar, como que la vida continúa para los protagonistas en la extensión del simulacro de una burbuja higiénica, publicitaria y gentrificada.

Un Mundo Post Barbie y Ken, en el que se finge vincularse sentimentalmente, dentro de una serie de decorados irreales, que ocultan las verdaderas miserias del contexto.

De pronto, Richard LaGravenese ha perfilado un filme más crítico y punzante en el papel. Uno que desnuda el propio devenir plástico de sus estrellas operadas.

Pero después de todo, Un asunto familiar prefiere irse por lo cómodo y condescendiente, para no herir susceptibilidades.

Reflejo quizás del eclipse de los ídolos del cine y de la burocracia corporativa que los encumbró.

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