OPINIÓN

El dilema no es negociar o perecer

por Gonzalo González Gonzalo González

La presente reflexión viene a cuenta del título más que del contenido de un artículo publicado en el diario Tal Cual (16/6/2021) por Héctor Pérez Marcano intitulado “El dilema es negociar o perecer”.

La relevancia del título proviene del hecho de que retrata adecuadamente la manera casi agónica en la cual se posicionan algunos partidarios de la negociación como fórmula para salir de la crisis ante la posibilidad de que se concrete un proceso de negociación entre el régimen y las fuerzas democráticas.

Una solución negociada que allane el camino hacia la restauración del orden constitucional (porque no otro puede ser el objetivo de la negociación para el campo democrático) es, indiscutiblemente, la mejor fórmula para comenzar a superar la megacrisis que azota a Venezuela como Estado y como sociedad. Por ello es ineludible política y éticamente hacer todo lo posible por materializarla. El problema estriba en que el chavismo, de verdad, tenga incentivos y esté dispuesto en consecuencia a transitar ese camino.

Asumir la negociación como la única vía para superar la situación  venezolana no es una postura acertada ni un posicionamiento realmente pragmático. Históricamente, aquí y en otras sociedades, la resistencia y la superación de regímenes dictatoriales se ha producido por diferentes vías y expedientes; de hecho el 23 de enero de 1958 fue una rebelión cívico-militar. Políticamente  encasilla a las fuerzas democráticas en una suerte de reduccionismo en cuanto a la estrategia para resistir y vencer a la dictadura. La presión de calle, el voto, el diálogo –negociación, la presión internacional y las sanciones han sido asumidas, en el pasado reciente, como excluyentes entre sí. Cuando en realidad, debido al tipo de régimen al cual se enfrenta, son necesariamente complementarios y el acento en cualquiera de ellos lo dictan las circunstancias.

Posicionarse de manera dilemática ante ese tema cuando puede estarse en ciernes de un nuevo proceso de negociación comunica desesperación y debilidad, talantes y actitudes nada favorables ante cualquier interlocutor cuando se va a negociar; más aún ante uno como el chavismo poco propenso a negociar en los asuntos del poder por su condición no democrática.

Tampoco ayuda a llegar con fuerza a la negociación el acuerdo suscrito unilateralmente con el régimen por los sectores democráticos partidarios de concurrir a votar como sea en la conformación del nuevo CNE y las concesiones hechas sin contraparte en la nueva gestión del ente comicial: aceptar megaelecciones cuando lo que correspondía en todo caso eran comicios regionales, lo de prepararse para elecciones “medianamente transparentes” y no plantear con la debida fuerza lo referente a las condiciones para que el proceso sea justo y competitivo.

Es bastante probable que el chavismo intente alargar lo más posible el eventual proceso de negociación para ganar tiempo. Puede hacerlo a un relativo bajo costo porque parte con la ventaja relativa que le da su control de la situación, la pandemia, la ausencia de amenazas serias e inmediatas a la gobernabilidad, la división opositora, un entorno latinoamericano que pareciera evolucionar favorablemente hacia sus propósitos continuistas y el apoyo sin ambages que le proporcionan China, Rusia, Cuba, Irán y Turquía.

En todo caso, haya o no negociaciones, las fuerzas democráticas tienen retos y tareas a cumplir para poder resistir con éxito a la dictadura: superar su crisis de representatividad, recomponer la unidad de sus diversos sectores, resolver una estrategia común, devolverle a la mayoría social la esperanza de que el cambio político es posible, recuperar la capacidad de presión y movilización ciudadana, construir organización, dotarse de un discurso y una narrativa compartida…

El dilema real y existencial de la sociedad venezolana es el de resistir o asimilarse a un status quo que nos ha conducido a una crisis humanitaria compleja y se empeña en perpetuarse sine die.