Una vez más, ante la inminencia de una nueva elección de autoridades regionales y municipales, se presenta la disyuntiva para los venezolanos de participar en dicha elección o abstenerse de hacerlo. Esa duda se origina de la apreciación del escenario social, económico y político en el cual se desarrolla este proceso, que no difiere en absoluto de los escenarios existentes en previos procesos electorales. Por razones de espacio, sin soslayar la precariedad de los otros escenarios, me referiré solo al político, el cual, una vez más, está caracterizado por un asfixiante ventajismo oficial mediante el empleo de recursos del Estado para la campaña electoral, despojo de símbolos a las organizaciones políticas opositoras, desconocimiento arbitrario de las autoridades genuinas de los partidos, cientos de presos y exiliados políticos civiles y militares, corrupción judicial, ausencia del Estado de Derecho, opacidad en la elaboración del Registro Electoral, inseguridad jurídica, ilegitimidad del organismo rector electoral, permanente amenaza a los medios de comunicación y a la libertad de expresión, entre otros mecanismos de represión. Este cuadro de cosas genera la discusión entre los venezolanos sobre la pertinencia de votar o no votar, con argumentos muy válidos en cada caso. En este artículo me referiré a cada uno de esos grupos, exponiendo algunos de sus argumentos, para mantener cada una de esas posiciones, las cuales lucen irrenunciables.
En el primer grupo, en el cual me encuentro, estamos los partidarios de ejercer el derecho al voto, aun en las condiciones adversas existentes. Es por eso que puedo expresar, en primera persona, las razones que nos llevan a pronunciarnos a favor de la participación. Siempre he mantenido, como posición, la conveniencia de votar. No hacerlo limita la acción popular porque contribuye a debilitar la capacidad organizativa y de lucha de los ciudadanos ante el régimen que detenta el poder, más aún cuando éste no es democrático. En estos últimos años, la oposición democrática ha planteado, vehementemente, la abstención como expresión de lucha y de rechazo a la situación imperante. Creo que el resultado de esa acción está a la vista: el madurismo no solo se ha fortalecido al ocupar los cargos de elección popular más importantes sino que, además, ha sometido a nuestro pueblo a un inaceptable proceso de adoctrinamiento político y deterioro de su calidad de vida, agravado por la ausencia de una oposición política capaz de neutralizar esos esfuerzos. Por el contrario, participar en un proceso electoral, aunque no se cumpla con los estándares internacionales de imparcialidad, transparencia y oportunidad para todos los actores políticos, contribuye a fomentar la movilización popular y a evidenciar los abusos y atropellos que deslegitiman el proceso electoral. No puede ser lo mismo que un gobierno ejerza el poder sin que exista una fuerza opositora permanentemente activa, a uno en el cual esa oposición aproveche toda oportunidad para expresarse con gran fuerza.
Dicho todo lo anterior, paso ahora a exponer algunos de los argumentos de quienes optan por la abstención, los cuales he escuchado en conversaciones con amigos y en los planteamientos realizados, públicamente, por dirigentes políticos partidarios de esa opción. Está demás decir que aunque no los comparto, los respeto profundamente. Alegan quienes propugnan la abstención, entre otras cosas, que participar en una elección convocada por instituciones ilegítimas, irrespetando las normas establecidas, aun cuando pueda quedar demostrado que una inmensa mayoría rechaza al gobierno, el resultado siempre será una mayor frustración para los electores, porque el poder simplemente los anulará mediante estratagemas y subterfugios seudolegales, como ha ocurrido en todos los procesos electorales previos. Afirman, además, que no es necesario demostrar ante la opinión pública nacional o internacional el carácter fraudulento del proceso electoral, porque eso está más que demostrado, de lo cual se deriva el rechazo generalizado en los dos ámbitos anteriormente señalados y que, por el contrario, participando, debilitan el rechazo de la comunidad internacional, que no podría entender tal contradicción. Otro aspecto que se agrega a esta argumentación es la incongruencia que representa cohonestar la celebración de un proceso electoral, controlado por un régimen seriamente cuestionado internacionalmente por graves violaciones de los derechos humanos.
Ante este panorama, no podemos dejar de señalar la deplorable conducta de la dirigencia y de las organizaciones políticas opositoras que, obedeciendo solo a sus legítimas aspiraciones personales, se han dedicado a protagonizar una lucha interna por la nominación para optar a los diferentes cargos caracterizada por acusaciones mutuas y descalificaciones, sin tener en cuenta el clamor de los electores, de los gobiernos democráticos del mundo, y de destacados articulistas nacionales e internacionales, que han sugerido la necesidad de conformar una unidad robusta, con candidatos unitarios respaldados multitudinariamente, con la fuerza moral requerida para entusiasmar al electorado y convencerlo de actuar en uno u otro sentido cuando la situación lo requiera, así como de la conveniencia de una solución democrática de la crisis nacional. Sin embargo, el panorama que observamos es desolador. Estoy convencido de que esta lamentable dispersión, en la mayoría de los partidarios de ambas opciones, si el caso lo requiriera, podrían ser convencidos de ceder en su posición, ante la seguridad de contar con representantes idóneos, con credibilidad y fuerza moral, para conducirlos por el camino del triunfo. Ojalá privara la sensatez en los días por venir y los responsables de esta situación reflexionaran suficientemente para conjurar la incertidumbre. Abrigo pocas esperanzas, pero sigo siendo optimista…