Venezuela entra con un panorama político incierto al último trimestre de 2019. Después de los tres anteriores, el país bolivariano se debate entre dos realidades, la de Juan Guaidó y la de Nicolás Maduro.
Vladimir Putin, presidente de Rusia, lo dejó ver en la reunión que tuvo con Maduro la semana pasada en Moscú: “Rusia apoya consistentemente a todas las autoridades legítimas de Venezuela, incluida la Presidencia y el Parlamento”, informó la agencia de noticias rusa TASS.
Mientras tanto, en la 74° Asamblea General de la ONU en Nueva York, los presidentes de Brasil, Estados Unidos y Colombia dedicaron parte de su discurso contra el régimen de Nicolás Maduro, calificándolo de dictador, “marioneta” de Cuba, y “narcoterrorista”, respectivamente. Además, señalaron que en el socialismo “todo el mundo es pobre, no tiene libertad” [Jair Bolsonaro], y el mismo destruye “los pueblos y sociedades” [Donald Trump]. Duque llegó a comparar a Maduro con el serbio Slobodan Milosevic.
Putin ve una solución diplomática en Venezuela. El presidente de Rusia también le dijo a Maduro que “cualquier rechazo del diálogo es irracional, perjudicial para el país y conlleva solo amenazas para el bienestar de la población”. Sabe que no puede sostener la debacle económica de Maduro. Rusia no tiene músculo financiero para auxiliarlo. El tamaño del PIB –menor al de Canadá, Brasil, Italia, Francia– se lo impide. Lo único que puede hacer desde el punto de vista de capital financiero es apoyar el sector petrolero a través de la estatal petrolera rusa Rosneft en las empresas mixtas de Pdvsa.
Sin embargo, las dificultades para vender el crudo venezolano por la falta de buques –debido a las sanciones estadounidenses–, un excedente de inventarios en las terminales petroleras y los apagones eléctricos han afectado el negocio de Rosneft. Lo que ha impactado en el flujo de divisas a Pdvsa por la falta de contratos de “futuros suministros de petróleo y derivados”, a pesar del cumplimiento de Venezuela con el calendario de pagos en especies.
Por ello, Putin advierte sobre la amenaza inminente para el “bienestar de la población” de Venezuela. La consecuencia será el imparable éxodo venezolano por el deterioro continuo de la calidad de vida en el país bolivariano.
Para Putin la situación en Venezuela no es una lucha ideológica, entre izquierdas y derechas. Forma parte de su política exterior oportunista. Fundamentada en la debilidad, vacilación e indecisión en la toma de decisiones de Estados Unidos y los países democráticos latinoamericanos y europeos frente al Estado mafioso de Maduro. Como sucedió, en otro tenor, con Georgia en 2008, Crimea en 2014 y Siria en 2015.
Trump también cree en una solución diplomática para Venezuela. Su estrategia es la “presión máxima” sobre el régimen de Maduro. La semana pasada apretó más al círculo que sostiene a Maduro. Firmó una proclama prohibiendo el ingreso a Estados Unidos, inmigrantes o no inmigrantes, de militares (coroneles hacia arriba) y altos funcionarios (ministros y viceministros) del régimen de Maduro, así como de sus familiares. También, a los extranjeros que apoyan al régimen y a los que hacen negocios con sus funcionarios.
Por otro lado, esa misma semana, 15 países integrantes del TIAR acordaron la creación de una red operacional para identificar y sancionar a los funcionarios de Maduro relacionados con terrorismo, narcotráfico, violaciones de derechos humanos y lavado de dinero.
Para Trump la situación en Venezuela es de socialismo vs democracia. Sus acciones, para salir del régimen de Maduro, son similares en el efecto a las que se usaron para derrumbar el Muro de Berlín en 1989. Cuando se proclamó el fin de las ideologías.
Tanto Trump como Putin coinciden en la solución para Venezuela. Debe ser diplomática. Para el mandatario de Estados Unidos, Maduro debe dejar la Presidencia. Un gobierno de transición administra y genera las condiciones para las elecciones del nuevo gobierno que regirá los destinos de Venezuela. En el caso de Putin, Maduro y Guaidó deben establecer una hoja de ruta que permita elegir un nuevo gobierno en Venezuela.
En ambos casos, la solución política de la crisis no es suficiente. Porque en Venezuela la empresa criminal está enraizada en el poder. Es una de las estructuras que se ha fortalecido con la globalización del siglo XXI. En un mundo integrado, la lucha contra los valores de Occidente se hace a través las redes de negocios ilícitos, la apropiación de la propiedad intelectual, el terrorismo.
Si la presión máxima de Trump y el oportunismo de Putin siguen actuando de manera divergente en Venezuela, el país vivirá en un caos permanente. Hasta que la empresa criminal se consolide de nuevo internacionalmente, o los países vecinos y el pueblo no aguanten más.
Lo uno o lo otro se definirá en el último trimestre de este año.