La vida cotidiana de María Corina Machado, la candidata opositora que el régimen de Maduro, incumpliendo los acuerdos de Barbados, inhabilitó en las elecciones presidenciales, se ha convertido en una carrera de obstáculos. Como no la dejan subir en un avión, no puede ver a sus hijos, que viven fuera, y ha tenido que hacer campaña por el país en auto. Le impiden quedarse en hoteles y salir en televisión, y sus colaboradores más cercanos han acabado en El Helicoide, una cárcel infecta donde se tortura impunemente. Maduro la ha privado de afectos, medios y recursos para quebrarla. En realidad ha logrado convertirla en la imagen viva del pueblo venezolano.
Si alguien se parece hoy a las madres que tienen hijos lejos y deben hacer magia para sobrevivir en medio de limitaciones y arbitrariedades, es ella. Eso explica que la oposición esté unida y dispuesta a llegar hasta el final de un dudoso proceso electoral por primera vez en más de dos décadas de chavismo. El problema, claro, es que enfrente tienen a un déspota que controla todos los resortes del Estado y arrastra una lista de crímenes y horrores de los que sólo se libra permaneciendo en el poder. El mundo entero sabe que Maduro no juega limpio y mantiene la farsa electoral porque no quiere dar el paso de Ortega, reconocerse como dictador y verse relegado a la condición de paria en un continente que su antecesor bolivariano quiso unir y liderar. Esa sería una derrota humillante, la traición de todo aquello a lo que aspiró Chávez.
Su estrategia es por eso taimada. Ya le cerró las puertas a Corina Yoris, el reemplazo de Machado, pero dejó un resquicio para una tercera opción, el diplomático Edmundo González. Al mismo tiempo permitió la sorpresiva inscripción de Manuel Rosales, un personaje con fama de ‘alacrán’ entre los opositores, capaz de pactar en beneficio propio con Maduro. La situación al día de hoy es esta: Machado tiene los votos, pero no un candidato definido a quien dárselos; Maduro tiene el poder, pero no puede extralimitarse si aspira a que las elecciones tengan alguna legitimidad; Rosales está a medio camino: es un personaje a la medida de Maduro, que también, a falta de otra alternativa, puede acabar siendo la última esperanza de la oposición.
El dilema que se abre entonces es enorme. El riesgo de apoyar a Rosales es que podría, en caso de fraude, reconocer su derrota y darle a Maduro el reconocimiento que busca. Pero también podría ocurrir que Rosales, presionado por la mesa opositora y los electores, se viera a sí mismo como una verdadera alternativa a Maduro. Casos se han visto, como los de Lenin Moreno y Luis Arce, en que los ungidos acaban traicionando a sus mentores. Hoy lo único claro es que María Corina tiene un capital político enorme, que no puede debilitarse y que necesita el respaldo internacional. Al final, cuando las cartas se destapen, tendrá que depositarlo en alguien, el menos malo, y esa persona deberá sentir que el mundo entero lo está mirando.
Artículo publicado en el diario ABC de España