Las ideas y el discurso son sumamente importantes en política. En algunos casos explican una realidad preexistente; por ello, es necesario que la expliquen bien. En otros casos, las ideas y el discurso preexisten a la realidad y la crean, por lo que es conveniente que produzcan realidades beneficiosas para el interés general. Pero las ideas y los discursos llevados a ciertos extremos son peligrosos, pues tienden a chocar con la realidad, casi siempre más elástica y heterogénea que los rígidos moldes ideológicos a los que se intenta someter. Y el peligro es aún mayor cuando, frente a ese choque, quienes luchan por el poder procuran imponer la ideología por encima de la realidad. Si la imposición de una ideología de envergadura es un fenómeno conflictivo, ni que decir cuando se trata de una ideología malnutrida.
El carácter plurinacional de Bolivia es una creación ideológica. Atención: no es ni más ni menos que la unidad de la nación boliviana. Dicho en términos posmodernos, ambas son construcciones sociales. Salvo que un análisis de sangre de los habitantes de Bolivia detecte genes diferentes a los del resto de la humanidad, habrá que aceptar que su nacionalidad (sea uni- o pluri-) es una categoría con fronteras arbitrarias, trazadas por la mente humana. Se trata de fronteras que pueden cambiar y, de hecho, lo hacen con frecuencia.
Hasta aquí no hay nada distinto de lo que ocurre en el resto del mundo. Las diferencias comienzan cuando vemos que se trata de una ideología plurinacional mesiánica y llena de lagunas. Mesiánica porque se espera de ella la felicidad, como si de la llegada del mesías se tratara. Mejor dicho, ciertos líderes políticos y sociales le han prometido al pueblo que la plurinacionalidad sería la panacea universal. Por ello, se pone en todos los sitios como un amuleto. Basta revisar la Constitución boliviana de 2009 para encontrarse con Estado Plurinacional, Gobierno plurinacional, Asamblea Legislativa Plurinacional, Tribunal Constitucional Plurinacional, Órgano Electoral Plurinacional, identidades plurinacionales, diversidad plurinacional, conciencia plurinacional del pueblo, carácter plurinacional del gabinete ministerial… Como el rey Midas, la plurinacionalidad convierte en oro todo lo que toca.
Por otro lado, está llena de lagunas porque la teoría boliviana de la plurinacionalidad, desde que apareció a comienzos de 1980 hasta ahora, no ha conseguido superar ciertas contradicciones ni ha establecido una serie de bases sólidas, de definiciones de primer orden. Sin ir más lejos, no ha explicado qué diferencia hay entre una nación, una nacionalidad, una etnia y un pueblo. No ha explicado por qué unas comunidades pertenecerían a determinada categoría, y otras colectividades, a otra. Y esto no es una cuestión menor: su estatus de nación es lo que (supuestamente) les concedería el derecho a la autodeterminación. Es decir, que tendría consecuencias jurídicas y políticas relevantes.
En realidad, en este punto los defensores de la plurinacionalidad boliviana caen en el mismo error que los independentistas catalanes: se empeñan en justificar que sus comunidades constituyen una nación y que esa naturaleza les confiere el derecho a la autodeterminación. Sin embargo, la Carta de las Naciones Unidas no habla de autodeterminación de las naciones, sino de los pueblos. Con esto, quizá les convendría empeñarse en otros fines más provechosos y abandonar el mantra de la nación, tan biensonante como inútil.
El 29 de marzo pasado, el gobierno boliviano aprobó el decreto supremo N° 4900 “que aprueba el Manual de Uso de la Marca Conmemorativa del Bicentenario del Estado Plurinacional de Bolivia”. Insiste, así, en un uso que venía de la ley Nº 1347, de 2020: Ley del Bicentenario del Estado Plurinacional de Bolivia. ¿Bicentenario del Estado Plurinacional? ¿No fue establecido en 2009?
Se podría pensar que a los redactores de estos textos se les ha ido de las manos el entusiasmo por plurinacionalizarlo todo. No obstante, aquí es donde entran en juego las contradicciones propias de toda ideología y los choques con la realidad. Primero, el cuerpo encargado de organizar los festejos se denomina Consejo Nacional y las directrices que ha de seguir constituyen un Plan Estratégico Nacional. Repentinamente, la plurinacionalidad desaparece, sin saberse muy bien por qué el Consejo y el Plan no son plurinacionales.
Segundo, los festejos de un bicentenario ofrecen un escenario al que muy difícilmente esté dispuesto a renunciar gobernante alguno. Ni siquiera si, como en el caso de Bolivia, implica celebrar el nacimiento de una república de corte europeo, que en numerosos aspectos adoptó el modelo institucional de Estados Unidos, bestia negra del antiimperialismo plurinacional. (Es interesante preguntarse, por ejemplo, por qué hoy la Bolivia plurinacional sigue teniendo un presidente y un vicepresidente: no son instituciones copiadas del institucionalismo aymara, precisamente).
Este festejo implica celebrar el nacimiento de una república cuyo nombre fue borrado por la Constitución plurinacional de 2009, porque “república” connotaba la opresión de los pueblos originarios. República era opresión, Estado plurinacional es dignidad. Pero el Estado plurinacional tiene apenas 14 años, mientras que la república está a punto de cumplir 200. Indudablemente, 200 tiene más grandeur que 14. A montar los fastos del bicentenario, pues, y que nos quiten lo festejado.
El rey Midas también convertía en oro el alimento que intentaba llevarse a la boca. Muerto de hambre y de sed, rogó ayuda a Dionisos, que le había conferido tal poder.
En 2022, Chile rechazó abrumadoramente la propuesta de la Constituyente. Uno de los motivos fundamentales fue la plurinacionalidad que introducía el texto. Ahora mismo, los redactores de una nueva Constitución se abocan a la tarea de salvar el asunto (pluri)nacional en su borrador. Mientras tanto, los diaguitas reclaman que Argentina se reconozca plurinacional. Al otro lado del mundo, Australia prepara un referéndum para introducir en la Constitución un órgano asesor que dé voz a las comunidades aborígenes. Nada de plurinacionalidad. No se trata de que la opción australiana sea mejor: lo relevante es que muestra que existen otras formas de abordar una reivindicación similar. La imitación de la plurinacionalidad es tentadora pero peligrosa: como toda imitación, anuncia cáusticos choques entre ideas, discurso y realidad.
Dionisos le indicó a Midas que se lavara en el río Pactolo. Al tocarlo, el río se llenó de pepitas de oro.
Ariel Sribman Mittelman es politólogo y profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Estocolmo. Doctor en Ciencia Política, por la Universidad de Salamanca. Especialista en la sucesión del poder y la vicepresidencia en América Latina.