La invasión rusa a Ucrania ha colocado a la OTAN en una encrucijada existencial. Si decide defender a los ucranianos enviando tropas o imponiendo una zona de exclusión aérea sobre el país, el conflicto se transformaría en una guerra entre potencias con una amenaza seria de escalamiento nuclear. Si decide no intervenir directamente en Ucrania, Putin seguirá arrasando ciudades, masacrando a ucranianos y empujando a millones al exilio hasta alcanzar sus objetivos militares.
En esencia Putin le está diciendo al mundo: «Si no me dejan invadir el país y en el proceso asesinar a miles de ucranianos y destruir ciudades, habrá una guerra mundial. Y si hay guerra, utilizaré armas nucleares».
Por supuesto, no es fácil decidir cómo confrontar este reto. Por un lado están las imágenes de las familias ucranianas divididas, los bombardeos a las ciudades, los fallecidos por esta violencia totalmente injustificada. Es difícil describir la mezcla de rabia, indignación y tristeza que siento cuando veo a niños pequeños en la frontera con Polonia, aferrándose a sus peluches mientras son consolados por madres que acaban de separarse de sus maridos y padres sin saber si los van a volver a ver. Naciones Unidas ya habla de más de 2.000 víctimas y más de 1 millón de refugiados. ¿Cómo puede un hombre estar causando tanto dolor por tan poco?
Por el otro lado está el riesgo nuclear. Un estudio de 2014 sobre las consecuencias de una guerra nuclear «limitada» hizo una descripción aterradora sobre qué pasaría ante la detonación de 100 bombas similares a la de Hiroshima (menos del 1% del arsenal nuclear de Estados Unidos y Rusia) en un conflicto hipotético entre la India y Pakistán.
Según el estudio, el humo de las explosiones envolvería el planeta bloqueando la luz solar, lo que calentaría la atmósfera y erosionaría la capa de ozono causando «una década sin verano» que, a su vez, afectaría cultivos y causaría una hambruna global que mataría a mil millones de personas.
Hasta el momento la OTAN ha decidido no confrontar directamente a Rusia en Ucrania. Pero la arremetida contra Putin ha sido tan brutal que ha difuminado un poco la línea que separa la confrontación directa de la indirecta. Las sanciones impuestas por Occidente están literalmente descuartizando la economía rusa. La OTAN está armando hasta los dientes a los ucranianos y compartiendo inteligencia sobre los movimientos de la fuerza militar invasora.
Así Estados Unidos y Europa no hayan enviado tropas a Ucrania o impuesto una zona de exclusión aérea, Putin puede ver estas medidas como actos de guerra. Lo que es un límite claro entre dos tipos de confrontación para Occidente podría no serlo para Putin, lo cual puede llevar a un escalamiento rápido del conflicto. Por ejemplo, ¿sería un error considerar participación directa compartir inteligencia que lleva a los ucranianos a un ataque mortal contra fuerzas militares rusas?
El disidente, activista y excampeón de ajedrez Gary Kasparov dice que ya la Tercera Guerra Mundial comenzó; que ya el escalamiento es inevitable y ya estamos en un punto de no retorno. Si la OTAN no confronta a Putin en este momento, tarde a temprano va a tener que hacerlo porque la campaña expansionista de Rusia no va a terminar en Ucrania. Y mientras más se demore la OTAN en aceptar esta realidad, mayor será el costo de confrontación.
El argumento de que Putin va a invadir otro país no me convence porque creo que Kasparov subestima cuán fuerte ya ha sido la reacción de Estados Unidos y Europa. Las sanciones, por ejemplo, quizá no lleven a un cambio de régimen pero están diezmando la economía rusa y socavando seriamente la habilidad de Putin (tanto política como económica) no solo de invadir otros países en Europa, también de mantener el control de Ucrania en el largo plazo.
Además, la invasión ha revitalizado a la OTAN. Desde el final de la Guerra Fría la alianza trasatlántica no había estado tan unida y movilizada. El giro que ha dado Alemania es quizá es el más sorprendente. El canciller Olaf Scholz revirtió, de la noche a la mañana, décadas de ortodoxia en la política exterior alemana con la decisión de duplicar el presupuesto de defensa y enviar armas a los ucranianos. Hasta Suiza abandonó su tradicional neutralidad para unirse a las sanciones de la Unión Europea contra Rusia.
Antes de la guerra, Putin llevaba años tratando de dividir a la OTAN, debilitar a la Unión Europea, prevenir la expansión de la alianza trasatlántica y polarizar a demócratas y republicanos en Estados Unidos. Con la invasión ha logrado exactamente lo contrario.
Dicho esto, Kasparov podría terminar teniendo la razón cuando habla del escalamiento del conflicto. Es posible que ya estemos, sin saberlo, en punto de retorno. ¿Qué hubiese pasado, por ejemplo, si el ataque reciente a la planta nuclear hubiese llevado a una catástrofe? ¿Qué pasaría si, luego de las sanciones, Putin decide vengarse con un ataque cibernético contra la infraestructura eléctrica de Estados Unidos? ¿Qué pasaría si un avión ruso entra accidentalmente en el espacio aéreo de un país de la OTAN?
Ahora es fácil imaginar muchos escenarios que lleven a un escalamiento con consecuencias aterradoras.
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