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El diálogo sigue siendo la salida para Venezuela y Nicaragua

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oro Nicaragua

Pese a las tantas controversias, dudas y  sospechas en el diálogo como mecanismo para solventar severas crisis sociales, como las enfrentadas por los países del eje del socialismo del siglo XXI, este sigue demostrando ser la única vía para lograr salir de los difíciles conflictos y enrumbar la democracia. Está ocurriendo en Venezuela, donde por más que Nicolás Maduro se quiera aferrar a continuar en el poder, el mundo entero le está enseñando la ruta -por las buenas- de su salida definitiva, igual ocurrirá en Nicaragua. El desgaste del régimen está tocando fondo.
Eso sí, este diálogo deberá ser siempre y cuando desde un encuentro político partidario entre sandinistas y la verdadera oposición política, esa que ahora encabezan quienes reclaman desde dentro del país, la personería jurídica del histórico Partido Liberal Independiente (PLI).
La otra solución resultaría ser un adventicio, un hecho casi sobrenatural,  notable y brusco  por encima de la presente tormenta, pero eso queda por ahora en el mero campo especulativo, partiendo de cualquier imaginario.
Estados Unidos ha mantenido en pie desde la presidencia de Donald Trump, la recompensa de 15 millones de dólares por la cabeza del escamoso Maduro, pero nadie, en absoluto, se ha atrevido a hacerlo. En Venezuela como en Nicaragua no existen en esta época socialista castrista viabilidades de una lucha armada.
Los nicaragüenses desconfían de los diálogos, los acuerdos y los pactos. Es natural dada la magnitud escabrosa en que estos se dieron durante las paralelas libero-conservadoras para alcanzar cuotas o migajas de poder, así como  con La Resistencia Nicaragüense (La Contra) tras los acuerdos centroamericanos de Esquipulas II y los subsiguientes de Sapoa.
Estos acuerdos también se malograron por diversas causas, siendo una de ellas la desaceleración de la ayuda económica y militar de la extinta URSS y Estados Unidos tras el cese aunque no el fin, de la Guerra Fría.
En Venezuela, producto de la crisis de la democracia y sus palos de ciego, se encaramó desorbitadamente Hugo Chávez en el gobierno. No lo dejó hasta que Dios se lo llevó, de no ser así ahí estaría aún, como lo estuvo Fidel Castro sin pagar un solo día de cárcel o enjuiciamiento por sus miles de inoperancias y fechorías.
Ahora se abrió una puerta, una luz de esperanza en ese sufrido pueblo y son ellos mismos quienes están dando la batalla en las calles y en medio de la aún timorata presión internacional, para que Nicolás Maduro, reconozca la derrota, aliste sus maletas y sus bártulos y salga para siempre de la vida pública.
Pero esa puerta se abrió por el accionar político tras las reuniones y acuerdos de Barbados. No fue por influjo cósmico ni por pajaritos preñados ni por protestas mesiánicas de la sociedad civil. Se dio porque tanto el régimen agotado y agrietado en su pésimo manejo de la economía y su inoperante  administración como la oposición política auténtica con Partidos Políticos bajo el  liderazgo de María Corina Machado, debían hacerlo pues ambos son conocedores en el fondo de la grave crisis existente.
Desde el plano de la realidad política, dichos acuerdos (respetados por la oposición mas no por el régimen), lograron darle la victoria electoral a Edmundo González bajo el liderazgo político de María Corina Machado y el conjunto de fuerzas político partidarias que se atrevieron a desafiar no solo a Maduro, sino al perverso Foro de Sao Paulo y a las estructuras criminales del G2 cubano.
Esta es la mejor lectura vivida en Latinoamérica desde la derrota de los sandinistas en 1990, cuando estos, apretados hasta la coronilla y sin más salida que el diálogo, aceptaron dar elecciones libres. Ellos no aceptaron el diálogo por bondad celestial o concesión humana, lo hicieron porque no les quedaba de otra. Al igual que La Contra y la oposición política partidaria de ese momento. No existían en esos tiempos las legiones y ejércitos multinumerosos (y virtuales exageradamente autoproclamados líderes) de la ahora llamada «sociedad civil», esa misma que siempre renegó de la vigencia de partidos políticos y que ahora hasta clama por dialogar con Daniel Ortega.
Otra simetría en los casos concretos de Venezuela y Nicaragua vienen a ser los operadores en un diálogo. Estos deben mantener puesta la camisa política partidaria junto con su entramado emocional y cerebral. Es un hecho que quienes han abusado de la política para caer en el crimen organizado, el robo desmedido, el fraude electoral y el irrespeto institucional no son concebidos meramente como políticos sino como delincuentes; sin embargo, es con ellos con quienes la oposición política debe sentarse y buscar una salida.
Mucha gente dice que con malandrines no se negocia, pero ¿qué otra cosa hacen los familiares de un secuestrado, acaso no es negociar el rescate con los delictivos hechores del rapto?
En cuanto a las características de las partes. Estas deben representar lo legítimamente opuestas, dialéctica e históricamente, entre ellas, como lo fueron sandinistas y contras en los ochenta.
Es por eso que en Venezuela fracasaron Leopoldo López, Henrique Capriles y Juan Guaidó. Ellos significaron oposición light, suave, de componendas parlamentarias y hasta de repartidera de beneficios con la dictadura. Eso no podía funcionar y sí se logró con la verdadera oposición política.
En el caso de Nicaragua, el diálogo para que surta efecto deberá ser con la oposición política histórica. Que sí la hay y dentro del país, como lo es la estructura política en torno al Partido Liberal Independiente (PLI), y su justo reclamo por el restablecimiento y devolución de su personería jurídica a los verdaderos herederos de ese viejo partido nacido entre muchas luchas, bajo la memoria pertinente de Virgilio Godoy.
Según Wikipedia, lo que fue el partido Movimiento Renovador Sandinista (MRS) es ahora un «movimiento político» llamado Unamos, siempre sandinista y siempre renovador, mas no un partido. Lo que trae a la mesa dos casos esenciales: primero, un grave error gramatical, interpretativo y de sintaxis, pues ellos al disentir de Ortega en 1995 y crear otro partido con la palabra «renovador», estaban invocando perpetuar más sandinismo que el ya dado en los ochenta. Y lo otro, ese sandinismo disidente del oficialismo del FSLN  no puede bajo ninguna óptica erigirse en el perfil direccional de un diálogo entre sandinistas. Además, el pueblo no lo vería sensato.
Hoy la lucha está planteada en Venezuela. A partir de ahora y prontamente en Nicaragua.  Por lo anterior,  por estas razones que corresponde al PLI ser la cabeza de ese diálogo con Ortega y llegar a ser opción electoral para tiempos de paz, estabilidad y retorno. Afloran nuevos tiempos.

El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internnacional.

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