A los españoles la economía nos aburre más que un partido de curling. No nos interesa hasta que nos vemos con el agua al cuello. Pero debería, porque estamos sentados sobre una bomba de relojería, cebada de deuda oculta. Cuando caiga Sánchez, allá por el 2033, con Feijóo y Abascal ya prejubilados, se levantará por fin la tapa de la olla. Y vamos a alucinar.
Personalmente no soy un gran admirador de Cristóbal Montoro. Pero al lado de su sucesora, la doctora Marisu, con su jerga a lo «como me las maravillaría yo», aquel ministro con pinta de enterrador del Far West era un profesional: catedrático de Hacienda Pública y dos veces ministro de Hacienda.
A comienzos de 2012, cuando Rajoy acababa de suceder a Zapatero, tuve ocasión de asistir a una charla privada con Montoro en el Ministerio. En un ambiente desenfadado, donde cayó hasta alguna caña, contó que al volver a Hacienda se había encontrado con que el zapaterismo había descuidado hasta lo más elemental, el funcionamiento regular de la maquinaria de la Administración.
Pero el problema era todavía más grave. Zapatero, conocido desde las elecciones venezolanas como El Desaparecido, había mentido con desparpajo en las cuentas públicas. En abril de 2012, Bruselas reveló que el alocado presidente socialista había ocultado dos puntos de déficit. Dejó escondido bajo la alfombra un pufo de más de 20.000 millones.
Si Zapatero les metió aquel golazo en propia puerta a sus compatriotas, ¿qué no estará haciendo Sánchez?
Si un individuo posee una catadura moral que le permite mentir con desparpajo en sus promesas electorales y alianzas, si hasta intentó en su día forzar una votación en Ferraz para perpetrar un pucherazo tras una cortina, ¿por qué vamos a suponer que ese sujeto es pulcro y honesto en lo que atañe a la contabilidad pública?
Es ya notorio que nos están engañando con los datos del paro. El centro de estudios de Randstad, multinacional holandesa de servicios de empleo, acaba de concluir que en España existen 753.000 parados más de los que reconoce el Gobierno, lo cual coincide con los cálculos de otros analistas independientes. Es decir: se nos miente diciendo que hay 2,7 millones de parados cuando seguimos por encima de los 3 millones.
Como el alegre pueblo español prefiere seguir de fiesta –a crédito– y no enterarse de nada, Sánchez acelera: más impuestos para los ricos (según el Gobierno todo aquel que gané más de 53.000 euros brutos al año) y más envidia y rencor social, con latiguillos de primero de demagogia, como la patochada de los Lamborghini.
Érase que se era un niño pera criado en un pisazo al lado de la Castellana, que pudo estudiar en estupendos centros de pago y en el extranjero; cuyo hermano cursó el bachillerato con los jesuitas en Estados Unidos y la carrera de Música en Rusia. Un niño cuyos padres lograron crear una boyante empresa –de lo cual nos alegramos–, lo cual permitió a esos progenitores adquirir varias propiedades inmobiliarias. Luego el chico se casó con una chica también de posibles, de enjutos estudios ella, pero heredera de un avispado emprendedor, un lince en el mundo de las saunas madrileñas. Hoy la pareja practica la ostentación de los nuevos ricos de querencia horteroide. Debutaron en el poder yéndose en un avión privado del Estado a ver un concierto. Él no se apea del Falcon y han despedido este verano en un súper spa andorrano, degustando cócteles de champán fino con mucha risa mientras el país vivía una emergencia migratoria en sus fronteras.
Pues bien, el protagonista de esa amena historia se apresta ahora a arrearnos un estacazo fiscal épico, que será el número 70 desde que gobierna, a fin de pagarles a los separatistas catalanes su cupo insolidario e inconstitucional. Pero el rejonazo no les va a caer a los ricos de los Lamborghinis, porque apenas existen (y además no tienen problema para escaquearse en el extranjero de la zarpa del socialismo confiscatorio). El cupo de la insolidaridad lo pagará la machacada clase media, en un país de sueldos paupérrimos –el precio del socialismo–, donde por desgracia solo 4,7% de los declarantes ingresan más de 60.000 euros brutos anuales.
La anécdota es conocida. Allá en los ochenta, los principales líderes socialistas europeos departen en un corrillo. El portugués Soares se pone estupendo y comienza a alardear de cómo va a acabar con los ricos en Portugal. El sueco Palme, más flemático y cabal, le aclara con una suavidad no exenta de ironía: «Bueno, Mario, yo a lo que aspiro es a que en Suecia todos sean ricos».
Contabilidad creativa, fiscalidad abrasiva y rencor social. No existe mejor fórmula para forjar un país mediocre, subsidiado y sin ambición. Sánchez nos receta socialismo, que es exactamente lo contrario de lo que disfruta y quiere para él y su (imputada) familia.
Artículo publicado en el diario El Debate de España