Durante la época colonial se acostumbraba a celebrar los días destinados a los santos con gran pompa (quizás por ingenuidad o por imposición de la Iglesia católica) se creía que esas fechas eran en las que debían celebrarse los cumpleaños.
En octubre de 1825 llegó Simón Bolívar a la Villa Real del Potosí, allí prendado de los encantos de Joaquina Costa, firmó un decreto en el cual reza para la posteridad: «Prolongo mi estadía en Potosí hasta el próximo 28 para celebrar aquí el día de mi santo».
Decisión que motivó un gran despliegue de recursos, efectivos del ejército y retraso de operaciones militares. La ciudad entera se engalanó para honrar la presencia del su Excelencia El Libertador.
La noche del 27 se iniciaron los festejos con bailes populares en la Plaza del Regocijo y profusos fuegos artificiales. Igualmente le ofrecieron Bolívar una serenata ejecutada con instrumentos de cuerda y luego con la música de la Banda Militar de los Húsares de Colombia.
La salida del sol del día 28 (día de san Simón) fue saludada con una descarga de artillería que retumbó en toda la ciudad y sus límites. A las nueve de la mañana hubo una misa en la iglesia de la Compañía de Jesús y en la noche los empleados de la Casa de la Moneda ofrecieron un gran banquete en los salones más elegantes del edificio, en las instalaciones de las Arcas Reales.
Allí estaba Simón Bolívar vestido no con su uniforme militar, sino con traje de fiesta: un elegante frac de paño negro de corta levita, medias de seda, zapatillas de charol con hebillas de oro, corbata blanca, calzón corto de paño y por única condecoración la medalla de Washington obsequiada por el presidente de Estados Unidos. Dos cosas más llamaron la atención de los presentes: Bolívar se había quitado las patillas y el bigote. «Su figura era imponente», según apuntaron los medios del momento.
Durante el famoso baile su excelencia, como buen observador que era, se percató de que las damas de la aristocracia no querían bailar con uno de sus generales, y no por feo, sino por su tez oscura: el general José Laurencio Silva, (nacido en los llanos centrales de Venezuela, concretamente en Tinaco el 7 de septiembre de 1791), edecán del Libertador y uno de los hombres más valientes y sobresalientes del Ejército republicano.
Acompañó al Libertador en casi todas sus campañas, incluso cuando se encontraba fuera de Venezuela refugiado en las Antillas. Peleó en Taguanes, El Pao, El Baúl y la Batalla de Cojedes, Las Queseras del Medio y Carabobo junto a José Antonio Páez; destacó en Boyacá, Pichincha, se le consideró héroe de Junín; se consagró en la batalla de Ayacucho que a la postre sería la libertad de Suramérica; fue ayudante del mariscal Antonio José de Sucre
La sociedad aristocrática peruana no estaba acostumbrada a que sus níveas damas bailaran con hombres de color como eran la mayoría los soldados de la Gran Colombia.
Apenas notó el rechazo, con prudencia, sin manifestar molestia alguna increpó: «Que deje de sonar la orquesta ordena el General».
Se dirigió al centro de la sala y proclamó en voz alta, silenciando el murmullo de los presentes y haciendo una reverencia:
«Señor José Laurencio Silva… Ilustre prócer de la Independencia Americana, Héroe de Junín y Ayacucho, a quien Bolivia debe inmenso amor, Colombia admiración, Perú gratitud eterna, saben que el Libertador quiere honrarse en bailar ese vals con tan distinguido personaje».
Y dirigiéndose a la orquesta ordenó:
«Por favor, tocad un vals».
Y caminando donde estaba asombrado José Laurencio Silva lo reverenció: «¿Me concede el honor General?»; y tomó por un brazo con sutileza, lo condujo elegantemente al centro de la sala y comenzaron a danzar como dos buenos amigos. El murmullo era unísono, pero los aplausos de la nutrida concurrencia opacaron la orquesta. Cuentan las crónicas que después de esta escena todas las damas se agolparon a bailar con el general José Laurencio Silva.
Duradera y honrosa amistad fue la de Bolívar y Silva, y arraigada la fidelidad que como hermanos se profesaron que, al momento de la muerte del Libertador, José Laurencio estuvo a su lado y al notar que iba a ser enterrado con una camisa rasgada, se apresuró a buscar la mejor de sus prendas, y escogió una de seda y entre sollozos, lo vistió. Los pocos asistentes no daban crédito a lo que presenciaban.
El más fue herido en batalla
Cuando José Laurencio Silva se retiró a la vida privada a trabajar la agricultura y la ganadería en sus tierras de Montecristo en Chirgua, estado Carabobo, por su cuerpo surcaban dramáticamente 15 cicatrices de heridas mayores, cinco de bala, nueve de lanzas, y múltiples cicatrices pequeñas (de objetos punzocortantes, así como esquirlas de balas de cañón).
En simples cálculos tuvo más de 50 heridas, siendo el prócer que más veces fue herido durante la guerra por lo que el Gobierno Nacional le concedió pensión por invalidez el 16 de diciembre de 1851.
Sucre una vez mencionó: «Envidio las heridas de Silva». Falleció en Valencia el 27 de febrero de 1873 y sus restos mortales fueron inhumados en el Panteón Nacional el 16 de diciembre de 1942.
Fuente: Mario Briceño Perozo. General en jefe José Laurencio Silva. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas, núm. 221, enero-marzo, 1973.
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Fotos:
General José Laurencio Silva en un óleo de Martín Tovar y Tovar, 1873
Simón Bolívar por José Gil de Castro. Circa 1825
@LuisPerozoPadua