La semana próxima millones de estadounidenses iremos a las urnas para elegir presidente y otras autoridades. Desafortunadamente, no todos los ciudadanos del planeta pueden ejercer libremente este derecho fundamental. Como dijo el infatigable Winston Churchill, «la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado».
No solo los norteamericanos viven momentos de tensión por motivos electorales. Chile acaba de aprobar, con una amplia mayoría, la redacción de una nueva Constitución. Construir algo nuevo, desde cero, es ilusionante. Sin embargo, hace falta serenidad, vocación de escuchar, y alejar el fantasma del populismo, para lograr un proyecto que mejore las condiciones de vida de los chilenos. Sin renunciar a la democracia, el modelo que les ha permitido ser uno de los mejores países de América Latina y tumbar la Constitución heredada de la dictadura.
En Bolivia, por ejemplo, la posición —emocionalmente conflictiva— de la presidenta interina hacia una parte importante de la sociedad, permitió el regreso al poder del Movimiento al Socialismo. Ya Bolivia está en «el día después». Ojalá y el presidente electo cumpla su palabra de gobernar para todos, sin las estridencias y sectarismos de Evo Morales. Actuar de modo contrario sería fatal, en una época especialmente afectada por la pandemia y sus problemas derivados.
Vivimos una especie de «ansiedad colectiva» frente a procesos políticos calificados de «decisivos». Llegamos a sumergirnos tanto en nuestras convicciones, que no aceptamos opiniones contrarias e incluso nos alejamos de familiares y amigos. El horror de un dilema: «o conmigo o contra mí». Pero, convicción no es trinchera absoluta, porque entonces nos alejaremos cada día más. Convicciones sí, pero también convivencia. Aceptación del otro. No hay otra manera de crecer como personas y como sociedad.
Los líderes políticos deberían dar el ejemplo y sosegar sus campañas, para evitar odios y rencores que luego podrían quedar instalados en las calles. Martin Luther King decía que «un buen líder no es un buscador de consensos, sino un moldeador de consensos». Si el resultado no es el consenso, entonces no hay liderazgo, da igual quien gane las elecciones.
El día después, cuando se proclame la opción ganadora, tendremos que convivir, relacionarnos, ser empáticos y compasivos, salvo que deseemos una guerra emocional permanente. ¿Qué clase de vida es esa?
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