Hemos celebrado un nuevo Día de la Juventud. La fecha me lleva a la reflexión sobre la dura situación de los jóvenes en nuestro país, en estos tiempos de la revolución. En medio de las carencias propias de nuestras sociedades latinoamericanas, nosotros en Venezuela, a lo largo del siglo XX logramos contar con una creciente variedad de oportunidades para nuestras diversas generaciones juveniles. La mía, nacida y formada en los albores de la democracia accedió de forma creciente a los bienes materiales y espirituales fundamentales para vivir con dignidad.
La Venezuela democrática abrió miles de liceos y escuelas, centenares de universidades y tecnológicos para garantizar el derecho al estudio de la juventud. Allí podían acceder los hijos del obrero y el campesino, en igualdad de oportunidades que los hijos de la clase media.
El afán por construir instalaciones educativas permitió espacios de calidad para hacer del aula un espacio de convivencia y sociabilidad. Los comedores universitarios, el transporte estudiantil y las becas le permitieron a miles de jóvenes, provenientes de hogares pobres, acceder a la educación y obtener una profesión con la cual saltaron a mejores niveles de vida.
El plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho resultó una oportunidad extraordinaria para los jóvenes de mi generación y para las siguientes, de ir a importantes universidades del mundo desarrollado. Allí se forjó toda una legión de técnicos, científicos e intelectuales de elevada valía. Una vez culminaban los estudios, las juventudes de la democracia accedían al mercado de trabajo. Lograban hacer carrera, construir empresas y forjar familia. Vale decir hubo oportunidad para la realización personal y el profesional.
El socialismo del siglo XXI cerró ese camino. Truncó la vida de nuestros jóvenes hasta el punto de forzar la más brutal estampida juvenil de toda nuestra historia. Nuestros jóvenes tienen graves dificultades para acceder al estudio y al trabajo. La destrucción del sistema educativo ha sido tan agresiva, que hoy las cifras de deserción escolar son las más elevadas del continente americano. Los pocos niños y jóvenes que están asistiendo al sistema educativo lo hacen en precarias condiciones. Sin alimentación adecuada, producto de la pobreza generalizada, y por la inexistencia de comedores escolares y de programas para apoyar a los estudiantes. Los maestros, pilares fundamentales del proceso educativo, sufren los rigores de unos salarios miserables con los cuales no se posible, ni siquiera, asistir a los centros de trabajo.
Por otra parte, no hay fuentes de trabajo para los jóvenes de estos tiempos. La destrucción de la economía, por parte del régimen madurista, ha traído consigo el cierre de oportunidades de trabajo estable y bien remunerado.
La destrucción de la educación y del empleo ha sido la principal causa de la diáspora de la juventud venezolana. Hemos perdido ya dos generaciones de nuestra juventud, que han optado por buscar en otros países, las oportunidades que la revolución les ha cerrado.
En este Día de la Juventud venezolana debemos reiterar nuestro compromiso de luchar para impulsar el cambio que le permita a las presentes y futuras generaciones de jóvenes venezolanos vivir, formarse y realizarse plenamente en este su país. Que las futuras generaciones no se vean forzadas a abandonarlo porque aquí tienen las mejores oportunidades de lograr una vida digna.
Como próximo presidente de Venezuela me propongo el cambio profundo del modelo político y económico para ordenar nuestra administración pública, reactivar la economía garantizando la plena vigencia de los derechos humanos para promover la instalación de millares de nuevas empresas, capaces de generar empleo para todos. Al incrementar el producto interno bruto elevaremos nuestros ingresos fiscales y dispondremos de recursos para hacer de la educación, nuevamente, la palanca impulsadora del crecimiento espiritual, cultural y material de nuestra juventud.
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