OPINIÓN

El desvergonzado asalto al erario público

por William Anseume William Anseume

Si algo está por liderar Venezuela en el mundo no solo es la cantidad de refugiados o de connacionales que representan la diáspora -casi un eufemismo en nuestro caso. Humanamente aquello nos duele a profundidad. Pero lo otro también debe movernos a una profunda reflexión, revisión, y a una búsqueda de atacar por tan singular aspecto, sin remilgos, a quienes mantienen el secuestro del poder: la podredumbre de la corrupción.

Luego de Sudán, de Siria y Somalia se encuentra Venezuela en los parámetros mundiales de los países más corruptos del orbe. No es necesario imaginar -tal vez ni con exceso de imaginación cabe- la cantidad de maletas y maletines que han rodado por el mundo, cuesta abajo, como el tango aquel interpretado por Gardel. Las cuentas en bancos suizos o panameños o de otros paraísos fiscales isleños. Las propiedades atribuidas a zánganos de toda especie que van desde periódicos o canales de televisión, a apartamentos en ciudades como Madrid, Nueva York o Roma. Pienso en el zar de los CLAP. El ya legendario «diplomático» Saab hoy juzgado en Estados Unidos y convertido en pieza clave limitadora del «diálogo». Ese que no podemos calificar de «malo», porque significaría que hay alguno «bueno». No solo pienso en el al respecto. Aunque resulte emblemático. Como es.

No cabe duda alguna de que parte fundamental de nuestra emergencia humanitaria compleja, del hambre – y no solo de ella, para ser tan crudos como la realidad que nos atosiga desde la miserabilización del poder, tiene que ver con los excesos de la corrupción desatada. Esa que algunos personeros del régimen del terror quieren ahora disimular señalando que a quienes incurran en actos de este tipo serán llevados a la justicia sin contemplaciones. El «caiga quien caiga» que reaparece cada cierto tiempo ante ciertas debilidades o necesidades de «ajustar» la imagen pública, especialmente con miras eleccionarias.

Como apreciamos en las universidades, se dan contratos sin licitación alguna. Si es que acaso contratos hay, porque aquí se introduce otro problema de gran calado: la opacidad más completa. La falta de información -derecho humano y contralor- a propósito. Ocultadora. Tapadora de sinvergüenzuras de toda estirpe. Véase el misterioso «Plan Universidad Bella». No se pasan por el filo del lomo la autonomía universitaria solamente. No se sitúan en ignorar la institucionalidad representada en el Consejo Directivo o Universitario. No les basta hacer a un lado a las autoridades o cualquier otra representación electa o impuesta. Ignoran olímpicamente el casi inexistente, por años, presupuesto universitario. No les llama siquiera la atención que el plan coloque a los vicerrectorados administrativos en la más absoluta nulidad – ya, antes, el Sistema Patria se había llevado las nóminas completas para su des-control. Las máquinas y los obreros llegan desmesurados como si Venezuela fuera otra. No cabe duda a la imaginación que con ese plan y los recursos con los que juega se han podido tal vez reparar o reconstruir múltiples universidades y mantenerlas por prolongado tiempo. De modo más visible que la transformación del río Guaire en caudal bebestible y tonificante. Igual pasa en las regiones con ambulatorios y liceos. Una especie remozada de la «transformación del medio físico» perejimenista. Engañador de incautos imberbes.

Claro, la idea es hacer ver que ahora hacen algo, lo que sea, visible, tocable, con pretensiones de gran impacto social y político, con escasa duración, desde luego, para conquistar inmediatamente voluntades hacia la idea de que «Venezuela ahora sí se está arreglando». Porque seguramente Maduro entiende que se hace indefectible el arribo de elecciones que pretende ganar o arrebatar de cualquier modo. Como acostumbran estos seres «revolucionarios».

La corrupción no es nueva en Venezuela. Nace con la concepción misma de nuestro ser republicano. Pero no deja de ser, junto al manejo criminal del Estado, parte fundamental de este abominable «socialismo del siglo XXI». Nunca antes el país alcanzó estas dimensiones en el saqueo del erario público. Nunca. Ni siquiera en los arrebatos de militares inescrupulosos que veían, como ahora se ve, el saqueo del botín como la ganancia por la conquista del poder. Si elucubramos sobre el accionar de los caudillos decimonónicos. Extirpar o controlar con justicia la corrupción no será nada sencillo. Esto es un evidente lugar común. Pero antes habrá que salir de quienes aprendieron a producirla más que el petróleo. Importadores y exportadores de corrupción. Una similitud con la OPEP, de países propulsores de corruptos, sería disputada con tino por quienes dirigen el poder en Venezuela. En ello, en la corrupción material, fundan su idea de mantener secuestrado «eternamente» el poder. Como si eso fuera posible.