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El desgobierno de la gente

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En 1982, el PSOE llegó al gobierno de España con el lema de campaña: «Por el Cambio». Una frase que caló en las intenciones electorales de los ciudadanos que le otorgaron una amplia mayoría absoluta. El eslogan, por sí mismo, no habría tenido seguramente mayor trascendencia de no haber mediado la certera y oportuna pregunta que un querido y recordado periodista, Pepe Oneto, le hizo a Felipe González: «¿Qué es el cambio, Felipe?» Y éste respondió en corto y al pie: «Que España funcione». Una respuesta de tres palabras con la que Felipe González resumió sus intenciones de gobierno y los españoles le compraron en el convencimiento de que España necesitaba un cambio para progresar y funcionar mejor.

Entre el lema socialista del 82 y el «sanchista» del presente: «El gobierno de la gente», han pasado más de 40 años y una certeza: la sociedad civil se ha fortalecido y afortunada y felizmente ya no es tan dependiente de su gobierno para que España funcione.

Este país, de hecho, funciona a pesar del hatajo de mediocres, incapaces, ineptos y sectarios que forman parte del Consejo de Ministros, desde su presidente al último colaborador. Y es evidente que podría funcionar infinitamente mejor sin el lastre que Sánchez y su desgobierno significan para el verdadero progreso político, social y económico de una España que no vuela más alto por culpa del plomo que supone esa rémora en sus alas.

El autodenominado «Gobierno de la gente» está enfermo de ideología y sectarismo y prisionero de su división y enfrentamientos. Ya no sólo discrepan sus miembros, «miembras y miembres», sino que se insultan entre ellos y escenifican vacíos como el que sufrieron en el banco azul del Congreso, por el resto de integrantes del Consejo de Ministros, la «novia del capo», así denominan a Montero las socialistas, y la «niña de la curva», Ione Belarra, durante el debate sobre la modificación del disparate jurídico de la ley del ‘sólo sí es sí’ que concluyó con la ruptura material de la coalición social-comunista y la ausencia clamorosa, antes y durante la votación, del jefe de la misma e impulsor tardío de la reforma.

Nada de lo ocurrido, sin embargo, a cuenta del 8-M y del engendro legislativo que ha conseguido victimizar doblemente a las mujeres violadas y afrentadas por los beneficios que la ley procura a sus agresores sexuales, romperá el gobierno. Los intereses partidistas, según refieren socialistas y morados, aconsejan aguantar hasta otoño por más que se «joda el Perú», o sea los españoles.

En estos días hemos visto un gobierno partido en dos, enzarzado en disputas ideológicas estériles alejadas del interés y la preocupación de los ciudadanos, y con un tipo sin escrúpulos al frente del mismo que no se avergüenza de su falta de autoridad para poner freno a los desaires de la «banda de la tarta» y acabar con el espectáculo de provocación que a diario ofrecen la pareja sentimental del excoletas y su lugarteniente Pam; una máquina generadora de odio, insultadora profesional y analfabeta funcional cuya osadía es directamente proporcional a su ignorancia, y por lo que cobra de nuestros impuestos cerca de 123.000 euros anuales.

Sánchez ha conseguido que la institución del gobierno y el oficio de ministro o secretario de Estado, se hayan despeñado por un abismo de desprestigio y desdoro equiparables al del gestor de cualquier lupanar de los que visitaba el Tito Berni.

El gobierno está perdido en los meandros de sus trifulcas internas mientras los problemas de la gente a la que dice servir se multiplican. En la España «sanchista» es más fácil cambiar de nombre y sexo en el Registro Civil que conseguir el Ingreso Mínimo Vital o tramitar una pensión de jubilación, incapacidad o viudedad. El «vuelva usted mañana» con el que los funcionarios despachaban al parroquiano en tiempos de Larra resulta una broma al lado de la dificultad heroica de obtener una cita en la Seguridad Social mientras ese ministro con cara de estar encantado de haberse conocido, José Luis Escrivá, no desbloquea la situación y evidencia su incompetencia .

Si añadimos los miles de juicios suspendidos a diario por una huelga a la que la ministra Llop es incapaz de embridar junto a los millones de euros de los fondos de recuperación europeos que no llegan a la economía de la gente o el número de parados reales en más 400.000, ocultados por la estadística oficial, hay que concluir que sufrimos un gobierno incompetente, ducho en maquillar su mala gestión con publicidad y propaganda y volcado en políticas ideológicamente muy sectarias y de ingeniería social que terminan enfrentando a la sociedad y a ellos mismos, algo insólito y sin precedentes.

Y a pesar de todo esto y de lo visto esta semana en el Congreso y en la calle durante las marchas feministas, Sánchez mantendrá la huida hacia adelante emprendida con un gobierno, cada vez más inoperante y a la greña, sin visos de romperlo y sin ninguna intención de adelantar las elecciones generales como correspondería a alguien que antepone el sentido de Estado y el interés de los ciudadanos a su supervivencia política.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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