A medida que avanzan los días se hace notorio el desespero que envuelve al gobierno actual; eso es algo que debemos comprender en toda su extensión. Después de tantos años saboreando las mieles de gobernar con absoluto antojo, no es fácil aceptar que se les está acabando el tiempo del que ahora disponen. El regreso a casa, a la realidad del día a día, sin los atractivos del mando soberano a golpes y porrazos, es algo que ya no satisfará al espíritu mal acostumbrado. El demócrata verdadero maneja ese tipo de situación con la cordura y conciencia necesaria, teniendo presente que hay días buenos y días malos, momentos de estar al frente y momentos de pasar a la retaguardia. Lamentablemente, las personalidades radicales ven la misma situación como el acabose, esto es: el fin del mundo. Esa es la triste realidad y lo que hoy día experimentan Nicolás Maduro y su séquito.
Lo penoso de la anticipada “gerontocracia madurista” es que la cura es difícil. El afectado comienza a ver enemigos por todas partes y está convencido de que le harán las mismas perversidades que hasta ahora él lleva a cabo. A ese tipo de personaje le es imposible entender o aceptar que será tratado con el respeto y consideración que él nunca ha podido poner en práctica con sus contrapartes. Sé que muchos de mis compatriotas quisieran devolver a Maduro y su grupo los mismos sinsabores que ellos han experimentado; lamentablemente, eso sería caer en el círculo vicioso que no tiene nunca final. De allí la necesidad del perdón y nada más. Así han avanzado otros países que vivieron situaciones parecidas a las que hoy padecemos en Venezuela. La dictadura de Ernesto Pinochet, que se concretó con el bombardeo al Palacio de la Moneda durante el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, es un ejemplo de lo antes señalado. Cuando Pinochet fue desplazado por el sector demócrata no fue objeto de persecuciones ni de malos tratos. Es algo duro de aceptar y hasta comprender, pero debemos poner a un lado los reconcomios que conducen a las venganzas sin final.
Entiendo que es difícil que muchos de mis compatriotas acepten sin más la posición que tengo al respecto, pero mi edad, estudios y experiencias me han convencido de que es la opción correcta en la coyuntura actual. Tenemos que mirar hacia adelante, asegurarnos que el mayor número de nuestros compatriotas en el exilio regresen a casa; pero también no debemos perder de vista que un buen número de nuestros emigrantes y compatriotas votaron por Hugo Chávez y por Nicolás Maduro. Así pues, sin quererlo, ellos propiciaron las desgracias que hoy día experimentamos. Por tanto, si vamos a sacrificar a los dictadores de ahora, ¿qué hacemos por quienes los llevaron al poder y que ahora están arrepentidos?
Es obvio que el régimen tiembla por lo que pueda venirle encima. El simple hecho de perder las elecciones representa un terrible fracaso para todos ellos y conducirá a temores y serias preocupaciones. Eso exige una actuación prudente por parte de los demócratas ganadores, toda vez que al final es lo que verdaderamente se impone. Lo contrario conduciría a una lucha sin cuartel, una lucha en la que el vencedor no muestra señales de clemencia ni piedad alguna. No me quiero imaginar las terribles consecuencias de esto último.
Por lo que a mí respecta, no albergo duda alguna en cuanto al camino a seguir.
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