La palabra «desconfinamiento», en relación con el levantamiento progresivo de las medidas de cuarentena, suspensión o restricción de actividades económicas y sociales, y en general del confinamiento colectivo, por causa del coronavirus, se ha puesto muy de moda… Acaso prematuramente como lo indican algunos reportes de rebrotes del virus en zonas en que las autoridades comenzaron a atenuar el confinamiento.
Pero no es propiamente de eso a lo que me refiero en estas breves líneas. Bien sabemos que la propagación del covid-19 en Venezuela, es un tema del cual no hay información oficial que sea veraz y oportuna -como de absolutamente nada- sino pura propaganda, pura manipulación, pura mentira maliciosa.
El desconfinamiento relativo a estas consideraciones es el de la hegemonía despótica, depredadora, corrupta y envilecida que destruye a Venezuela. En realidad, la palabra «confinamiento» es muy leve para significar el alcance de lo que la hegemonía ha hecho y hace en el país.
Sojuzgamiento es un término más idóneo, o el propósito de convertir a la nación venezolana en una nación de esclavos, como lo entendió y denunció un viejo comunista honesto e irreductible: Domingo Alberto Rangel. La hegemonía ha esclavizado a Venezuela, por tanto desconfinar a Venezuela de la hegemonía, no puede significar otra cosa que liberar a la patria de su presente esclavitud.
Para que ello sea posible, lo más importante no son los medios, sino la conciencia clara de que tiene que ser así. Si la catastrófica realidad venezolana no logra afincar esa conciencia (el porqué), sería muy pero muy cuesta arriba aprovechar los medios más convenientes para superar la hegemonía (el cómo).
Aquéllo es lo primario y ésto lo derivado. En especial porque la Constitución formalmente vigente es muy amplia en materia de medios legítimos para defender los principios democráticos. Esa conciencia de cambio indispensable, me parece, se encuentra más establecida en la base social, que en muchos sectores políticos llamados a representar la necesidad del cambio.
Por lo demás, el «confinamiento» venezolano no comenzó con el coronavirus. Tiene añales en paulatino despliegue. Un país carente de servicios públicos esenciales, o de calidad muy precaria -para decir lo menos: electricidad, agua, telecomunicaciones-. Un país con una economía derruida, dolarizada a las patadas, en la que el salario mínimo no alcanza ni para adquirir un kilo de queso, amén de la escasez creciente. Un país azotado por el hampa, y por una tan estrechamente vinculada al poder, que son la cara y el sello de la misma moneda.
Un país prácticamente aislado de las principales corrientes de comercio regional, con muy pocas conexiones aéreas, con la imposibilidad de comunicación telefónica ordinaria con el exterior, con severos racionamientos de combustible, etcétera, etcétera, etcétera… Un país así, ¿no es un país en confinamiento? La respuesta es obvia.
Y en el presente, no se suministra gasolina porque no hay gasolina, no por una medida para reforzar la llamada cuarentena. Y el que no haya gasolina en un país que llegó a ser uno de los países petroleros más importantes del mundo, no tiene nada que ver con el covid-19, sino con la hegemonía que lo ha devastado en el siglo XXI, y que continuará llevándose por delante lo que pueda, mientras pueda. Sí, en Venezuela procede un «desconfinamiento» general, pero no del coronavirus, sino de la hegemonía roja.
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