La población china comenzará a reducir su expansión en apenas 3 años. 2027 es el año en el cual el volumen de la fuerza de trabajo, en términos de su participación del total poblacional, indefectiblemente declinará. Con una fuerza de trabajo debilitada la capacidad de generar crecimiento económico se transformará en una cuesta empinada, es lo que sostienen muchos analistas.
Para el año 2035 uno de cada tres chinos –cerca de 450 millones de ciudadanos- habrá cumplido 60 años si la tendencia actual continua. Hoy 18% de la población está en su sexta década. Es evidente que para atender a sus necesidades una ciudadanía integrada masivamente por mayores necesitará de una porción mayor de recursos. Si ella evolucionara inercialmente, una bomba poblacional podría debilitar muy significativamente al coloso: en 75 años, por cada 100 chinos en edad laboral habrá 120 chinos mayores que mantener, según las cifras oficiales.
El panorama de los próximos años luce complejo, sin duda. Más aún porque a una tasa de nacimiento extremadamente baja se está sumando el contagio de un estado de ánimo apático entre los jóvenes que son refractarios a los estímulos gubernamentales para procrear. Tiene sentido, pues, preguntarse si realmente el coloso asiático se encamina a un descalabro insoluble como predicen algunos, y si este fenómeno sería capaz de detener su carrera hacia el liderazgo planetario.
Si los grandes jerarcas permanecieran con los brazos cruzados mientras observan extinguirse el dividendo demográfico que los hizo fuertes, no hay duda de que el ritmo de obsolescencia minaría su progreso y la evolución de su desarrollo se vería rápidamente comprometido. Pero la sociedad china es por cultura y por determinación propia inclinada a la planificación. Existe conciencia plena de los peligros del envejecimiento poblacional y sus lideres no pueden permitirse un retroceso.
La fortaleza china radica en su productividad, no en el tamaño de su población. La expansión económica depende no solo de la fuerza del trabajo sino de componentes de capital y de progreso tecnológico. La manifiesta debilidad en lo laboral ha llevado ya a quienes conducen el país a poner el acento en estos dos últimos elementos, aparte de que hay reformas en marcha para impulsar el componente de participación en la expansión económica del segmento de trabajadores mayores.
La sola migración poblacional del campo a las ciudades, es decir, la migración de sus ciudadanos del sector primario a los sectores secundarios y terciarios, se ha comprobado que multiplica la productividad por 10. Veámoslo en cifras oficiales: un agricultor contribuye actualmente al producto doméstico en promedio en 2.620 dólares. Trabajadores de los otros dos sectores aportan 24.712 dólares. Claro que es simplista pretender que una acelerada urbanización de la población resuelve por sí sola la perversa tendencia, además de que existen límites para ello. Pero ello nos sirve para demostrar la existencia de instrumentos encaminados a disminuir la dependencia del crecimiento de consideraciones solo demográficas o de la tasa de fertilidad de su población.
No. China no se encamina a un apocalipsis en el mediano plazo. En un escenario sin cambios del modelo actual, el país seguirá creciendo a una tasa cercana al 5% para caer a 2,5% en 10 años. El reto está más bien en evitar la declinación de la productividad. Por ello se barajan otras vías para sortear el problema y el lanzamiento de un nuevo modelo dotado de políticas capaces lograrlo.
Lo que resulta difícil precisar es si la evidente inclinación centralizadora y controlista de Xi Jinping se da de la mano con el golpe de timón requerido.