OPINIÓN

El desarraigo necesario

por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

Llegan momentos en que uno no puede evitar sentirse privado de palabras. Esto puede darse por varias razones: la consternación, la redundancia o, si todo lo demás falla, el aburrimiento. Ante esto, lo normal en nosotros, ya que no fuimos diseñados para la derrota, es tratar de escurrir un ruido, emitir una palabra, hacer lo que sea para transmitir que seguimos luchando. No obstante, el problema con lo anterior es que, de lograrlo, uno puede terminar encontrándose a sí mismo gritando hacia la nada; reiterando lo dicho ante interlocutores que dejaron de escuchar hace tiempo.

Se trae al referido pensamiento a colación porque Venezuela parece necesitar, hoy por hoy, al silencio sobre cualquier otra cosa. Cuando se habla de silencio en esta instancia, se usa para aludir a conceptos más allá de la simple falta de sonido. Se usa como referencia a la renuncia, al desarraigo necesario para con todo aquello que está tan profundamente mal en el país que tenemos hoy.

Durante demasiados años hemos sido copartícipes, de una forma u otra, de las causas de nuestra propia desgracia. Sea por credulidad, sinvergüenzura o mal hábito; el hecho incólume es que se tiró a la casa por la ventana. La Venezuela que se tuvo, en cuanto a lo bueno, no volverá jamás. Concientizar esta oscuridad es una obligación imperiosa para desmontar las mentiras que nos sedan.

Antes de llegar a plantear cuál es el país posible, esa patria que anhelamos y necesitamos, debemos puntualizar primero cuál es el país cuyas taras debemos dejar que fenezcan. Tenemos que apuntar, sin dudar, a los vicios que nos han llevado a padecer esta antiutopía que es nuestro presente. No es opcional, ya en este punto de la partida, que se deba recordar que de aquellos polvos surgieron estos lodos.

Siendo que hoy somos una sociedad de la desconfianza, ya conocemos los estragos que hace la falta de buena fe entre los unos y los otros. Sin embargo, si ese es nuestro estado actual, podemos encontrar la manera de direccionar esa desconfianza hacia donde debe ir. Podríamos orientar nuestro escepticismo a que erosione todo lazo con la corrupción; el sectarismo; el interés mezquino, ciego y cortoplacista; el afán por las dadivas de toda clase; las castas políticas parasitarias; etcétera.

No es común para este autor hablar desde esta posición, por cuanto, tal como se hizo alusión al principio, se suele buscar la afirmación, lo propositivo, la alternativa concreta al desastre mediato. Pero viendo en dónde estamos como nación se vuelve cada vez más palpable la necesidad de desconexión y ruptura. Se necesita una nueva plaza, un nuevo espacio sobre el cual, si no recuperar, por lo menos fundar valores.

Es en cuanto a esto y a solo esto que el nihilismo nos es una herramienta útil.  Es menester de una buena vez por todas usarla para separar la paja del trigo y saber que, si se quiere impulsar el bien; esto jamás se logrará apuntalando a los males que tarde o temprano terminarán socavándolo. Igualmente, tal cual herramienta, debemos tener cuidado en su uso y no perder de vista cuál es el objetivo. La idea es cercenar a aquello que nos ha saboteado como nación, no dejarnos huérfanos y apátridas. Jamás debemos privarnos de lo fructífero y honorable de nuestra tradición, nuestra historia y nuestros ilustres.

A fin de cuentas, de lo que se trata todo esto es sobre la redefinición de lo que es ser venezolano. No tenemos por qué estar asociados con las cosas más viles. El ser venezolano puede dar un vuelco hacia lo heroico nuevamente. Dejemos de ser cómplices. Denunciemos a lo inaceptable y lo grotesco. Consideremos que el desarraigarnos de manera inteligente no solo sirve para liberarnos de las hierbas malas, también sirve para asentarnos donde realmente debemos estar.

Las raíces de nuestra identidad nacional no se arrancan para dejar que estas se marchiten, se arrancan para colocarlas en donde los mejores aspectos de nuestro gentilicio puedan florecer.

@jrvizca