OPINIÓN

El desafío que no cesa

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Hay una afirmación, imposible más tajante y torcida, pero harto frecuente, que dice más o menos así: la pandilla en el poder ya se ha hecho de millones y millones de dólares y no quiere abandonar el coroto por nada del mundo (porque el poder embriaga y porque tienen miedo al castigo por sus fechorías y atropellos) y lo que le cueste al país mayoritario su infecto deseo, así lo masacre, le importa un bledo. Y como quiera que tienen, hasta donde se sabe, el apoyo irrestricto del poder de fuego de las fuerzas armadas, obedientes cómplices y beneficiarios, no hay manera de sustituirla. No queda si no ponerse no muy lejos para obtener algunas migajas de las migajas que quedan, y dedicarse cada uno a lo suyo, que quiere decir a sus finanzas, paupérrimas o esplendorosas. 

Quiere ejemplos globales, piense en Siria arrasada para que el cerdo de Al-Asad siga mandando. O, más atrás, las masacres que hizo Stalin para seguir siendo el Zar rojo. O nuestro Benemérito, que murió en su cama antes de irse a los infiernos. Y pare de contar, la lista es interminable.   

Ya lo probamos todo. Las invasiones no sirven, fíjense en lo sucedido en Afganistán para no hablar de casa. La mayor potencia del mundo estuvo veinte años tratando de contener a los malvados talibanes en un paisito pobre y muy arcaico y rotundamente no pudo. Se fueron en días recientes sin gallardía y con el rabo entre las piernas, para no gastar más dólares y preservar a sus bien nutridos hijos.  De paso algo debería decirles a los belicistas nativos, ¿no es así Ledezma? Las asonadas populares que han sido frecuentes en tiempos recientes, a veces cuantiosas, por aquí y por allá, al parecer terminan cuando las balas combaten a las piedras y los gritos. Desde Nicaragua a Hong Kong, Bielorrusia o Birmania…o Venezuela. 

Las elecciones las manejan a su antojo y beneficio de los dictadores (Lukashenko es el campeón, pero las elecciones para la Constituyente venezolana son una pieza antológica mundial, como lo que está haciendo Ortega jugando tiro al blanco con cualquier candidato opositor). Los golpes de Estado, al menos en esta patria, no generan ni rumores y, en general, parecen algo pasados de moda al menos en América latina, ¡aquellos madrugonazos! Y los diálogos son trampajaulas, luego de un tiempo ganado Jorge Rodríguez los acaba en un santiamén después de unas cuantas payasadas y simulacros. Total, que no hay para dónde coger. ¿Entiende, nuestra renuencia?   

Bueno, hay que decir que, más allá de la evidente dosis de verdad fáctica que existe en esas afirmaciones, son falsas en su radicalidad y en el fondo de mala fe. Simplemente están contra otras muchas evidencias del pensamiento social y la experiencia histórica. El hombre ama y destruye, según Freud. Entonces no es un optimismo beato el que hay que asumir, allá religiosos y humanistas candorosos. 

Concretamente son innumerables las dictaduras que han caído en este mundo y de las más diversas, a veces inesperadas, formas. De Hitler a Kadafi, Pinochet o Pérez Jiménez o nada menos que la URSS que me vienen al azar de la computadora. De manera que, como siempre, estamos ante situaciones históricas abiertas y  es nuestro deber comprometernos con ellas y apostar por los resultados deseables, que a veces basta uno bueno y contundente. De manera que esa especie de rendición epistémica y práctica es moralmente indeseable. Siempre hay que continuar y esperar el desenvolvimiento diverso de los hechos y hasta una cierta dosis de enérgico deseo de positividad debe ser un buen y permanente actor de nuestra actitud política, así sea tantas veces burlado.    

Vamos en el inmediato futuro hacia dos retos importantes, las elecciones de noviembre y el diálogo noruego, partamos del temple de que debemos hacerlo lo mejor posible y pensar que nada está ya escrito en la aventura de los hombres. Sí podemos hacerlo mal, pero no estamos condenados por el destino a hacerlo siempre mal. Eso basta para seguir adelante.    

Cierto, una parte significativa de nuestras vidas se las ha llevado sin retorno esta desastrosa era chavista. Ha habido mucho dolor y heridas de una crueldad inimaginable hace unas décadas. Hemos errado mucho y valdría preguntarnos las causas, que a lo mejor tienen raíces muy lejanas y la tragedia nacional no es solo una mala jugada del azar, no solo una banda de desalmados que asaltó la república. Sino que tiene que ver  con la insuficiencia de nuestra institucionalidad, con  el rentismo que nos hizo blandos y facilistas y unas élites dirigentes con poco sentido colectivo e igualitario. Pero eso somos, tú también, crítico inclemente, pero no es una condena sino un gran reto. De cada hora.