América Latina se debate entre el populismo, el autoritarismo y la democracia. Nuestros pueblos buscan afanosamente bienestar, justicia, equidad y cambio. Subyace, también, en nuestra alma societaria sentimientos encontrados de frustración, indignación, revancha y castigo. En esa búsqueda y en la exacerbación de esos sentimientos se han dado saltos mortales al vacío.
La reciente elección presidencial en Colombia es una muestra de esos sentimientos encontrados. La hermana nación, como todos los pueblos de nuestro continente y del mundo, tienen graves carencias, inequidades y disfuncionalidades. La lista de problemas es larga, pero no hay duda que en medio de dicha problemática, han logrado una democracia de buen nivel, donde muchas instituciones funcionan, donde hay plena libertad de prensa e información, donde el derecho a la protesta se respeta y el pluralismo político y social es una realidad.
Además han logrado mejorar sustancialmente en la seguridad ciudadana y en el respeto a los derechos humanos. Su economía de mercado es buena, creativa, diversificada y en constante desarrollo. Durante los últimos años han mejorado sustancialmente sus infraestructuras de servicios. No es una democracia perfecta, lejos está de serla, pero es una democracia que puede mejorar sustancialmente.
Si la comparamos con Venezuela, saltan a la vista, solo al cruzar la frontera, las ventajas que en todos los órdenes nos llevan. No obstante la democracia más sólida de la región va a ser sometida a una prueba de fuego existencial en los próximos años.
Ha sido elegido Presidente de Colombia un polémico personaje, el Dr. Gustavo Petro. Sus antecedentes políticos y su formación en la escuela del marxismo castrismo, tienen a sus conciudadanos y a toda la región a la expectativa de lo que será el gobierno a conducir, después de su toma de posesión el próximo 7 de agosto.
La expectativa tiene mucho que ver con la dramática experiencia que hemos vivido los venezolanos con el llamado socialismo del siglo XXI.
Aunque todos estos personajes de la nueva ola socialista latinoamericana tengan nexos con el Foro de Sao Paulo, y hayan bebido en las fuentes del pensamiento socialista, no necesariamente todos podrán implantar un régimen autoritario, corrompido y devastador, como el que Hugo Chávez y su heredero Nicolás Maduro, implantaron en nuestra Venezuela. Cada país, cada actor político, cada realidad es diferente y condicionan su accionar.
La primera pregunta o comentario que recibo, en cada diálogo, sobre este tema, tiene que ver con la posibilidad de un salto hacia la dictadura del siglo XXI, y por ende la posibilidad de un quiebre de la democracia colombiana.
Sin lugar a dudas existe un riesgo. Nuestros pueblos tienen segmentos importantes con muy poca o escasa formación sobre la importancia de la democracia y su impacto en la vida cotidiana. Esto hace vulnerable el sistema de libertades. Los autócratas avanzan en su desmontaje sin la defensa de los ciudadanos. Colombia no escapa a esa realidad en nuestro continente. No obstante, debemos tener en cuenta que el vecino país se ha distinguido por contar con instituciones sólidas y una larga tradición democrática.
No le será nada fácil al Dr. Petro saltarse a la torera, con el discurso populista, el orden constitucional colombiano. Para Chávez fue relativamente más sencillo. Forzó la barrera del Estado de Derecho y logró una Asamblea Constituyente que le abrió el camino al establecimiento de la autocracia.
Para Petro no será sencillo establecer la reelección indefinida del presidente de la República, eliminar el congreso, y darse poderes extraordinarios como lo hizo Hugo Chávez. No digo que no lo intente o no se lo plantee. Pero luego de nuestra experiencia, a las instituciones colombianas no les va a resultar fácil cooperar para desmontar el orden constitucional vigente.
Si el nuevo presidente colombiano no logra esos cambios constitucionales tendrá entonces que dedicarse a gobernar, y allí es donde se pondrá a prueba su capacidad para administrar las finanzas públicas, gestionar la economía y conducir la complejidad social de la vecina nación.
Una administración que no respete las reglas básicas de la economía tendrá sus efectos nocivos sobre la vida socio económica de Colombia, y por ende impactará de forma significativa, también, a nuestro país.
De entrada el nuevo gobierno socialista deberá ser respetuoso de la propiedad privada y de la libre iniciativa, administrador prudente de las finanzas públicas a los fines de no generar niveles alarmantes de déficit fiscal, cuidadoso de la autonomía del Banco de la República para garantizar la estabilidad de la moneda, pero a la vez, agudo en la política social para atender los sectores afectados por la pobreza y la exclusión, a los fines de atender su base electoral y preservar la paz social.
Si Petro toma la senda del populismo y la demagogia, y descuida los elementos claves de la macroeconomía gobernará solo cuatro años, pero hará un severo daño a Colombia, porque la lesionará en su economía, incrementará la frustración social lesionando la institucionalidad.
Un elemento importante para el nuevo gobierno colombiano lo será su política internacional. De ella depende su relación con sus vecinos del continente y el tipo de política que va a llevar adelante. Por supuesto que el tema Venezuela y Maduro está en la agenda y en el ojo del huracán.
Ya Petro ha anunciado el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y consulares con nuestro país. ¿Está dispuesto Maduro a abrir las fronteras? ¿A abrir los consulados con las consecuencias que de ello se derivan? Para ambos países es sana una apertura de sus fronteras legales, no solo para el libre tránsito de personas, sino para el de mercancías. Recuperar el comercio binacional es muy importante. No será fácil alcanzar los niveles de la última década del siglo pasado, cuando el intercambio comercial entre ambos países sobrepasó los 7 mil millones de dólares. La ideologizada y errada relación bilateral impuesta por Hugo Chávez derrumbó esa importante actividad económica, hasta el punto de paralizar los programas de vías binacionales concebidas para facilitar ese proceso y sacar a Venezuela de la comunidad andina de Naciones, derrumbando hasta los escombros una floreciente economía en nuestras fronteras.
Un tema álgido para nuestro país y para el nuevo presidente colombiano, lo será la presencia en su territorio de unos dos millones de compatriotas venezolanos. Aventados de nuestra geografía por la catástrofe humanitaria generada por Maduro, tendrá que respetarles sus derechos humanos, y en consecuencia, mejorar la solidaria política de atención e inclusión que los gobiernos precedentes ha ejecutado.
La lupa estará colocada en el tratamiento que ambos gobiernos tendrán para con los grupos armados al margen de la ley que pululan en nuestra fronteras, pero especialmente el refugio seguro que los grupos guerrilleros derivados de las FARC y el ELN han logrado, con la administración Maduro, en territorio venezolano. ¿Continuará esa presencia aquí? ¿Abandonaran los grupos colombianos, armados al margen de la ley, la serie de actividades ilícitas que ejecutan en nuestro país?
¿Va Petro a hacerse el disimulado con la violación masiva de derechos humanos que ocurre en nuestra Venezuela, y que han sido suficientemente documentados por la alta comisionada de la ONU para esta materia? Otros presidentes de la izquierda latinoamericana, como el chileno Gabriel Boric, han hecho tímidos pronunciamientos exigiendo a Maduro la liberación de los presos políticos, la eliminación de las ejecuciones extrajudiciales y en general el respeto a los derechos humanos.
La agenda tiene aún otros temas pendientes. La naturaleza de este escrito no permite un mayor desarrollo. Pero no hay duda de que la elección de Petro marca un desafío para la vigencia de la democracia en nuestro continente. Los procesos políticos en marcha en países como Chile, Argentina y Perú tienen en vilo a la democracia latinoamericana. Ahora se suma Colombia.
Nuestra apuesta es a la supervivencia de la democracia. Más allá de que estos sectores y liderazgos, de la nueva izquierda latinoamericana, lideren varios de nuestros países, lo importante es que no destruyan sus democracias, hasta el punto de convertirlas en una caricatura que en el fondo escondan una dictadura cruel, corrompida y devastadora como la que han establecido en Venezuela, bajo el rimbombante nombre de socialismo del siglo XXI.