El liderazgo entendido como aptitud para motivar a quienes integran una sociedad de personas humanas, aunada a la destreza indispensable para organizar y ejecutar acciones exitosas, termina siendo una posibilidad que se aprovecha o se pierdeapresuradamente, de suyo con prescindencia de circunstancias de tiempo y lugar. La ventana de oportunidad o el “momentum” del liderazgo suele ser muy breve –recordemos en este contexto los quince minutos de fama de Andy Warhol–; el líder fallido puede que tenga una nueva oportunidad, aunque generalmente no es el caso –el respeto y la motivación suelen ser frágiles y las más de las veces no se perdonan errores de mayor o menor entidad–. Naturalmente puede resurgir la coyuntura favorable, en cuyo caso la experiencia jugará un papel fundamental.
En nuestra contemporaneidad, hemos asistido ala trama de líderes habilidosos que han llevado adelante algunas causas triunfales. Sostener el estado de ánimo colectivo derivado del éxito episódico es otro asunto, como bien se desprende de trayectorias conocidas. Y no estamos hablando únicamente de la astucia del “vendedor de milagros” o el estafadorque alcanza propósitos para después manifestarse en sus empeños inconfesables; cabe también considerar la mediocridad innata en quiénes actuando de buena fe, no están en capacidad de dar rendimiento alguno. De igual manera, los motivos de inspiración en los seguidores del líder se desvanecen cuando no se logran los objetivos o cuando no se adecúan las pretensionesiniciales a las circunstancias comúnmente cambiantes; es la habilidad de ejercer autoridad de manera eficiente y ante todo responsable. En ello juega un papel fundamental el estudio y conocimiento profundo de la realidad inmanente, de los valores y aspiraciones de la sociedad –siempre teniendo en cuenta las diferencias individuales que nunca serán efectivamente sometidas con aproximaciones colectivistas, como demuestran los hechos–.
Pero vayamos al tema de renovar liderazgos en nuestra malograda República. Comencemos por afirmar que la salida de la crisis que hoy nos agobia no solo compete al liderazgo político, antes bien, deben reunirse en una misma intención regeneradora todos los sectores de la vida venezolana. Aquí no se trata de aparentar una compostura que no se tiene, para en esa medida proyectar una nueva imagen. Tampoco es asunto de convocar elecciones o concursos de base bajo un sistema que no es para nada confiable. La muy deseable primavera del liderazgo político venezolano no será creación de alquimistas ni de validos en métodos y coincidencias falseadas. Suele decirse con acierto que los liderazgos no se decretan; a ello añadimos que tampoco pueden resultar de maquinaciones entre unos cuantos confabulados que no representan el verdadero sentir de la gente.
¿Qué ha pasado con el liderazgo político venezolano?
Es obvio que la dirección comprometida con la democracia formal perdió contacto con la realidad nacional y ante todo con las aspiraciones legítimas del ciudadano común, contribuyendo con ello a la gran confusión e inestabilidad que a finales del siglo XX dio al traste con la República Civil. El triunfo electoral en 1998 de quienes previamente habían tomado el camino de la insurrección armada, no se debió tanto a sus habilidades y solidez del programa anunciado en la víspera, como a las inhabilidades y disparates de los vencidos –los partidos políticos tradicionales y algunos de sus líderes dominantes desde 1958–. Naturalmente, es preciso reconocer que la caída de las instituciones públicas en manos de una sola e intolerante parcialidad ha planteado asimetrías que hacen nugatorio todo empeño de regeneración nacional –hay que añadir la falta de preparación y de sentido de la oportunidad de la dirigencia partidista tradicional, dentro de la cual, sin duda, habrá honrosas excepciones–.Y no pueden quedar fuera de consideración, las imperdonables flaquezas morales de pseudo-líderes y aspirantes a ocupar cargos de elección popular; en tal sentido sobran los ejemplos que dan fisonomía al bochorno de la oposición venezolana –hay excepciones dentro de ella, valga una vez más la salvedad–. Lo antes dicho bastaría para explicar ese sentimiento de resignación impotente que abruma a los venezolanos de buena voluntad.
Pero como siempre decimos, el país no se perderá irremisiblemente y un nuevo liderazgo aparecerá en escena tarde o temprano. Ojalá entiendan aquellos que ya tuvieron figuración –los que agotaron sin éxito sus “quince minutos”–, que es momento de deponer actitudes petulantes, de abrir cauces al relevo de funciones, que en este momento su habilidad y dignidad consisten en ceder los espacios a quienes podrían configurar e impulsar una nueva e imprescindible esperanza. Es el desafío y la única manera de rescatar la motivación y entusiasmo de las grandes mayorías de venezolanos que claman por el cambio político y la reinstitucionalización del país.