Apóyanos

El debate sobre la inmigración

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Ilustración: Juan Diego Avendaño

 

La inmigración descontrolada es uno de los temas decisivos de la campaña electoral de Estados Unidos. También lo ha sido en eventos similares ocurridos recientemente en Europa. Ha determinado algunos resultados. En América el asunto está vinculado a la situación existente al Sur, de donde proviene la mayoría de los migrantes. Lamentablemente, en los debates no se ha hablado mucho de las causas del problema y, por eso, no se han propuesto soluciones integrales. Pero, de no adoptarse, cientos de miles de personas continuarán llegando al Norte, empujadas a la aventura por la aspiración de vivir mejor.

La emigración es un fenómeno natural. Responde a la naturaleza de los seres vivos, llamados a desplazarse para “poblar” todos los espacios. Mueve a los animales y, por supuesto, al ser humano, a veces hasta pretender lo imposible o lo inconveniente. Responde no sólo a la satisfacción de necesidades materiales, sino también a aspiraciones del espíritu, a la búsqueda de lo desconocido. El impulso que anima la emigración se manifestó desde los comienzos de la humanidad y se ha mantenido a lo largo de la historia. Atiende a las exigencias de sobrevivir (ante situaciones naturales o sociales de muy diverso tipo) o a la posibilidad de mejorar.  Pero, también, al cansancio de lo habitual, al deseo de la aventura, al reto de superación de los obstáculos. No se puede olvidar que con frecuencia es impuesta. Entonces puede envolver a millones de personas. Ocurrió así desde la antigüedad. Sobran los ejemplos.

Siempre hubo movimientos de migración masiva, provocados unos por la naturaleza y otros por la acción humana, consciente o involuntaria. Determinaron el sentido de la historia. El mundo moderno es, en buena medida, resultado de la expansión de los europeos (iniciada en el siglo XV): pusieron en contacto a pueblos que se ignoraban, dominaron países de todas las latitudes, impusieron ideas, valores, instituciones y formas de vida, suscitaron cambios profundos en pueblos muy antiguas. Sin embargo, surgió un mundo de profundas desigualdades y, en consecuencia, de millones de insatisfechos. Aunque se puso fin a la miseria de casi todos (en 1800 más del 90% vivía en pobreza extrema), muchos aún aspiran mejorar su suerte. Una de las vías es la emigración hacia las sociedades que ofrecen las mejores oportunidades.. Así, se ha iniciado un movimiento “en sentido contrario”. Participan africanos, árabes, asiáticos y latinoamericanos. Exigen solidaridad a los más afortunados.

La emigración dio nacimiento a Estados Unidos y, también, a Canadá, como antes y más tarde a otras naciones (Islandia o la Rus de Kiev, Australia o Nueva Zelanda).  El primero, no se fundó sobre las  poblaciones indígenas que habitaban extensos territorios, las que más bien fueron desplazadas y, posteriormente, “reducidas”, cuando no exterminadas. Durante los dos siglos que siguieron a su llegada, los europeos se establecieron en la costa atlántica. Luego, con la protección del Estado surgido de la guerra con Inglaterra, adelantaron “la conquista del oeste”. Ya ese mismo Estado había comprado Louisiana y se había apoderado de las tierras mexicanas de California y Texas. La mayoría de aquellos inmigrantes, como los primeros, huían de la pobreza y de las persecuciones de diversa índole (religiosa, social o política). Y cientos de miles habían sido llevados desde África para trabajar como esclavos, especialmente en las plantaciones del Sur.

Siempre hubo población hispana numerosa en el oeste y sur-oeste de Estados Unidos, aunque la colonización española de esas tierras comenzó tarde (y fue interrumpida por el proceso de independencia). Después de su incorporación a la Unión, la migración mexicana continuó; más, se incrementó por la necesidad de mano de obra en las explotaciones agrícolas u otras actividades. Desde mediados del siglo XX otras circunstancias contribuyeron al aumento de la emigración: la violencia en Colombia, la revolución cubana, las guerras en Centroamérica. Y, en general, el fracaso de los ensayos democráticos en alcanzar niveles de desarrollo que permitieran superar la pobreza y mejorar las condiciones de vida. Para 1970  los hispanos eran 9,1 millones (4,7% del total). Desde entonces se han multiplicado: para 2020 sumaban 60,6 millones (18,5% del total). Las cifras revelan la incapacidad de los dirigentes del Sur para establecer sociedades cuyos miembros puedan trabajar y vivir en libertad.

Venezuela fue en una época paraíso de inmigrantes. Acogió cientos de miles de diverso origen. En contraste, eran pocos los nacionales que emigraban (aunque miles completaban su formación en el exterior). Durante las dictaduras algunos debieron exiliarse; pero luego regresaron. Quienes vivían fuera –en ambientes propicios para desarrollar sus talentos– representaban pequeños porcentajes. La elección de Hugo Chávez provocó un cambio en aquellas tendencias. La emigración, de pocos al comienzo, se aceleró con las medidas confiscatorias de tierras y empresas y de limitación de las libertades económicas; y especialmente con la decisión (anunciada en 2005) de establecer una sociedad socialista. Para 2009 el número de migrantes se estimó en más de 1 millón y en 2015 en 1,8 millones. Después –crisis económica, explosión de la violencia, desmantelamiento de los servicios públicos, negación de las prácticas democráticas– aquellas cifras crecieron vertiginosamente: 4,6 millones en 2020 y 7,77 millones en junio 2024.

Pocos latinoamericanos emigran hacia Europa Occidental. Lo hacen, sobre todo, gente con ascendientes de ese origen (por lo que aparecen como nacionales). Algunos gobiernos (como los de Alemania e Italia) fomentan ese “retorno” porque esos “beneficiarios” tienen mejores posibilidades de integrarse al país de sus ancestros. En verdad, la mayoría de los inmigrantes en Europa provienen de África (que se repartieron las potencias imperiales del siglo XIX) y Medio Oriente (azotado por guerras y revoluciones). Sin embargo, los motivos son los mismos que movieron a quienes antes salieron del viejo continente hacia todas las latitudes: la  aspiración a mejorar las condiciones de vida, la búsqueda de lugar seguro donde trabajar y progresar, y el ejercicio de la libertad que se les niega en la tierra donde crecieron. Con todo, son numerosos los latinoamericanos en España, Italia y Portugal. Para comienzos de 2024 eran casi 519.000 los venezolanos en España.

La inmigración no se fomenta con discursos o escritos, como tampoco se impide con decretos o medidas policiales. Hace tiempo que muchos piensan que Estados Unidos y Europa Occidental son fortalezas asediadas a punto de caer ante el empuje de masas violentas de haraposos, atraídas por sus riquezas. Por eso, han propuesto levantar muros (jurídicos, administrativos o físicos) para impedir el asalto. Ahora mismo, utiliza tales términos (“cat-eater”) Donald Trump en busca de votantes angustiados por los problemas que afectan al país (inseguridad, incertidumbre económica, terrorismo internacional). Es el recurso de quienes olvidan que las legiones romanas o la Muralla China no detuvieron a los invasores de los imperios que debían proteger. Tampoco el aislamiento: siempre se encuentra un paso geográfico (para superar las más altas montañas, como la de los Himalayas)  o una manera de burlar la prohibición de ingreso a un territorio (como por siglos hicieron los asiáticos).

Es imposible impedir toda inmigración. La ciencia confirma que los seres humanos somos resultado de fenómenos distintos de emigración. Su distribución actual responde a impulsos profundos del hombre. Pero, es factible ordenar el movimiento de las gentes, orientarlo y controlarlo. Ya se ha hecho. En todo caso, siempre será necesario tomar en cuenta las causas que lo provocan. Mientras se mantengan, los hombres y mujeres afectados correrán cualquier riesgo para emigrar. Dos son las de mayor importancia: la pobreza y la aspiración a la libertad. Millones –especialmente en África y América Latina– emigran para asegurar su sobrevivencia. Se requiere por tanto la ejecución de programas integrales de desarrollo en sus sitios de origen (como antes se pusieron en marcha en Europa). Y millones también emprenden camino en busca de libertad. Es el otro bien a asegurar. Supone el fin de las dictaduras: de Cuba, Nicaragua o Venezuela, entre otras.

La emigración de gentes del Sur es uno de los fenómenos más importantes de este tiempo. Influirá notablemente en la construcción del mundo futuro. Debe tener efectos favorables. Porque existe la posibilidad, por primera vez, de planificar y ordenar y aún controlar la forma cómo ocurre: atendiendo las aspiraciones y la dignidad y derechos de las personas; y las necesidades y las exigencias de seguridad de las sociedades que los reciben. Se puede garantizar beneficios a todos: a los seres humanos que emprenden la aventura y a los países que les ofrecen campo de acción y aprovechan sus capacidades y saberes.


El autor es profesor titular de la Universidad de los Andes (Venezuela).

X: @JesusRondonN    

 

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional