Se puede elaborar una larga lista de los daños causados por el socialismo del siglo XXI y cada venezolano tendrá la suya, dada la magnitud de la “crisis humanitaria compleja”. Unos pueden decir que es la salud, deteriorada al punto de regresar a los tiempos de las enfermedades endémicas como el paludismo, la malaria y la lepra, con severos daños por la desnutrición con consecuencias en la talla y peso de las generaciones nacidas en estos tiempos de revolución “bonita”, con la destrucción de la institucionalidad de atención pública, de la prevención y hasta de las estadísticas vitales.
Otros dirán que el daño mayor ha sido la infraestructura, el más visible del desastre, con la mayoría de los centros poblados sin agua, con la vialidad destrozada, espacios públicos en deterioro, cientos de esqueletos de obras públicas de los sueños megalómanos frustrados por la corrupción y la incompetencia, la destrucción del sistema eléctrico, de las edificaciones públicas que amenazan ruina y muchas otras evidencias.
Otros dirán que es el daño institucional, con el desmantelamiento del Estado, de la división de poderes, del estado federal descentralizado, del sistema de justicia, la gravísima afectación de los derechos humanos y demás. Otros sostendrán que es la economía, con la destrucción de la moneda nacional, la mayor inflación del mundo, la ruina de los sistemas de producción, de distribución y de consumo. Algunos agregarán la corrupción, el déficit de democracia y de libertad, el daño al ambiente y a las cuencas hidrográficas, la basura y la contaminación, el crimen del Arco Minero del Orinoco, el pésimo sistema penitenciario, la militarización de la vida civil, la penetración del narcotráfico, la inseguridad y por allí podemos seguir contando.
Siento que el daño mayor del socialismo del siglo XXI es el causado a la educación, desde el lenguaje que pasó a ser vulgar y chabacano hasta el sistema escolar y la cultura, que es una ruina. Es un daño que no tiene las urgencias de la falta de agua o gasolina, que no se ve como el monte y los huecos que dañan la vialidad, o cómo nos oscurecen los apagones, pero que está causando un deterioro de honda profundidad y largo alcance. En consecuencia,es el desafío de más grande envergadura a asumir desde ahora, desde la madre y la familia, la educación formal y no formal, desde los preescolares hasta las universidades, y muy en particular la formación de maestros, hoy fruto de una improvisación criminal.
Sé que esto exige un cambio en el régimen del socialismo del siglo XXI por un gobierno serio y responsable, pero esperar es dejar atrás a muchos niños y adolescentes. Es aplazar las posibilidades de formar personas conscientes de su dignidad humana, capaces de labrar su propio destino. Mientras llega la oportunidad de crear un nuevo sistema educativo, hay que actuar, siguiendo, pero multiplicando, los esfuerzos que se están haciendo por allí desde las iniciativas particulares, familiares y comunitarias.
Mientras se diseña y se instala el nuevo sistema educativo, de alta calidad e incluyente, es necesario salvar niños. La urgencia y la trascendencia del daño mayor obliga a todo tipo de iniciativas que salve niños, y allí todos los venezolanos conscientes que la educación es el principal camino para construir una sociedad decente, debemos participar. Los padres de familia, las comunidades, los medios de comunicación, la sociedad civil organizada, las redes sociales y todo aquel que pueda, desde enseñar a leer, a escribir y las cuarto reglas de la aritmética hasta lógica y filosofía.
Las oportunidades que para ello ofrecen las tecnologías de la información son muy útiles, pero lamentablemente en Venezuela forman parte del desastre, pues la mayoría de los que más necesitan de educación son los que menos acceso tienen a estas herramientas. De allí el tamaño de los compromisos personales, de la necesidad de comprometerse y de animar a todos para convertir la tarea de educar en una auténtica cruzada nacional.
Todo se inicia con el lenguaje, con el buen uso de la palabra, pues es el principal vehículo para formas buenas personas. Si creemos en el poder de la palabra debemos utilizarlas para dar inicio a la gran transformación. En eso nos podemos comprometer todos, utilizando las buenas palabras, las correctas y apropiadas. Palabras que estimulen, premien y construyan. La transformación hacia la calidad de los venezolanos se inicia en el lenguaje, que es tarea de todos. Y junto con la palabra, va la escucha. Aprender a escuchar, que no es cualquier cosa. Es ponerse en el lugar del otro, del que habla, para tratar de entenderlo desde el respeto y la diversidad. Todo el sistema no formal debe ser consciente de la importancia de esta tarea de darle valor a la palabra, la escuchada y la pronunciada. Y para hablar y escuchar en libertad.
Tema paralelo y muy complejo es el sistema escolar, destruido como si la educación fuese el enemigo, como efectivamente lo es para el autoritarismo. Las pocas escuelas que se han mantenido más o menos a flote son las de administración privada, las de ese milagro que es Fe y Alegría y algunas otras, pero la educación pública para la mayoría de los niños y adolescentes venezolanos son una ruina, con maestros mal pagados, en su mayoría mal formados en sistemas populistas creados de manera improvisada.La educación virtual a distancia es una verdadera estafa, en un país con uno de los peores accesos a Internet y con la mayoría de las familias sin acceso a computadoras o a teléfonos inteligentes, pero tampoco con maestros preparados para esos sistemas. Los resultados están a la vista, documentada en diversos y autorizados informes.
Quizás lo mejor que puede pasar en nuestro país es un acuerdo nacional para refundar todo el sistema, desde el inicial hasta el superior, pues debe responder a los nuevos desafíos de una sociedad global cambiante y a los propios del país y de cada lugar. Los venezolanos tenemos expertos en educación muy valiosos y conscientes de las tareas que es necesario emprender, pero sin la concurrencia del Estado es casi imposible. Y un Estado en ruinas y desarticulado hacen más difícil el desafío, que no por ello puede aplazarse, lo que exige un gran acuerdo nacional, serio y audaz.
Seguramente la prioridad está en tomar conciencia que la educación es el verdadero motor del desarrollo integral y sostenible, y que es necesario invertir en ello para una formación de calidad. Con maestros y estudiantes excelentes, junto a una comunidad educativa comprometida y un calendario escolar exigente. Un sistema que debe ser gratuito hasta los 15 años, pero que premie la calidad, tanto de maestros como de estudiantes. La educación universitaria debe ser selectiva y con algún tipo de pago, contraprestación, sistema de créditos o becas por excelencia.
Mientras el cambio llega y en medio de la tragedia nacional es menester visibilizar las islas de excelencia que aún quedan, dar a conocer las experiencias de calidad que sobreviven en la hecatombe y tomarlas como ejemplo para expandir sus coberturas. Tomar esta campaña educativa como una tarea del más alto interés nacional, actuando en cada casa y en cada lugar. No hay tiempo que perder. El daño mayor en Venezuela es en la educación y superarlo es el principal desafío.
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