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Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. (Ryszard Kapuscinski).

De todas las libertades que promueven y avalan las democracias, los países libres, es difícil evaluar cuál es la más importante, la más fundamental, no ya para el progreso democrático del país, sino para el propio desarrollo de la sociedad que lo compone.

Las libertades, cuando uno ha tenido la suerte de no carecer de ellas, se dan por hechas, así que podría parecer que es un acto vacío tratar de reflexionar sobre cuáles son más importantes, si no caemos en el error de pensar que la libertad es, en sí, una unidad, un todo.

La libertad total no existe desde el mismo momento en que la libertad de uno puede agredir a los derechos de otro; por tanto, la norma, la legislación, ha de regular lo que somos libres de realizar y lo que no. En el caso de España, aparte evidentemente del código penal, lo que regula nuestros derechos y libertades, esto es, la frontera entre mi libertad y tu derecho, es la carta magna, la Constitución. En ella se enumeran, negro sobre blanco, los derechos fundamentales de los ciudadanos.

Es, en principio, un medio útil de articular la convivencia, hasta que, como he dicho, los derechos de unos chocan con los de otros. Un ejemplo muy claro, por evidenciar mi argumento, es el derecho a una vivienda digna, que la Constitución articula en su artículo 47. “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”. El problema surge cuando el artículo 47 choca frontalmente con el 33, en el que, literalmente “se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia”.

Sirva como ejemplo, puesto que no es este derecho el que hoy me trae hasta aquí, sino la intención de demostrar lo vago y complicado que la implementación en la práctica de todos estos derechos tan lógicos y evidentes puede resultar.

En lo que a mí me atañe, en este momento, en esta época de polarización, adoctrinamiento y mentira, existen otros dos derechos fundamentales que, mal implementados, también chocan entre sí. La libertad de expresión y la libertad de prensa. Es cierto que esto es más ambiguo, ya que si bien la Constitución si refleja la libertad de expresión en su artículo 20, el cual refleja que “se reconocen y protegen los derechos : A- Expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. B- A la producción literaria, artística, científica y técnica”. Sin embargo, nuestra carta magna no regula ni garantiza la libertad de prensa.

Es muy subjetivo, ya lo entiendo, pero para mí, la libertad de prensa es uno de los pilares fundamentales que sostienen las democracias y, por tanto, el resto de libertades. Sin información fidedigna y objetiva, todo lo demás pierde todo su sentido, su esencia misma. Y los medios de comunicación, en España y el resto del mundo, han sucumbido no ya al poder, lo cual sería casi entendible o justificable, sino a la mayor aberración que se ha inventado y permitido en todos los medios de prensa, hasta hacerse imprescindible; esta no es otra que la línea editorial.

El hecho, no ya de reconocer, sino de establecer como normal que exista una línea editorial, ya está indicando que ese medio está polarizado; y como ya he dicho en otras ocasiones, la información, para ser fidedigna, no admite matices ni orientaciones  ideológicas de cualquier índole. La información, para ser tal, ha de ser objetiva, dejando al lector o al oyente o al televidente la opción lógica de crearse una opinión propia de lo que está pasando.

Desde el mismo momento en que con la supuesta información estamos tratando de orientar o condicionar  la opinión, ya no somos prensa, sino medios propagandísticos vendidos a uno u otro poder.

Decía Grace Kelly que “la libertad de prensa funciona de tal manera que no hay mucha libertad en ella”. Yo, como siempre, corrijo la frase, que para mí sería más acertada si enunciara que la libertad de información funciona de tal manera que no hay ninguna información en ella.

Es cierto que los periodistas que nos movemos, como es mi caso, en el terreno de la opinión, tenemos patente de corso para orientar, evidentemente opinar e incluso dejar traslucir nuestras tendencias ideológicas en nuestros textos. Es por eso que yo elegí este terreno, en el cual mis derechos no se superponen con los del lector o el objeto del artículo, puesto que son, en su base, subjetivos, como enuncia su propia denominación de opinión.

Pero los reporteros, los informadores, los que están ahí para que la gente conozca la verdad, sin matices, no deberían venderse a esa aberración, a ese sinsentido denominado, como ya he dicho, línea editorial.

Según Jiddu Krishnamurti, reconocido pensador de origen indio: «El mundo está lleno de opiniones como lo está de personas. Y usted sabe qué es una opinión. Uno dice esto, y algún otro dice aquello. Cada cual tiene una opinión, pero la opinión no es la verdad; por lo tanto, no escuche una mera opinión, no importa de quien sea, sino descubra por sí mismo que es lo verdadero. La opinión puede cambiar de la noche a la mañana, pero no podemos cambiar la verdad.

Por lo tanto, estar informado es un derecho y un deber fundamental si queremos sostener el sistema democrático; y puesto que, en muchos casos, los medios de información faltamos a nuestro deber de objetividad, mi consejo, desde mi posición de informador, es que lean, que no veten ningún medio, los afines y los que no lo son, y con ese conglomerado de supuesta información creen su propia opinión.

Dicen que la prensa somos el cuarto poder. No se dejen dominar. Conviertan en herramienta lo que, de base, pretende ser doctrina, y juzguen, con toda la severidad de la que sean capaces, que es lo que les estamos contando, pero, sobre todo, que es lo que les estamos ocultando. Los micrófonos, los teclados, las cámaras, pueden ser unas armas poderosas; en su responsabilidad está ponerlas a su servicio.

Así pues, si quieren ser libres, no elijan entre la pastilla azul y la roja. Creen su propia opinión.

La información es poder. No lo olviden.

@elvillano1970


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