El crecimiento urbano de Los Altos, hoy Altos mirandinos, hizo eclosión entre mediados de la década de 1970 y la de 1980, aproximadamente entre 1975 y 1985 para indicar fechas concretas. Coincidió así, en líneas generales, con los años de bonanza económica por la elevación de los precios del petróleo. Esa época, también de mucho despilfarro, se conoció genéricamente con el nombre de la Gran Venezuela, idea que encerraba la suposición de que el país se encontraba realmente en vías de desarrollo. De manera más jocosa y sarcástica se apodó “Venezuela Saudita” a los modos de vida surgidos entonces.
Sin embargo, ya en la segunda mitad de la década de 1950, tras la construcción de la Carretera Panamericana, concluida en 1955, e incluso la instalación en 1954 del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales, a partir de 1959 Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, en Altos de Pipe, se vislumbraba la expansión de la metrópolis caraqueña hacia Los Altos. De igual manera se empezaba a proyectar su crecimiento hacia otras regiones circundantes, como los valles de Guarenas y Guatire y los Valles del Tuy.
La expansión urbana de Caracas implicó para Los Altos la dificultad o postergación de un desarrollo local propio y autónomo. Es interesante el testimonio de Francisco A. Camposano (referido como Campuzano), entonces presidente de la Cámara de Comercio e Industria del Estado Miranda, cuya sede era la ciudad de Los Teques, quien le señaló al escritor y periodista argentino Jorge Newton las siguientes palabras que el autor recoge en su obra Radiografía de Venezuela, publicada en 1957, “desearía un gran desarrollo industrial para los teques – dijo -, y todos los integrantes de nuestra entidad luchan por conseguirlo. Pero nadie debe colocarse de espaldas a la realidad, desconociendo la influencia que tiene la geografía en la vida de los pueblos. Nuestra ciudad está muy cerca de Caracas, su clima es muy bueno y el panorama que la rodea, magnífico. Nadie puede oponerse a lo que lógicamente tiene que suceder: en un futuro muy próximo, Los Teques será la gran ciudad residencial de los caraqueños” (p. [58]). Camposano se adelantaba a lo que más tarde sucedería y que tantas personas, incluida mi madre quien siempre lo repetía, reconocían: “A Los Teques lo mata la cercanía a Caracas”. Constituía una fuerte tentación, entonces como ahora, bajar a Caracas, la capital de la República, situada a unos 23 km de distancia, ya fuera a hacer compras, diligencias u otras actividades en vez de hacerlo en Los Teques y, por extensión, en Los Altos. Es cierto, sin embargo, que esta situación en parte se matizó a partir de la década de 1990, al menos en San Antonio de Los Altos y el municipio Carrizal con la construcción de grandes centros comerciales.
Indica también Newton que «Los Teques no tiene diarios ni revistas de gran circulación, ni empresas editoriales. Tampoco se realizan en ella, sino muy ocasionalmente, actos artísticos de gran trascendencia. [/] Y también en esto la capital mirandina es como un complemento y como una prolongación de la ciudad de Caracas, que hace llegar hasta ella el aporte de sus mejores inquietudes y de su acción cultural, permanentemente reflejadas en el seno de la sociedad de Los Teques. [/] Esta, por lo demás, es una población carente de vida nocturna y de centros dedicados a expansiones de tal naturaleza. A las 10 de la noche, sus calles están prácticamente desiertas” ([p. 58]).
Los Teques, no obstante, tenía una larga tradición como punto de atracción gracias a su fresco clima y hermosos paisajes de montaña. Era visto, desde finales del siglo XIX, como un lugar ideal al que se iba a temperar, especialmente para mejorar determinadas dolencias y sobre todo las referidas a enfermedades respiratorias, entre ellas la tuberculosis y la neumonía en una época anterior a los tratamientos con antibióticos. Así, pues, en Los Teques proliferaron hoteles, hospedajes y pensiones para acoger a las personas que acudían al buscar una mejoría. En mi memoria familiar, están los casos de un tío abuelo, Lucas Guillermo Castillo Hernández, luego sacerdote y X arzobispo de Caracas, quien junto a su hermano, mi abuelo Rosalio Castillo Hernández, fue a Los Teques en 1900 a mejorar de una neumonía y mi bisabuela, María Teresa Peña Martínez de Lara Casado, que fue desde San Sebastián de los Reyes a Los Teques. Eso debió haber sido hacia 1910. Debía reposar para mejorar de la tuberculosis, que lamentablemente pocos años después la llevaría a la tumba. A Los Teques la acompañó su tercera hija, mi mi abuela materna, Guillermina Lara Peña. Se hospedaron en el hotel La Casona, que hasta hace poco prestaba servicios en Los Teques, muy cerca del Parque Knoop o Los Coquitos.
Incluso la opinión del general José Victoriano Zambrano, a la sazón gobernador del estado Miranda, sobre la proyección del crecimiento de Los Teques resulta pertinente. Tal como la recoge Newton (p. [58]) el gobernador señala que “Los Teques reune [sic] todas las condiciones y todos los elementos necesarios para convertirse en un gran centro estudiantil, dentro del cual funcionan actualmente 5 escuelas, 3 colegios, un grupo escolar, una academia, 3 institutos y 3 liceos. El saludable clima de que aquí se disfruta, el ambiente tranquilo, y las peculiaridades de esta población, que vive al margen de ciertas desviaciones de la juventud moderna radicada en las grandes ciudades, son factores que tendrán indudablemente gravitación en el éxito de la Ciudad Estudiantil, que empezaremos a construir dentro de muy poco tiempo”. Resulta muy interesante la alusión a las costumbres de la juventud en las grandes ciudades justo poco antes de la tumultuosa década de 1960 y el rol de la juventud en los cambios ocurridos. La ciudad estudiantil a la que se refiere el gobernador nunca se construyó, pero ciertamente había importantes centros educativos en Los Teques. Cabe destacar entre ellos, por su trascendencia y aporte a la vida intelectual, académica, política y económica de Venezuela, al Liceo San José. Fue fundado en Caracas en 1906 por el doctor José de Jesús Arocha Tortolero, nativo del estado Carabobo, y trasladado a Los Teques en 1912. En 1935 fue vendido por su hijo a la congregación salesiana. El doctor Arocha había fallecido en 1930. Hoy constituye la institución escolar más antigua de Los Teques.
Los Teques, a pesar de ser la capital de Miranda, el segundo estado más poblado de Venezuela, enfrenta los modos de una ciudad satélite y de una ciudad dormitorio, en vez de tener como antaño una fuerza autónoma y una dinámica propia, que todavía subsiste empero a pesar de la apariencia de solo ciudad dependiente de otra.
Los Teques y Los Altos poseen una hermosa historia y los tequeños o tequenses guardan aún tradiciones que testimonian una presencia anclada en el tiempo y una continuidad que, sin duda, servirá de germen para la renovación urbana en sentido integral que debe acompañar el futuro de la ciudad, la región toda y sus habitantes.
(Newton, Jorge. Radiografía de Venezuela. Caracas, Editorial Atlas, 1957)
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