Incertidumbre es la palabra clave que marca el ambiente político-electoral de Venezuela en estos comienzos de año. Desde el mismo primero de enero, dos declaraciones alborotaron las redes y medios informativos con comentarios y análisis sobre los escenarios que debemos esperar de cara a los todavía no anunciados comicios presidenciales.

Por un lado, María Corina Machado, dio el primer paso a través de un mensaje de Año Nuevo prometiendo poner todo su empeño en la “compleja negociación” que se lleva a cabo con el gobierno de facto, respecto a las necesarias condiciones electorales para la cita de este 2024, que no tendrían otro norte que el interés común de Venezuela.

Cuando MCM habla sobre una compleja negociación con Miraflores, apostando todo al futuro bienestar del país, lo primero que pensamos es en el cambio de enfoque que ha experimentado su estrategia respecto a la forma de confrontar al régimen. Hubo un momento en el que la única negociación concebible para la líder opositora descansaba en los términos de la salida incondicional de Nicolás. Y bueno, nadie puede decir que este haya dejado de ser el objetivo último. Lo que pasa es que ahora, un sentido pragmático de las cosas obliga a flexibilizar posiciones y definir medios alternativos para alcanzar los tan anhelados propósitos.

La pregunta que salta de inmediato: ¿qué hay detrás de la seguridad con la que MCM se dirige a todo un país revelando que está en plena negociación (compleja) con el gobierno de facto?

Y es aquí donde debemos recapitular y destacar que hasta el día de hoy hemos tenido conocimiento de dos planos de negociaciones: en un primer nivel están las conversaciones y contactos que han sostenido los representantes del régimen de Maduro, encabezados por el presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, y la delegación de la Plataforma Unitaria Democrática, capitaneada por Gerardo Blyde, que dieron como máximo fruto los cada vez más cuestionados acuerdos de Barbados.

Ya sabemos que la otra instancia de las negociaciones, la verdadera, involucra a Nicolás Maduro y su círculo más íntimo, con los representantes de la administración de Joe Biden, destacando como figura visible su consejero de seguridad nacional, Juan González. Una hipótesis no descartable es que a este nivel de las negociaciones habría sido incorporada MCM, ateniéndonos un poco a sus más recientes declaraciones, incluida la del primero de enero.

Y todo parecería apuntar hacia esa posibilidad, al entender que MCM no posee nada que pudiera dar a Nicolás Maduro, a cambio de su habilitación como candidata opositora y mínimas condiciones que garanticen un proceso electoral medianamente limpio y transparente. Quien sí tiene algo que a Maduro interesa es Estados Unidos, la llave mágica para flexibilizar las sanciones y procurar los recursos que tanto necesita el arruinado régimen.

Maduro, por su parte, si bien nunca se ha referido a las negociaciones complejas de las que habla MCM en el mismo tono y sentido, comenzó el año con su acostumbrada entrevista concedida al tarifado intelectual francés, Ignacio Ramonet, en la que, respondiendo a una de sus preguntas de manera obviamente ensayada, señaló que todavía era muy prematuro anunciar si se mantendría como candidato presidencial oficialista; que sólo Dios, y no Diosdado, lo sabía, dejando caer la especie de que era mejor esperar que se definieran mejor los escenarios electorales de este y el próximo año. Nuevamente la duda y la incertidumbre como elementos básicos de la estrategia comunicacional del régimen.

Simplemente, Maduro y sus más cercanos acólitos están haciendo gala de lo que mejor saben hacer: jugar al desgaste y utilizar el tiempo como su mejor aliado. Es probable que la definición de los escenarios a los que hace referencia Maduro es algo que está atado a la resolución del tema sobre la inhabilitación de MCM y los tiempos que no van cuadrando muy bien por el retraso del Consejo Nacional Electoral en anunciar el cronograma electoral correspondiente.

Entonces, ¿es la eventual habilitación de MCM lo que se está realmente negociando, y, si es así, a cambio de qué?

El costo de salida de Maduro

Ya Nicolás logró obtener dos cosas para él importantes: los narcosobrinos de su amada combatiente, y a su bien apreciado testaferro, Alex Saab, tan tercamente canjeado por nacionales estadounidenses. La flexibilización de la postura de MCM dejando entrever que haría todo lo posible para que, como resultado de las negociaciones con el régimen, impere el bien común, podría suponer una salida con garantías para Maduro y su círculo más íntimo. La pregunta sería: ¿Quiénes formarían parte de ese grupo tan afortunado?

Si consideramos que el régimen madurista es una especie de bestia con varias cabezas, no resulta fácil imaginar un arreglo en el que cada una de ellas sea salvada de una eventual decapitación; pero hay que estar claros en que sólo reduciendo el costo de salida de aquellos con cuotas de poder efectivo y asegurando mínimas garantías de supervivencia en un paraíso que se supone fuera de Venezuela, es que podría verse en el horizonte un atisbo de luz al final del túnel. Ahí tenemos para pensar, aparte de Nicolás y Cilia, en Jorge y Delcy Rodríguez, el general estrellado, Vladimir Padrino López, y, tal vez la gran piedra en el zapato para una transición política, Diosdado Cabello.

El caso del hombre del mazo se presta a muchas especulaciones. Más allá de su semanal plataforma desinformativa y de ser nominalmente el primer vicepresidente del partido del régimen, mucho se ha especulado acerca del poder que ha venido perdiendo dentro del círculo de los duros. Fallidas apreciaciones y predicciones suyas en contraste con hechos reales como la celebración de las primarias de octubre pasado, que tanto negó y que lo han dejado en ridículo ante la opinión pública, parecieran arrojar pistas sobre su verdadera posición dentro de la nomenclatura chavista. Porque, ¡ojo! Diosdado pudiera ser esa pieza sacrificable en una negociación. Si no, que le pregunte a Tareck el Aissami, un caso aún en las sombras que seguro podría ser fuente de muchas respuestas a numerosas conjeturas; entre otras, el haber sido tal vez objeto de negociaciones previas entre Estados Unidos y el régimen.

Ya Maduro ha superado tal vez varios escollos en lo que se pudiera suponer esa travesía durante la cual ha tenido todo el tiempo para ir deshojando la margarita. Su más inmediato deseo es sacarse de encima la recompensa que pide por su cabeza el Departamento de Justicia de Estados Unidos, algo que pareciera cuesta arriba, pero que, visto el desenlace del caso de Alex Saab, nada tendría de extraordinario; todo ello, mientras la Corte Penal Internacional termina por decidir si emprende de una vez por todas su investigación respecto a los crímenes de lesa humanidad atribuibles a él y otros personeros del régimen.

Pero también, la potencial salida de Maduro tiene sus implicaciones de orden geopolítico. Habría que evaluar entonces el costo para los factores externos de apoyo, y sus capacidades reales para mantener en pie a un régimen cada vez más presionado y con escasos recursos.

Irán (conflicto de Gaza y Medio Oriente) y Rusia (Ucrania) parecen estar muy comprometidos en sus respectivas zonas de influencia. China, siempre pragmático en su comportamiento internacional, tiene la mira puesta en los negocios que ya ha venido desarrollando con Guyana, el nuevo boom económico de América del Sur, sobre todo su potencial energético, ámbito en el que, por cierto, destaca su asociación con la transnacional estadounidense ExxonMobil.

Y Cuba, la verdadera mano detrás del poder en Venezuela, y con incuestionable influencia histórica en el Caribe (Caricom), ya ha estado reevaluando desde hace mucho tiempo su vocación parásita para ver si puede sacar alguna tajada al futuro promisorio de Guyana, algo un poco difícil por la incuestionable asociación en todos los niveles entre Washington y Georgetown. Esta realidad pudiera impulsar a La Habana a seguir trabajando arduamente en favor de la perpetuación del régimen madurista.

Es lógico pensar que si el costo de salida de Nicolás Maduro supera con creces el costo, sobre todo político, de su permanencia en el poder, podríamos entrar en un escenario al estilo nicaragüense en el que el gobierno de facto trataría de impedir a toda costa que una potencial transición política como la que se percibe hoy día en Venezuela tenga finalmente lugar.

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