Entre 13 y 30 millones de muertos produjeron en China las reacciones a la Revolución Cultural ideada por el líder Mao Tse-tung. Las épocas y las circunstancias son otras pero el lema “es justo rebelarse” de ese entonces parece estar de nuevo en el ánimo de quienes se aventuran en las calles de las ciudades chinas a protestar… y en el Partido Comunista a disentir.En aquella ocasión las reacciones en los altos niveles del poder en contra de la reforma liderada por Mao fueron el disparador de una querella civil que sintió hasta en los pueblos alejados de los centros del gobierno.
Nadie piensa en este momento en una conflagración civil como aquella de los años sesenta, pero la semilla del descontento está sembrada. La represión se siente entre la población y la rebelión, esta vez con características de tercer milenio, la estamos viendo nacer. Por primera vez la autoridad del gran jerarca Xi se ve desafiada.
Dos cosas están sobre el tapete en las manifestaciones de desobediencia civil: lo estrafalario de las medidas anticovid y la actuación exagerada de las fuerzas del orden para hacerlas cumplir. Pero en el fondo lo que hay es un reclamo ante la ausencia de libertades, ante el deterioro económico que se siente en cada bolsillo por los confinamientos radicales y exagerados y por la total falta de rendición de cuentas de quienes están en las alturas del poder.
Hay cambios, en esta ocasión, con respecto a episodios del pasado en China en los que la represión extrema terminó de manera brutal con los alzamientos como fue el caso de Tiananmen Square en 1989. El joven chino está cada vez más abierto al mundo y a las comparaciones con la realidad de otras latitudes. Cada teléfono móvil atesora imágenes en las que los controles ante la pandemia ya no existen. El Mundial de Fútbol de Qatar es una muestra de ello. La vida en democracia está hoy al alcance de cada chino, lo que alimenta el malestar e incita a la crítica, al desacato y a la rebelión.
Esta vez el inmovilismo gubernamental frente al disenso no es una opción ya que las dificultades no son solo las relacionadas con efectos de la pandemia. Relajar las medidas no terminará con el malestar. Le va a tocar al gobierno del recién designado Xi lidiar con las consecuencias nefastas sobre la economía mundial que han sido desatadas por la guerra de Ucrania. Estas no se vislumbraban en octubre pasado cuando este líder fue ungido por el Congreso del Partido para un tercer mandato.
La autosuficiencia y la autarquía, dos pilares básicos de las tesis de Xi, no contaban con un apoyo monolítico dentro de la organización cúpula del país en cuanto a la forma de su consecución. Al agregarse a ello la actual crisis que ha dado al traste con las proyecciones de crecimiento y que ha ahondado las dificultades económicas internas, el liderazgo de Xi recibirá una nueva sacudida.
No es posible que esta China hoy sea presa de la paranoia que atrapó al país en los días de la Revolución Cultural, pero es imprescindible mantener firme el timón ante el cuestionamiento de la calle y posiblemente el de los suyos al interior del PC. La represión no es la salida.