OPINIÓN

El Cortázar de los cuentos

por Ernesto Andrés Fuenmayor Ernesto Andrés Fuenmayor

La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out” Julio Cortázar

A Cortázar se le conoce, principalmente, por Rayuela. Esta novela lo llevó al estrellato literario, convirtiéndolo -merecidamente- en una de las caras del boom latinoamericano.

Menos conocidos son sus cuentos, aunque han sido ampliamente elogiados como uno de los mejores ejemplos del relato corto en español. Estos constituyen la mayor parte de su obra, siendo un trabajo literario que se extendió desde su infancia hasta sus últimos años. En ellos conseguimos muchos de los elementos que hacen de Rayuela una novela magistral: el quiebre con la linealidad temporal, la celebración estética de lo cotidiano, una prosa experimental que se desliza y el juego metafísico con el lenguaje, entre otras características típicas de Cortázar. Sus relatos son un compendio de experimentos literarios bien logrados. En ellos el argentino buscó y descubrió.

Con frecuencia son como momentos oníricos: se pasean del realismo mágico a lo surreal, borrando la línea que separa estos géneros. En “Axolotl”, por ejemplo, Cortázar une elementos de la narrativa ominosa de Poe con lo fantástico. El narrador contempla hipnotizado a un anfibio en un acuario, atribuyéndole una conciencia humana, silenciosa y desesperada. Súbitamente se convierte en esa criatura, pasando a narrar desde su perspectiva, condenado por siempre al “infierno líquido”. “Breve curso de ortografía” cuenta la historia de los selenitas, seres como delfines que alguna vez habitaron felizmente un océano en la luna, y que fueron tragados, en un viaje espacial, por el océano Pacífico. En “La noche boca arriba” describe un accidente en moto y los sueños del accidentado en el hospital, en donde este imagina ser un indígena mesoamericano que va a ser sacrificado. Cerrando el cuento invierte la perspectiva: era el indígena quien soñaba, antes de su sacrificio, haber ido a gran velocidad en un “insecto de metal” para luego estrellarse.

Hasta al criticar algo tan telúrico como el gobierno de Perón, Cortázar hace uso de metáforas metafísicas. En “Casa tomada” dos hermanos de una familia oligárquica argentina son expulsados paulatinamente de su casa, por un ente no descrito que la toma cuarto por cuarto. Los hermanos aceptan resignados la lenta expulsión, lamentando el haber perdido un lugar tan querido, tan lleno de recuerdos. Cortázar diría por aquellos años, en los cuarenta, que se fue “a París (…) porque me ahogaba dentro de un peronismo que era incapaz de comprender entonces, cuando un altoparlante en la esquina de mi casa me impedía escuchar los cuartetos de Béla Bartók”.

Con o sin elementos metafísicos, los cuentos suelen tener una prosa ágil y natural que toma de la mano al lector, paseándolo por un paisaje pintoresco. Dinamitan, con frecuencia, los modos tradicionales de narración, pero sin perder el dominio de la forma, y manteniendo siempre un storytelling prodigioso. En este proceso destructivo, acabando con lo heredado, Cortázar crea una nueva forma de comunicar a través de la palabra escrita.

Sus ficciones cubren un espectro narrativo que va desde lo más abstracto hasta lo más concreto, y con frecuencia ambos ámbitos confluyen. En algunas ocasiones nos recuerdan el encanto imaginativo de la ficción, y en otras su valor pragmático, inmediato. Son pequeñas ventanas a algo más grande, a un territorio que no siempre se vislumbra del todo, pero que vale la pena explorar.

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