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Carvativir: el medicamento de Maduro que supuestamente neutraliza 100% el coronavirus

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Desde hace muchos meses ya la Academia había hecho pronósticos muy oscuros sobre el futuro de la pandemia en Venezuela. Y muchos expertos, con mayor o menor contundencia, habían hecho la misma alerta. En esta columna tratamos de hacernos eco de esos llamados y de analizar algunos imperativos que estos implicaban. El primer problema era sin duda la desinformación del país, desinformación que es la peor enemiga de las posibilidades de combatir el terrible mal, sobre todo en países miserables con sistemas sanitarios destruidos como el nuestro. Si Europa y Estados Unidos han vivido lo que sabemos, qué no quedará para nuestra manifiesta indefensión.  

Porque esencialmente el gobierno mentía dando cifras tan bajas que resultaban increíbles, simplemente bastaba mirar las de nuestros vecinos y, en general, las del ancho mundo para caer en cuenta. Es probable que el aislamiento creciente del país depauperado, hasta sin gasolina para moverse, sin turistas y viajeros: ventajas de la miseria; pero, además, sin posibilidad técnica de poder hacer pruebas suficientes para alcanzar una razonable cuantificación del fenómeno y, sobre todo, con un gobierno que abomina el mérito y la inteligencia, las universidades y la investigación científica, y que no pudo y no quiso ver lo que nos acechaba, pudiese vivir en esa fantasía e imprevisión. Hasta se ufanaba de estar haciendo una política ejemplar que no podía ser explicada sino por la destreza innata y el amor al bravo pueblo de la revolución, siempre bonita, siempre, hasta cuando roba y mata. 

Así se dieron largos y permisivos lapsos para que el pueblo pudiese dar rienda suelta a su alegría, complemento paradójico de estar entre los veinte países más hambrientos del planeta. Vanas fueron las advertencias sobre ese punto preciso en Navidad y Carnaval. Además, en manos armadas, policiales y militares, se puso la necesaria civilidad para cumplir con los mínimos protocolos para evitar los contagios. Sobre todo, en un pueblo poco acostumbrado a modos muy disciplinados, para bien y para mal, lo último en este caso. Basta recordar la recomendación de esta semana de la Academia sobre un supuesto medicamento curativo, apodado las goticas milagrosas de José Gregorio, y que promueve a voz en cuello Maduro mismo, y que no cumple los mínimos requisitos científicos que lo sustente, antes, por el contrario, para darnos cuenta de quiénes asesoran, si es que alguien asesora, la acción gubernamental. 

O la tardanza y la torpeza informativa sobre las vacunas. ¿Qué paso con las 10 millones de vacunas rusas que llegarían en abril, asegurado por el propio Maduro, de lo cual no se ha oído nada en semanas y todo parece indicar que deben estar ya destinadas a un mejor postor? Y lo de Covax, por supuesto opción más limitada, ha salido, ¿ha salido?, más por la voluntad de la Asamblea que del Ejecutivo espurio. Y el Plan Nacional de Vacunación no lo conoce nadie y todo el mundo sospecha, sobre todos los verdaderos epidemiólogos, que se tenga el suficiente equipamiento y el personal entrenado para llevar a cabo un asunto ciertamente de una enorme complejidad, dada la cantidad y las dificultades inherentes a la distribución y peculiar conservación de las vacunas. Por ahí hay, por cierto, un plan de Fedecámaras que violaría el principio de prelación en el orden de vacunación que no puede tener otros criterios que sanitarios, en el fondo de los cuales está el derecho primordial a la vida. Principio que fue pateado con las primeras pocas vacunas que llegaron al país y se repartieron a militares y diputados y no a ancianos o enfermos previos. Vivimos una tenebrosa incertidumbre de que una explosión de la pandemia le gane la partida a lo único que puede contenerla, la vacunación pronta y masiva. Y no nos queda sino apostar a las escasas posibilidades racionales y materiales que podríamos todavía movilizar para evitar lo que ya hemos visto ahí mismito, en el Brasil también militarizado y que tiene mucho de infernal. 

Todos sentimos que el país está literalmente aterrado. El resto de los problemas son por supuesto de una enorme gravedad. En lo inmediato está el gasoil, sin el cual cesarían los movimientos vitales del país. Pero todo parece menor ante la monstruosa crecida de la pandemia. Habrá lágrimas de sangre y no goticas sanadoras de José Gregorio si no juntamos esfuerzos y llamamos a los expertos para optar adecuadamente ante las oportunidades que nos quedan.

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