Creo que es urgente que los demócratas del mundo y, en particular los venezolanos, cierren filas en torno a señalar cuál es la verdadera causa de los males que hoy aquejan a Venezuela.
Insistir en presentar las consecuencias como si fuera la causa de lo que nos ocurre, no solo es un serio error, sino que hacerlo así desvía la atención en la búsqueda urgente de una solución de nuestro verdadero problema.
Algunos afirman que tenemos un problema económico. Eso está lejos de ser verdad. Nuestra situación económica no es un problema, es una consecuencia. El problema es que no existe confianza en las reglas del juego económico que se aplican en Venezuela. El problema real, entonces, es de carácter humano, no económico. La confianza es algo que concedemos las personas a otras y la actuación o el resultado de lo que hacen. Hay personas confiables, hay procesos confiables y hay máquinas o equipamiento confiable.
Otros se aventuran a decir que tenemos un problema de infraestructura, que nuestro sistema eléctrico es un desastre, que las carreteras no sirven, que tampoco hay agua, que no hay gasolina ni gasoil, y que nuestra industria no está produciendo o está obsoleta.
Esto tampoco es el problema, cada una de estas situaciones también es una consecuencia. Un sistema eléctrico, por ejemplo, no es algo autónomo ni autosuficiente, es el resultado de la planificación y la ejecución de una autoridad, de un equipo humano que debe conocer el tema y disponer de los recursos que se requieren para llevar a cabo sus funciones. Si ese sistema no sirve, es así porque alguien o no hizo bien su trabajo o se robó el dinero para ejecutar la tarea, o ambas.
De modo que el deplorable estado de nuestra infraestructura y la decadencia de nuestra producción industrial, no son el problema, porque ambos también son consecuencias. Son parte del resultado de décadas de destrucción y expolio.
Más recientemente, se ha comenzado a decir que nuestro problema son las sanciones y que si se retiran todo se arreglará en el país por arte de magia.No hay duda que tales restricciones afectan sustancialmente el margen de maniobra del Estado venezolano y es de esperar que eso tenga un efecto sobre el desempeño de nuestra economía que es —hay que recordarlo— casi absolutamente dependiente del gasto y las inversiones públicas.
Pero las sanciones tampoco son una causa, sino la consecuencia natural originada en el único y verdadero problema del país: la presencia en el poder de una banda criminal, corrupta, inescrupulosa, constituida por delincuentes cegados por la profundidad de sus oscuros resentimientos.
Venezuela tiene un solo problema y es un problema político. Nuestro problema no es la pobreza, no es la falta de electricidad ni de agua, tampoco es la caduca e insuficiente infraestructura, o la baja productividad industrial, o las sanciones.
Hay una causa que ha originado la espantosa tragedia que vivimos, que tiene nombre y apellido: Nicolás Maduro y su total violación de los preceptos democráticos y constitucionales, acompañado por una legión de secuaces despiadados y corruptos como él, civiles y militares. Todos cómplices de su barbarie.
Esos argumentos que acusan a las sanciones, a la falta de electricidad o a la baja productividad industrial de nuestra actual tragedia, cumplen una función encubridora. Encubren y oscurecen la verdadera causa, que es única y clara. Pretender que todo se arreglará si se eliminan las sanciones es perversión, porque todos saben que eso es la mentira que utilizan para seguir delinquiendo.
Maduro, como todo autócrata, pretende convertir la obediencia en la piedra angular de su existencia y al ver a estos apóstoles afirmando que las consecuencias son las causas, creo que está logrando su objetivo, veo gente que le obedece y no se da cuenta de que le está obedeciendo. O sí lo saben, sí obedecen voluntariamente, el diagnóstico es mucho peor. Pensar que es buena idea darle más dinero y libertad al tirano que nos persigue y nos oprime, es algo que requiere habilidades de contorsionismo intelectual de las cuales carezco o, en su defecto, exige un nivel de cinismo que tampoco poseo.
Yo no voy a ser parte de ese coro de lisonjeros y aduladores. Nuestra tragedia es una sola y tiene una sola causa, se llama Nicolás Maduro y debe ser removido del poder democráticamente con el abrumador y libertario voto de los ciudadanos.
Cuando eso ocurra, comenzará el verdadero milagro, el prodigioso renacimiento de una nación orgullosa de sí misma, trabajadora, democrática y próspera. Pero eso solo sucederá si apoyamos y votamos por un verdadero líder y no por otro farsante, embaucador y corrupto.
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