Foto: Federico Parra / AFP

Menos de 48 horas después de su “sorpresiva” inscripción ante el Consejo Nacional Electoral del régimen, Manuel Rosales habló en un mitin llenó de banderas y con mucho griterío que seguramente se preparó en paralelo a la jugada de la noche del 25 de marzo, cuando cerraban las postulaciones.

El nombre del gobernador del Zulia, excandidato presidencial en 2006, es el que Nicolás Maduro acepta para competir con él.  Rechazada por todas las vías Corina Yoris, Rosales se postuló sigilosamente. Sin acuerdo con la Plataforma Unitaria.

Ahora dice, «con el corazón en la mano», que entregará su candidatura si la oposición es capaz de presentar un candidato que pase todas las trabas del gobierno. «Búsquenlo, búsquenlo, y yo le entregó la candidatura al que quieran», y al fondo se desató la algarabía de sus seguidores.  Los abogados siempre atentos a las admisiones veladas recurrirían a aquello de «a confesión de parte, relevo de pruebas». Rosales sabe que él es el único autorizado para superar las trabas y, por tanto, su reto no es tal.

Por el contrario, lo que está diciendo Manuel Rosales es que se ceda absolutamente ante las trabas del gobierno. Aprobar sin remedio y con la cabeza baja que Maduro decide quién es el candidato opositor.  Además, Rosales exige que no se le difame, adoptando una postura de víctima que algún resultado político le podrá rendir en los corazones blandos y sensibles.

No se trata, ciertamente, de difamarlo, pero sí de examinar su conducta política. Y de formularse preguntas: ¿Qué lo hace, por ejemplo, tan «potable» a los intereses de Maduro? ¿Contribuye su candidatura a darle un barniz de mínima legitimidad a un  proceso electoral ampliamente cuestionado por su ventajismo y parcialidad? ¿Al jugar por su cuenta y sin la plataforma opositora une o divide, va contra Maduro o lo favorece?

A partir del proceso de inscripción de candidaturas -«burdo, bochornoso, tragicómico», expresó el dirigente Juan Pablo Guanipa- se sucedieron un conjunto de relevantes declaraciones internacionales de supuestos aliados del régimen como Lula da Silva, Gustavo Petro y Pepe Mujica que consideran antidemocrático el procedimiento usado para impedir la candidatura de Corina Yoris. Lula lo llama un “grave veto”.

Con anterioridad, y también después, hubo pronunciamientos de otros gobiernos americanos y europeos en la línea de exigir un proceso electoral libre y transparente. Pero Rosales dice que está limpio de polvo y paja, que no hay ninguna “traba contra él, de manera que sería el único dirigente “no chavomadurista” que bendice –“con el corazón en la mano”- el cronograma electoral elaborado al margen del Acuerdo de Barbados y destinado a asegurar la permanencia de Maduro en el poder.

A estas horas, la candidata opositora es Corina Yoris, así lo ratificó María Corina Machado. Las declaraciones del mundo que observa, el deseo de la inmensa mayoría del pueblo venezolano, es que quien represente la verdadera opción opositora refleje tanto lo firmado en Barbados como el mandato de la primaria del 22 de octubre del año pasado.

La fuerza popular que quiere un cambio político en Venezuela debe continuar organizándose y requiere encontrar los momentos para expresar su reclamo de que en Venezuela haya elecciones libres y limpias. Hay suficiente evidencia de que el oficialismo carece de bases de sustento en el sentir de la gente en cualquier rincón del país. Es la hora de persistir y no de rendirse ante las imposiciones abusivas y desbocadas de la camarilla al mando.


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