Una densa conjura oficial cierne sobre estas o cualesquiera otras primarias, o secundarias, incluyendo al pelotón de viejos infiltrados y mercenarios que intentan confundirnos en torno al carácter opositor de la mayoría de los aspirantes. Quizá nunca antes supimos de una experiencia semejante de manipulación en abierto desafío a todo temple, talante y paciencia, perfeccionada la provocación como un literal modo de vida.
Puede aseverarse, la historia de toda prolongada dictadura es la del perpetuo reaprendizaje de sus servicios de (contra)inteligencia. Reiterativos, la perogrullada frecuentemente la olvidan los historiadores, sólo tentados por las crónicas de los desmanes harto conocidos.
Otra breve digresión, los integrantes del referido pelotón seguramente se identificarán con el sentimiento y la convicción cultivados por Ramón Mercader en la versión de Leonardo Padura. Por siempre, protegido y privilegiado, después de purgar la pena, el asesino de Trotsky gozó mucho del reconocimiento de sus superiores inmediatos y de la alta condecoración soviética que le impusieron, aunque –resignado al detalle– secretísimamente.
Daño calculado que más tarde tratará de compensar, al actual régimen venezolano poco le importa que la comunidad internacional sepa de sus esfuerzos por evitar los comicios entre los adversarios que amedrenta constantemente. Sin embargo, lo peor, sabiéndolos también sus víctimas, pretende escarmentar a las propias huestes, lanzando sus advertencias a los seguidores nada ingenuos que sólo esperan las acostumbradas prebendas, explicándolos en las más arriesgadas trincheras en el caso de materializar todas las amenazas proferidas contra una oposición evidentemente pacífica y desarmada.
Nada extraña apreciar en un jueves del septiembre cotidiano, una calle más de la ciudad en las que están apostados sendos vehículos militares. La transportación de soldados, porque eso son los efectivos de la Guardia Nacional, el llamado murciélago y la infaltable tanqueta, tejen el paisaje del miedo latente, subyacente y pendenciero al que los expertos psicólogos suelen darle una adecuada interpretación.
Así las cosas, la natural rivalidad de los precandidatos presidenciales, jamás puede entenderse como un juego de veleidades meramente personales para evadir las exigencias tácticas y estratégicas que obligan a una mayor responsabilidad compartida. Hay algo muchísimo más importante que lo autobiográfico, en las rudas y continuas coyunturas que castigan a propios y extraños de un modo inclemente.
Experimentando una transición hacia lo mismo, tan patente al decidir cambiar al CNE que indudablemente controlaba, el gobierno socialista del siglo XXI somete de nuevo a la oposición a escenarios francamente inéditos a favor de su arriesgada supervivencia. Implica una exigencia y un mandato igualmente inéditos para la oposición que entrará en un período de remodelación, si es que se piensa como la alternativa histórica que deseamos.
@luisbarraganj