OPINIÓN

El conflicto en Siria y Latinoamérica

por William Santana William Santana
Los ataques crecientes de la coalición liderada por yihadistas en el noroeste de Siria es la primera ofensiva a gran escala desde que los presidentes de Turquía y Rusia, Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin, respectivamente, pactaran en 2020 un alto el fuego con los rebeldes tras meses de combates. Si bien fue la intervención militar rusa de 2015 la que permitió a las fuerzas gubernamentales repeler los avances rebeldes y estabilizar los frentes, desde entonces conjuntamente con Irán quedaron como los mayores apoyos militares a Bashar Al Assad.
Transcurridos cinco años, hoy las situaciones de esos países “cooperantes” con Damasco luce totalmente diferente. A pesar de las declaraciones de Irán en dar apoyo militar en el conflicto y las conversaciones del jefe Estado Mayor de Irán, el general Mohamed Bagheri, con el ministro de Defensa ruso, Andrei Belosuov, así como con altos cargos militares de Siria e Irak para abordar el apoyo al régimen de Al Assad, los asuntos internos de esos países –la guerra en Ucrania por un lado y la derrota de Hamás y Hezbolá por el otro– los colocan en una posición desventajosa para involucrarse en una guerra interna ajena que avanza de manera firme, amén de las serias advertencias de Estados Unidos y la OTAN sobre un involucramiento mayor de este eje.
La reanudación de este conflicto activa nuevamente y de manera evidente el enfrentamiento de Occidente con el totalitarismo, lo cual se reflejará en uno y otro bando, tanto individual como de manera colectiva.
Frente a la tragedia del pueblo sirio, ¿qué tiene que ver Latinoamérica con esta situación?
Lo primero que debemos tener en consideración es que por nuestra condición pacifista y por ser este un conflicto ajeno a nuestros intereses primarios, debemos hacer los correspondientes llamados al restablecimiento de la paz a través de los mecanismos que nos brinda el sistema, especialmente a las Naciones Unidas.
Sin embargo, las estrechas relaciones que existen entre Cuba, Nicaragua, Bolivia, Venezuela y Brasil con Irán y Rusia generan la falta de neutralidad con el apoyo automático al dictador sirio. Todo ello como espacio de influencia geopolítica, con líderes que actúan en su propio convencimiento de intereses que no necesariamente se corresponden con los de sus pueblos y que van en contrario a nuestra pertenencia occidental de valores y principios comunes.
En el caso de Cuba, Venezuela y Nicaragua, sus políticas exteriores, alineadas de manera obsecuente con esas potencias que cometen crímenes de guerra o patrocinan el terrorismo internacional, lo hacen con el convencimiento de que esas expresiones le aseguran su permanencia en el poder frente a las demandas que le hace el sistema internacional democrático sobre reformas políticas y las críticas a sus violaciones de los derechos humanos y las libertades fundamentales en sus territorios.
Pretenden tener un escudo de protección frente a esa comunidad internacional a la vez que amedrentan y tratan de desmoralizar a sus propios ciudadanos transmitiéndoles que no abandonaran el poder con aliados que les va a respaldar de manera incondicional y así tratan de demostrarlo con acuerdos militares con visos de seguridad y defensa, en visitas reciprocas de alto nivel y declaraciones altisonantes.
Es por ello que el actual conflicto en Siria y el grado de compromiso que asuman, ejecuten y puedan mantener tanto Irán como Rusia en ese territorio nos permitirán ver qué tan creíbles y sólidos puedan ser los mismos en el caso de los países latinoamericanos ya mencionados.
La caída de Bashar Al Assad del poder y un proceso de paz en donde Rusia e Irán dejarán de ser actores con capacidad de ejecutar sus acciones, pondría en duda ese pretendido sustento de las dictaduras latinoamericanas y por supuesto dejaría en evidencia un mayor espectro de acciones que posibiliten el camino hacia transiciones democráticas.
La Habana, Managua y Caracas deben estar observando estos desarrollos con mucha atención.