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El conductor intelectual

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La cabeza del cochino

La expresión que refiere a intelectual es de factura y sello francés. Nació en el caso Dreyfus. Inicialmente como un adjetivo ofensivo para graficar a los personajes de la ciencia, el arte y la cultura que apoyaban la liberación del capitán judío acusado injustamente de traición. No voy a extenderme mucho en el caso de Alfred Dreyfus para darlo como conocido por quienes me leen. Desde allí, el uso del calificativo adquirió connotaciones positivas, al distinguir como tales a quienes estaban dotados socialmente de un valor de influencia y una connotación asociadas a una inteligencia superior y, sobre todo, al entenderse que su actividad pública tiene un espacio y una repercusión valiosas. Fueron asociaciones de valores notables.

En la historia de Venezuela la intelectualidad también ha tenido unas extensiones que son contiguas a la modelación en el liderazgo. En muchas parcelas se constituyen en referencias. Y generan sobremanera opinión pública, favorable o no, según la óptica y la inclinación que quiera dársele coyunturalmente. Con el auge de las redes sociales eso se ha exponenciado. Lo desarrollo.

De reciente data, 35 años hacia atrás, la intelectualidad criolla tuvo un apareamiento notable en influir considerablemente en el sector político de la coyuntura, y eso contribuyó a fraguar el cambio político en el país. El que estamos viviendo en el país desde hace 23 años. La inteligencia venezolana agrupada en los sectores de la academia, de las universidades, de la política, de la cultura, de la economia y de otras partes de la sociedad venezolana salió como entidad a la luz pública, con un documento que se ventiló en los principales medios de comunicación de Venezuela el 10 de agosto de 1990, seguido de otro en diciembre de ese año y abrochado con un tercero el 30 de julio de 1991. Eso es historia, solo basta revisar los medios de la época y analizar sus contenidos. Fue tan profundo el imperio notable de la intelectualidad civil, que, en el sector militar, generalmente impermeable a hacer porosidad, en una élite uniformada y concertada, se abrió un espacio lo suficientemente amplio para arroparse con la posibilidad de ejercer el poder político a través de los signatarios de los tres comunicados, y también lo adecuadamente estrecho dentro de los cuarteles, para funcionar con criterio de logia masónica para encabezar cualquier parada extra constitucional. Los civiles útiles bienvenidos y la cámara alta de las tenidas uniformadas y con todos los arreos de la conjura, vedadas y selladas. Cuadro cerrado y marcación hombre a hombre. En su momento, alguien quiso hacer una analogía y la etiquetó de esta manera: la crema de los civiles con la crema de los militares. Notables todos.

La pata del cochino

Entre notables civiles y notables militares se aparejaba un hilo invisible que amarraba objetivos análogos, tareas similares, metas intermedias parecidas y rutas paralelas de trajín que al final desembocaron en el 4F. Fáciles de identificar y concluir, y un poco cuesta arriba exponer con valor probatorio en un estrado. Pero, ya ustedes lo saben, rabo de cochino, pata de cochino, lomo de cochino, etc., eso no puede ser un ornitorrinco. La historia es implacable. Tanto, que 35 años después, un grueso manto de secretismo mantiene todavía lacradas con la seguridad del silencio de sus miembros, la verdad. Al tenor de una logia. Pero, es una veracidad que ha empezado a desaguarse en el tiempo, por debajo de la puerta, como el cadáver que queda colgado y sangrando, esperando los análisis forenses. Si usted apareja y dispone la secuencia de todos esos pronunciamientos de los notables civiles con lo que venía ocurriendo dentro de los cuarteles venezolanos, pudiera plantear mentalmente muchas vinculaciones y sacar una conclusión rotunda y contundente. Muy fácil establecerla, pero bien difícil mostrarla como una evidencia. Como cuando se trata de establecer una autoría intelectual en un delito.

El lomo del cochino

Entre 1988 y 1991 las aguas militares estaban encrespadas desde el punto de vista organizacional. Y cuando se apela al verbo encrespar se hace con la idea de remitir a la cúpula de los grados militares. La pugna feroz por los cargos dentro del Alto Mando Militar de la época y los aspirantes al relevo desató todo género de licencias contra los escrúpulos personales, frente a la ética profesional y en la esquina contraria al honor militar. El artículo 132 de la Constitución vigente vivió un momento peor al que vive actualmente el 328 de esta nueva carta magna. La estrella de la institucionalidad –la jerarquía– tan vapuleada en estos tiempos revolucionarios vivió uno de los peores bajones en la intensidad del cumplimiento de sus deberes militares. Aquellos polvos hicieron estos barros. No se puede tapar con el dedo del secretismo estos soles sobre los hombros de los generales y almirantes revolucionarios, ni los de aquellos notables. Finalizaba el tiempo de comandante en jefe del presidente Jaime Lusinchi y todo apuntaba a una alta probabilidad de cruzarse la banda presidencial, Carlos Andrés Pérez.

La trompa del cochino

En teoría del derecho, la doctrina dice que el autor intelectual es quien prepara la realización del delito. Y cuando al proyectarlo se provoca o se induce a otro a la ejecución, se convierte en instigador. No voy a abundar más en teoría para pulsar la imaginación.

Cuando el presidente Pérez en su segunda y malograda presidencia de la república, en julio de 1989, le corresponde tomar una decisión sobre el Alto Mando Militar, se enfrenta a varias alternativas. Era un momento donde algunos polvos militares se habían empezado a acumular y cualquier aguacerito de crisis e inestabilidad iba a provocar un barrial en las reparticiones militares. Especialmente en el ejército donde la conspiración iba a vela libre con varios impulsos paralelos. La mejor opción para el comandante en jefe se orientaba a ratificar en sus cargos a dos generales del ejército, quienes alzaron victoriosos la bandera de la institucionalidad contra el enemigo interno y el externo. En efecto, los referentes de trayectoria profesional ungían en ese momento, a los generales Alliegro y Troconis en la garantía de la lealtad y la confianza al nuevo comandante en jefe y dentro de las Fuerzas Armadas Nacionales para el cumplimiento de sus deberes establecidos en el artículo 132 de la constitución nacional. Solo si, no se cruzaba un nubarrón que oscureciera la decisión, la ratificación de ambos era un hecho. Y se cruzó.

El 26 de octubre de 1988, era un día de encargados en Venezuela. El presidente Lusinchi estaba fuera del país y estaba encargado el ministro de Relaciones Interiores, Simón Alberto Consalvi. El comandante general del Ejército, el general de división Troconis Peraza estaba de comisión del servicio y el encargado del componente era el general de división Juan José Bastardo Velásquez. Esa tarde el mayor del ejército José Domingo Soler Zambrano movilizó una columna de veintiséis vehículos blindados Dragón (V-100) del Batallón Ayala​ desde Fuerte Tiuna hacia la zona del Palacio de Miraflores en el centro de Caracas, y hasta la esquina de Carmelitas en la avenida Urdaneta, sin razón aparente. Una llamada telefónica, cuyo origen no pudo ser determinado y atribuida al encargado del ejército para el encargado del batallón, para que cumpliera una misión de seguridad con el encargado de la presidencia. El comandante del batallón de tanques estaba también de comisión de servicio y el encargado de la unidad era el mayor Soler. Fue un día de encargados donde el resultado de las investigaciones se cargó al mayor Soler como en su momento, las investigaciones por traición a la patria se llevaron hasta la isla del diablo al capitán Dreyfus. Se hicieron las investigaciones correspondientes, se sustanció un expediente y las responsabilidades murieron en Soler. Como en Dreyfus. En el tiempo las culpas más arriba – esas que apelan a la autoría intelectual- se quedaron en el aire y en el tiempo se han atribuido erróneamente a los eventos definitivos del 4F. Pero el tiempo ha sacado del cuarto el cadáver y ha dicho otra cosa. Como con Dreyfus. El punto es que el encargo se cumplió en el objetivo establecido. Cruzar un nubarrón.

En una entrevista del presidente Lusinchi con quien fue su jefe de la oficina central de información, este le preguntó si quedó conforme con los resultados de las investigaciones que se hicieron en su momento en los organismos de seguridad del Estado sobre ese incidente, y aquel le respondió que “eran puros cuentos chinos”.

La confianza y la lealtad son valores absolutos. Del 26 de octubre de 1988 al 4 de diciembre de ese año cuando se realizaron las elecciones presidenciales que dieron vencedor a Pérez, el correo de brujas de los cuarteles, en ese cenáculo de notables de uniforme, deben haber funcionado a millón, de oreja a oreja, la intriga y el complot, para quitar y poner piezas en el ajedrez de los mandos militares de acuerdo con las conveniencias. Allí es donde funciona perfecta la maquinaria cerebral al servicio de la conjura y la conspiración para instigar emociones, provocar dudas e inducir decisiones. Y funcionó. Con Soler encerraron en la celda del cuartel San Carlos, la confianza y la lealtad en las ratificaciones en los dos quintos pisos de Fuerte Tiuna. Y allí encerraron también la institucionalidad, la democracia y el futuro inmediato de Venezuela.

¿Qué es entonces?

En la Francia del J’acusse de Zola, en su momento, otro grupo de notables intelectuales firmó después una carta más concluyente para rehabilitar a Dreyfus y resarcirlo moral y legalmente ante el Ejército. En la Venezuela actual no hace falta el comunicado de una élite para ratificar que el rabo de cochino, la pata de cochino, la trompa de cochino y el lomo de cochino, de ese periodo institucional militar crítico, entre 1988 y 1991, la antesala del 4F, es un cochino. Esos tanques Dragoon que salieron de Fuerte Tiuna el 26 de octubre de 1988 tuvieron un conductor intelectual, que no fue un ornitorrinco.

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