“Ni triste, ni alegre, ni mucho, ni poco, ni débil, ni fuerte, ni cuerdo, ni loco”. (“Ni todo lo contrario”. Pedro Guerra)
Es asombroso de qué modo tan absoluto, por lo general, el ser humano se encuentra imbuido de su propio yo. En qué medida, tan exacerbada, cada uno ve el mundo desde su propia individualidad. Es cierto que, de vez en cuando, hay individuos que no responden a esta afirmación, pero también es muy cierto que son contados, de tal manera que cuando damos con alguno de ellos, relucen con luz propia, destacando desde el principio.
Este fin de semana he tenido la oportunidad de vivir una experiencia impagable. Si parto de la base de que mi bien más preciado, o al menos uno de los más preciados, es el tiempo, este fin de semana, desde el viernes inclusive, he tenido la oportunidad de dedicar tres días al cultivo más absoluto de mi bienestar mental. Como casi todas las cosas maravillosas, ha sucedido de manera inesperada, ya que el propósito de estas jornadas era otro, relacionado con el trabajo de mi mujer al que yo acudía en título de acompañante. Una especie de congreso, dedicado a una enfermedad crónica llamada síndrome de Sjögren.
A tal fin, se había planificado un encuentro, a tiempo total, en el Centro de Enfermedades Raras de Burgos, cuyo acrónimo, no me pregunten por qué, es CREER. Un centro, es justo mencionarlo, dotado de unas instalaciones magníficas, que incluyen alojamientos acondicionados para personas con discapacidades y con un personal que va más allá de la profesionalidad. Así, pues, las diez almas que conformábamos el variopinto grupo nos concentramos allí, para afrontar tres días de seminarios, talleres y actividades varias, en principio dedicadas a esta enfermedad y su tratamiento.
Esta era la idea inicial, que también se llevó a cabo; Lo asombroso de la situación, para una persona que como yo acudía allí, en principio, de mero observador, ha sido comprobar cómo el simple hecho de convivir con otras personas que, inicialmente, te son ajenas, se acaba convirtiendo en una experiencia humana que va tomando cuerpo, por sí sola, creciendo y ramificándose como una planta silvestre.
Todo comenzó, por ser honesto, de una manera bastante canónica, siguiendo el orden establecido para distintos talleres, impartidos por profesionales del centro o por los mismos participantes, que con base en sus habilidades y conocimientos personales se ofrecieron a ello. El viernes por la mañana, casi todos guardábamos las distancias, interviniendo lo justo y observando con cierta distancia. Fue ya por la tarde, tras una sesión de relajación impartida por Maime, una de las participantes, cuando se propuso un juego. El juego en sí consistía en una baraja de cartas, cada una de las cuales llevaba una pregunta, de carácter personal. Si han visto la película Perfectos desconocidos, esta situación, con los diez participantes en mesa redonda, recordaba bastante a la de la película.
La primera carta, aunque esto no fue determinante, nos planteó la pregunta de qué necesitábamos cambiar en nuestra vida para, evidentemente, mejorarla. A partir de aquí, sobrevino lo inesperado.
Si no han vivido una situación así, les sugiero que lo hagan. No obstante, la dificultad de la situación es que, a mi modo de ver, ha de hacerse entre personas si no en su totalidad, si en su mayoría en principio desconocidas, sin vínculos afectivos que puedan condicionar la sinceridad en las respuestas. La iniquidad que te aporta hablarle a quien de algún modo es un extraño, es fundamental para este experimento sociológico.
Uno a uno, unos con más vehemencia, otros con más contención, fuimos desgranando aquello que pensábamos que no funcionaba bien en nuestras vidas, esparciendo sobre la mesa, sin ningún pudor, sentimientos y situaciones que, de algún modo, eran más que personales y que todos guardamos en el archivo más oculto y protegido de nuestra mente. Esto, inesperadamente al menos para mí, resultó ser terapéutico, sanador, para algo tan difícil como las heridas que llevamos en el corazón y el alma. Y por supuesto, desde ese momento, creó vínculos afectivos que ya permanecerán, de un modo u otro, en el ánimo de cada uno de nosotros.
Es asombroso y a la vez hermoso descubrir que, tras la fachada que cada uno porta y exhibe, existe un mundo interior del todo desconocido en cada uno de nosotros. Y, si eres capaz de huir de los prejuicios, encuentras cosas que ignorabas, presa de tu ego, como que cada uno porta su mochila emocional, con más o menos esfuerzo, con toda la dignidad de la que es capaz; aportando al mundo una fachada, un personaje, que nos acompañará siempre, hasta que momentos brillantes, como los que he disfrutado este fin de semana, hacen caer la careta y nos muestran la cara, del mismo modo que, a partir de ese momento, cayeron nuestras mascarillas y se abrieron las ventanas.
Así pues, el viernes me encontré con ocho desconocidos, Jenny, Enrique, Mari Cruz, Juan, Maime, Paula, Carmen y Asun, amén de mi mujer, Maricarmen, a la que creo conocer moderadamente, y me fui con ocho amigos entrañables a los que espero volver a ver, cuando la vida lo permita.
Los momentos brillantes escasean. Doy gracias a Dios por haber sido partícipe, por tanto, de uno de ellos. En nuestras manos está, en muchas más ocasiones, despojarnos de la máscara; tener la osadía y la valentía de mostrar lo que en realidad somos, aceptando lo que el espejo devuelve. Ese es, sin duda, el primer paso hacia la felicidad.
Sean valientes, sean sinceros. Sean felices.
@julioml1970
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