Los ataques defensivos del régimen de Maduro son, sin que nos quede lugar a dudas, el colmo del cinismo. Corren hacia delante, con el grito ya descubierto de ¡ahí va el ladrón, ahí va el ladrón! Asaltan, saquean y rematan a un país sin miramientos ni con la más mínima pizca de escrúpulos, y con todo el desparpajo del mundo pretenden seguir montando en escena sus shows de inmaculados inocentes. A esa guerra comunicacional no hay que tratarla con desdén, ni quedarnos en la equivocada conclusión de que «nadie les cree sus mentiras». El despliegue propagandístico es descomunal y para eso cuentan con la vasta experiencia de sus socios cubanos y rusos.
Ese aparato experimentado —know how— les funciona, porque repiten y repiten la misma mentira, una y otra vez, para intentar hacerle creer a la gente que “no hay luz porque una iguana espía adiestrada por la CIA se comió los cables de alta tensión para producir los apagones». O que «desde el imperio gringo dispararon un misil que dio en la refinería de Amuay para así dejar a los venezolanos sin gasolina”. Ya está más que demostrado y comprobado que son unos ineptos para administrar las petroleras, las empresas eléctricas, los acueductos, la red escolar, los hospitales, hacerle mantenimiento a la infraestructura de vías, puertos, aeropuertos, parques, instalaciones deportivas, etc. Pero en lo que si son muy, pero muy eficientes, es en mentir, aderezando esas falsedades con la saña de las infamias que urden para desprestigiar a los disidentes que nada tenemos que ver con el latrocinio que han consumado ante los ojos de todo el mundo.
Recientemente le tratamos de refrescar la memoria a los venezolanos para que no echen al olvido los desafueros cometidos en los tiempos del Plan Bolívar 2000, que fue “el buque insignia de la corrupción”, una suerte de curso intensivo inicial en el que los principiantes se fueron formando para llevar adelante el saqueo de la nación. ¿Se acuerdan de los 800.000 dólares que fueron a parar a Argentina? Eso es una pelusa de lo que se han robado, regalado y repartido entre socios del Foro de Sao Paulo, más la gigantesca cifra que suma el monumental atraco a las finanzas públicas de Venezuela.
En ninguna otra parte del mundo se ha robado como ha sucedido en Venezuela en estos últimos 20 años. La cosa ha sido tan desaforada que las comisiones superan los mil millones de dólares en algunos casos. Esos expedientes asombran a más de un experto en investigaciones de hechos de corrupción. Es lógico que se queden con «la boca abierta», porque confirmar que un funcionario se robó más de 600 millones de dólares destinados a comprar equipos, insumos y medicinas para la red hospitalaria y al mismo tiempo leer el informe de los entes internacionales que ratifican que “en Venezuela se padece una crisis compleja que abarca la salud de millones de personas expuestas a la muerte por carecer de asistencia médica”, debe ser muy impactante.
Esa es la historia de más de un funcionario con prontuarios porque no construyeron debidamente las líneas del Metro, ni los rieles del ferrocarril, como tampoco colocaron las turbinas de Tocoma, ni repusieron las del Guri. No instalaron adecuadamente las plantas termoeléctricas en El Vigía, en Punto Fijo, en Carabobo ni en Maracaibo, pero eso sí, se robaron fortunas.
En conclusión, digo que más allá de las fallas recurrentes de esos servicios de luz, agua, gas, vialidad, seguridad, salud y educación, el profundo daño está en la moral y en la ética. Esa robadera ha sido fuente de contaminación y por eso debemos estar preparados para conjurarla a costa de lo que sea.
Escucho las infamias de los oprobiosos usurpadores gritando la versión de que «Ledezma vive un exilio fastuoso». En mi carrera política he ocupado importantes posiciones públicas y he sido sometido a las más rigurosas investigaciones y exámenes de gestión. Mi conducta es intachable y mi conciencia está tranquila. Por eso lucho cada día con más fuerza, con más intensidad y no han logrado sacarme del carril que coherentemente transito pidiendo la intervención humanitaria para liberar a un país secuestrado por una corporación criminal.
En medio de grandes limitaciones hemos podido sostener, con la compañía de líderes indoblegables, una organización partidista. Bien he dicho que ABP, más que un partido, es una iglesia en la que actúo como un predicador, porque no teniendo recursos financieros, apelamos a la palabra para sostener la fe de nuestros aliados. Hemos podido mantener una línea férrea de oposición al régimen, gracias a que no somos vulnerables. Nada indecoroso nos coloca frágiles frente a unos dictadores inescrupulosos a los que hemos demostrado que «nosotros no tenemos precio sino principios y valores”.
Sé que en esta era donde el pragmatismo cunde, suena a quimera pensar edificar un partido a base de oraciones, de esperanzas y de gestos altruistas. Sin embargo, prefiero pecar de iluso a caer en la charca de las componendas para terminar subastando los símbolos de ABP en una mesa de transacciones indecorosas. Por eso podemos hablar con claridad, contundencia y coherencia, y eso no tiene precio para nosotros en ABP. Esa siempre ha sido mi manera de pensar y de actuar. Jamás confundo los recursos públicos que he administrado con las finanzas del partido, ni he cedido a hipotecar nuestra línea estratégica a cambio de los mendrugos de operadores de la narcotiranía. Nunca faltarán las infamias y calumnias, pero la verdad es más vigorosa que esas consejas infestadas de intrigas que buscan debilitar la credibilidad bien ganada y que es, en todo caso, nuestro gran patrimonio moral.
Esa es la realidad en la que seguiremos trabajando, no variaremos.
@alcaldeledezma