OPINIÓN

El circo peruano

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez
Castillo lidera las elecciones peruanas con el 100 % de las actas procesadas

Foto EFE

Lo que sucedió en Perú con las elecciones presidenciales no ha debido suceder muchas veces en este mundo. Si uno suma todas las curiosidades que acumula le da un resultado que lo menos que se podría tildar es de grotesco. El preludio de la cáfila de presidentes corruptos en línea y en breve tiempo, un suicida incluido. Una veintena de candidatos, comprensible porque con la corrupción pandémica tenía que haber escasez de líderes consistentes. Para muestra, Keiko Fujimori, hija de su papá, estaba encausada y había pernoctado un buen tiempo en las cárceles para corruptos. La dispersión del voto indicaba que en realidad no había mayor empeño en que ganara nadie y justamente uno de los elegidos para el balotaje de la segunda vuelta fue la mencionada hija de su terrible padre, que perdió por una nariz (ahora judicializó el proceso).

Ganó un tío que buena parte del país desconocía, perfectamente ignorante (más que nuestros caciques, para que se caiga en cuenta), maestro de escuela e izquierdista estridente con radicalismos de derecha como rechazar las liberalizaciones de las costumbres y leyes sexuales, que hasta el hombre más rico de Chile anda promoviendo desde su accidentada presidencia). Del señor ganador se puede esperar cualquier cosa, otra Venezuela como dice Vargas Llosa -¡que vaina don Mario!- que hasta tuvo que tragarse varias décadas de toma y dame con la banda Fujimori para impedirlo. O, no lo crea imposible, que al electo le dé por convertir el país en un gran conuco y obligue al uso del sombrero para no perder la identidad popular y nacional. Son mentes impredecibles.

Pero repare usted también en la misteriosa y siniestra Nicaragua, de régimen mágico-religioso y presidencia en pareja. Estos han agregado un notable matiz a la manera dictatorial de ganar elecciones. Como quiera que con la mínima normalidad perderían de todas todas si la oposición se unifica, pues basta con meter preso al posible unificador y punto. Ya van tres candidatos acusados de cualquier cosa y ¡ay! si aparece un cuarto y un quinto y un sexto, porque es seguro que cualquiera unifica al sufrido y humillado pueblo víctima de la pareja demoníaca.

Me quedo en estos dos ejemplos. Me provocaría hablar del muy prometedor Bukele. O evocar hazañas patrias como la de inventar una constituyente que no hizo una sola modificación de la Constitución y se convirtió en una suerte de departamento de la policía política. Y que seleccionó meticulosamente los que tenían derecho al voto y ganaron, por supuesto, todas las curules del majestuoso y grotesco aparato. Pero es la de nunca acabar.

Lo que yo quería demostrar es que eso que llaman populismo –que no acabo de entender del todo, salvo que es una dictadura que se disfraza de democracia- tiene que hacer cualquier cantidad de sinvergüenzuras y ridiculeces para semejante operación. Los tiranos de antaño eran gente de una sola cara que le bastaba abrir la boca para que nada se moviera en contra suya –salvo claro, hasta que los tumbaban-. El general Gómez era tan parco de palabra como criminal en sus actos, que había expertos en leer sus gestos por mínimos que fuesen.

Mentirosos y tracaleros racionales los tales populistas tienen que hablar y mentir mucho para lograr sus objetivos. Por ello además de trágicos para sus pueblos, son payasos del pensamiento que tienen que inventar números circenses legales para subsistir. Y lo peor es que faltos de voces contundentes contrarias, la mediocridad se generaliza hasta en los resistentes, y se termina por aceptar cualquier cosa por cansancio, desidia, egoísmo o cobardía. Cualquier voto.