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El cinismo se hace viral

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Si me pidieran que, en una palabra, definiera o dibujara la actual política española desde el punto de vista de las ideas, por encima de los cambalaches, marrullerías y teatralidades corrientes, diría cinismo. No en su acepción filosófica, sino en el de esa paradoja que acuñó Oscar Wilde: «Quien conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna». En inglés: «A cynic is a man who knows the price of everything, and the value of nothing.»

O la frase atribuida, sin razón, a Groucho Marx, porque ya circulaba desde mucho antes: «Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». Es lo que dice el personaje de Vautrin, en Papá Goriot, de Balzac: «Un hombre que se jacta de no cambiar nunca de opinión es un hombre que quiere ir siempre en línea recta, un necio que cree en la infalibilidad. No hay principios, solo acontecimientos: no hay leyes, solo hay circunstancias: el hombre superior adopta los acontecimientos y las circunstancias para poder manejarlos».

La persona cínica no es incoherente, sino extremamente coherente con su colección de principios. Puede decir hoy una cosa y mañana la contraria: todo depende del precio que haya que pagar en cada caso.

El cinismo está muy repartido entre políticos y políticas, tanto cuando se está en el Gobierno como cuando se está en la oposición, aunque mucho más en el primer caso porque ahí que justificar de algún modo lo que hace con el Poder. La mayor aspiración de quien tiene Poder es no perderlo, una actitud claramente conservadora. Eso también es un reflejo cínico: cuando se está en el Poder no se defiende el cambio que antes se proclamaba, sino la indefinida permanencia.

Esa situación de cultura del cinismo en la clase política es como un virus que, sin que se sepa cómo, se va contagiando a la sociedad. Está muy claro en la base de los militantes y en los votantes de los partidos. Viendo habitualmente el cinismo de los líderes se acaba pensando que ese es el modo normal y aceptado de hacer política.

Aumenta el contagio cuando el conjunto de la población ve que el cinismo no solo no se castiga, sino que triunfa. Es entonces cuando el cinismo se emplea en relaciones interpersonales, en no pocos negocios y hasta en las relaciones sentimentales.

Un ejemplo de hasta dónde ha llegado el virus del cinismo es la casi desaparición del lenguaje usual de la palabra honor. La expresión palabra de honor casi solo se usa para describir un tipo de escote en trajes de mujer.

La vacuna contra el virus del cinismo está inventada desde hace siglos: se llama honradez. Viene de honor, también en otras lenguas: onestà, honnêteté, honesty. La persona honesta responde de sus actos, tanto cuando de ellos se derivan ventajas o premios como cuando ha de arrepentirse y, en su caso, reparar o pedir perdón. Pero en la cultura del cinismo quien se comporta de ese modo, honrado y responsable, puede parecer ingenuo u, horribile dictu, «inmovilista».

Los negacionistas del virus del cinismo y de la eficacia de la vacuna afluyen con sus opiniones y sus actos a la marea cínica cuando consiguen que se haga opinión pública la idea de que «la honradez no compensa», porque, por ejemplo, en política, la mentira rinde más que la verdad. Si en una sociedad se generaliza esa idea está punto de entrar en una quizá insensible, pero ya decidida decadencia.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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