OPINIÓN

El cielo de Colombia encapotado

por Armando Martini Pietri Armando Martini Pietri

Juan BARRETO / AFP

Cuando lea este artículo -por lo cual damos las gracias de antemano- habrá cambiado el cielo y sol en Colombia. Y las noches, y la vida de los colombianos, acostumbrados a injusticias, olvidos de acaudalados y desidias de políticos como sucede en los países, en unos más, en otros menos. La ambición, los complejos de un formado por el espionaje, han llevado a una Rusia menos fuerte de lo que reputa a una guerra feroz con Ucrania y un pueblo menos débil de lo que se juzgaba. Mandatarios sin piedad colocan a los chinos que sufrían abandonados en campos y labrantíos, al sufrimiento esclavizante de la férrea dictadura en grandes fábricas. Árabes herederos de arenas afortunadas disfrutan enormes fortunas, mientras beduinos siguen sirvientes de majestades y excelsitudes, mansiones ostentosas, lujosos automóviles y suntuosos aviones privados, poco más tienen que hacer excepto tiranizar sus mujeres y disfrutar la vida que Alá les dio si respetan, veneran las familias dueñas de sus países, a cuenta de presuntas decisiones de Dios. Y los iraníes viven igual que en los lejanos tiempos del mando severo de Reza Pahlevi, y entienden que algo cuentan, obedeciendo dictados de adoradores creyentes, y místicos que usan la religión y fe como cadenas de mando.

A pesar de los pesares, los colombianos han venido levantando una nación con problemas, pero con la fortaleza de la democracia y riqueza de una tierra donde trabajarla genera bienestar, y con ella han hecho de Colombia uno de los líderes de América Latina; mientras Venezuela se ahoga entre mentiras y abusos del chavismo. Los argentinos siguen soñando con el gran país que Dios les otorgó pero que nadie sabe cómo hacen para mantenerlo en la ruina década tras década. Chile se desconcierta ante el presidente incompetente que eligieron; y los peruanos no saben en cuál palo ahorcarse, si en el del maestro rural que no entiende de gobernar o el Congreso dedicado a que no logre entenderlo mientras el país marcha por su cuenta.

La Casa de Nariño tiene un nuevo inquilino y las comunidades festejaron. Será un cambio y deberá maniobrar para que las expectativas no resulten siendo un boomerang. En la desbordada Plaza de Bolívar a la espera de la espada de Simón; indígenas, afro y campesinas primerizos en estas formalidades protocolares, celebraron. Una banda presidencial en el torso, -que la senadora María José Pizarro, impusiera. ¡Sí! la hija de Carlos Pizarro Leongómez, máximo comandante del grupo guerrillero Movimiento 19 de Abril. También hubo lágrimas derramadas del mandatario y un minuto de silencio por los soldados caídos.

El hijo del pueblo, como ahora quiere que lo llamen, es un político de simbolismos, y por eso sacó del resguardo de la Casa de Nariño la espada para exhibirla ante el pueblo. Su primer mandato de gobierno. Prometió cumplir el Acuerdo de Paz, implementar una economía de producción en busca de riqueza para todos. Hubo aplausos. Sus promesas de concordia, igualdad de género y una economía sin carbón y petróleo fueron motivos de ovación.

Colombia, con sus inconvenientes, que los tiene por las guerrillas delincuentes de las cuales el mismo Petro formó parte (¿o es que asaltar al Congreso a tiros no es delito?) venía siendo con el esfuerzo de los ciudadanos una especie de joya en la maltratada corona latinoamericana. Pero Rodolfo Hernández se quedó callado justo cuando debía hablar, la mitad de los electores no eligieron y ahora irrumpe Petro, retorcido y fraudulento, amenazando con impuestos y cambios radicales, para frenar a Colombia y convertirla en lo que los colombianos han luchado por no ser: otro país del montón de mediocridad izquierdista. ¡Llegó la hora de hacer un examen de conciencia!

@ArmandoMartini